Una experiencia singular

Cantar juntos

La música en grupo es el resultado de un intangible emocional de personas que quieren hacer sentir algo

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Núria Iceta

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«Cantar juntos para sentir que juntos somos algo». Mira que hacía años que cantaba. Mira que hacía años que cantaba en un coro... pero no fue hasta que se lo oí decir a Jaume Ayats, gran musicólogo y actual director del Museu de la Música, a propósito de un documental que hacíamos juntos sobre Els Segadors, que me quedó grabada la idea. ¡Pues claro!

Ayats argumenta que el hecho de cantar juntos genera un particular sentimiento de comunidad en tanto que la música y el hecho de interpretarla de forma colectiva ponen en marcha un conjunto de mecanismos a través de los sentidos, con una dimensión física, corporal, intelectual y emocional, que no se dan con la misma intensidad, o con la misma complejidad, en otras actividades colectivas.

La música que produce un coro, ya sea un grupo de amigos improvisando las notas de la canción del verano, ya sea el coro profesional más fabuloso que hayáis podido escuchar, es el resultado de un ejercicio vocal y auditivo, pero también de un intangible emocional de un grupo de personas que sienten y quieren hacer sentir algo. En el caso de los himnos, como 'Els Segadors', al componente musical y emocional de cada uno se le añade una emoción colectiva, por el hecho de cantar una melodía que nos remite al hecho de formar parte de una comunidad determinada.

Una frecuencia especial

Recuerdo un magnífico director que tuve hace unos años (y que ahora destaca como subdirector del Orfeó Català) gritar emocionado en medio de un ensayo «¿oís los armónicos?, ¿los oís?». La primera vez no sabía ni de qué me estaba hablando. Se supone que debía oír una frecuencia especial, formada precisamente a partir de las frecuencias individuales de onda que emitíamos cada uno con nuestras cuerdas vocales. No había manera. Hasta que decidí que para mí los armónicos sonoros eran precisamente este intangible de «cantar juntos».

Hace unas semanas tuvo lugar en Barcelona el 11º Simposio Internacional de Canto Coral, con la participación de 24 coros internacionales, seleccionados entre 150 candidatos. Unos 2.500 participantes de todo el mundo tuvieron la oportunidad de asistir a conciertos, conferencias y clases magistrales en los principales equipamientos musicales de la ciudad. La elección de Barcelona no era casual. Los coros tienen una larga tradición en nuestro país, y han jugado un papel determinante en la formación y la socialización de un montón de personas desde los míticos Cors de Clavé del siglo XIX. La Federació Catalana d’Entitats Corals que les ha acogido data de 1982 (aunque tiene su origen en la antigua Germanor dels Orfeons de Catalunya de 1918) y agrupa hasta 500 coros. 

La diversidad y riqueza del mundo coral

Después de los atentados de hace dos semanas, seguro que los participantes han recordado con una emoción especial que el lema del simposio era 'Los colores de la paz', en referencia a la diversidad y la riqueza del mundo coral, presente en todo el mundo. Y más aún cuando uno de los conciertos destacados tuvo lugar, precisamente, en la basílica de la Sagrada Família. Más de 500 cantantes de 25 coros catalanes (y uno de la Comunidad de Madrid) interpretamos 11 piezas religiosas de compositores catalanes de todos los tiempos, en un recorrido cronológico desde el Llibre Vermell de Montserrat hasta una creación de Bernat Vivancos (Barcelona, 1973) del 2012, compuesta expresamente para la Sagrada Família teniendo en cuenta que las cantorías de la basílica, bien elevadas sobre el suelo, hacen que la música descienda hasta la nave central produciendo unos efectos muy particulares. Ya hace un siglo que Gaudí llenó la Sagrada Família de simbología, referente tanto a las maravillas de la naturaleza como a su propia religiosidad, como lo es también la propia monumentalidad del edificio, que lo ha convertido, para bien y para mal, en un icono de la ciudad.

Para nosotros fue una experiencia magnífica en muchos aspectos: los ensayos previos que hicimos, la comunión con tantos cantantes y directores de los que siempre aprendes algo nuevo; por la vitalidad de la creación catalana y de sus coros, que se mostró con un repertorio extraordinario de piezas tan bonitas como 'O vos omnes', de Pau Casals; 'O Crux, aves spes unica', de Ferran Sors; 'Quam dilecta', de Raimon Romaní, y la espectacularidad del ya mencionado 'Avui és el dia', de Bernat Vivancos; y, por supuesto, por la excepcionalidad de la experiencia misma de cantar en un espacio tan singular.

Al salir coincidí con unos holandeses, literalmente boquiabiertos, que habían estado presentes. Pensé en el inmenso privilegio que había tenido, en el «cantar juntos» y en las múltiples maneras de conectar personas e ideas que tenemos al alcance, en la dimensión trascendente del arte, en la vida, en definitiva. Estos días no dejo de darle vueltas.