tú y yo somos tres

El color -y el olor- del dinero

FERRAN MONEGAL

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Viaje de Jordi Évole a Suiza. ¡Ah! Cuando le vimos montado en el avión, maletín en mano, camino de Ginebra, tuvimos en casa un susto enorme. Cabía una posibilidad tremenda: que nuestro héroe se hubiera vuelto villano de pronto, y que sus propios compañeros de programa, sus cámaras, le hubiesen pillado evadiendo dinero. ¡Ahhh! Qué sensación  más horrorosa. ¿Tendrá que devolver el Premio Ondas que le acaban de conceder?, se preguntaba nuestro canario flauta Papitu, lleno de congoja. Pero enseguida comprendimos la situación: Évole se fue a Suiza no para evadir dinero, sino para investigar y contarnos con pelos y señales cómo lo hacen los que se lo llevan. ¡Ah! Qué sesión ha conseguido. Qué didactismo. Qué luminosa disección de los métodos que usan los chorizos de altos vuelos. Se ha entrevistado con varios expertos en el rastreo de pájaros de cuenta, y lo que ha quedado claro y meridiano es que ningún depredador, por muy encopetado e importante que sea, podría evadir ni un solo euro si no contase con la ayuda de respetables instituciones bancarias que les dan cobertura y les hacen de puente hacia cualquier paraíso fiscal del planeta. De todos los contactos y conversaciones que ha mantenido Évole, destaquemos la entrevista que le ha realizado a Hervé Falciani, ese joven informático que trabajaba en el poderoso banco HSBC hasta que comenzó a tirar de la manta y trajo a España, a la fiscalía anticorrupción,  una lista con más de 600 acaudalados y honestísimos defraudadores, la flor y nata de las familias más pudientes españolas. El valor de estos viajes de Évole es que nos permiten constatar desde casa, mirando sus trabajos en la tele, el grado de impunidad que el sistema proporciona no solo a los evasores, sino a los que blanquean dinero. Al respecto le hizo Évole a Falciani una interesantísima reflexión. Después de comprobar que los grandes capitales que provienen del narcotráfico, del terrorismo, o de cualquier otro agujero, siempre encuentran también una respetable cobertura para su blanqueo, Évole reflexionó en voz alta y apuntó: «El terrorismo y el narcotráfico son delitos que nos escandalizan. Pero si llega ese dinero a nuestro país, convenientemente blanqueado, y en forma de inversión, no preguntamos nada, disimulamos, y decimos ¡bienvenido sea!». Efectivamente. «¡El dinero no tiene color!», predican los abyectos. Pero tiene color. Y además, huele.