IDEAS

Suerte de los Gaudí

XAVIER BRU DE SALA

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Cuesta tanto llegar a producir una película que, una vez terminada, no queda presupuesto para promocionarla. Resultado, la gran mayoría de los 2.000 asistentes a la gala de los premios Gaudí, habían visto una o ninguna de las nominadas. Salvo los esforzados pocos que sobreviven en el mundo del cine, el resto apenas conocía los nombres de los ganadores, si exceptuamos a los actores, y aún, porque los que no salen en TV3... 

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Nadie entiende un país sin cultura ni una cultura sin cine, pero pasar a continuación a la práctica requiere poner en marcha una serie de mecanismos de promoción, tan costosos como la propia producción o más. Esta industria, más que las demás de la cultura, funciona así. Los premios Gaudí no suplen ni de lejos el desconocimiento cósmico, pero es justo reconocer que gracias a la gala muchos miles de catalanes se enteran de que existe una cinematografía propia, así como de los nombres de algunos filmes y de sus directores. Sin los Gaudí, no quedaría otro remedio que intentar abrirse una rendija entre los miles de películas que pretenden concurrir a los festivales internacionales, y en esto somos bastante buenos aunque no se reconozca. O esto o imitar al inimitable J. A. Bayona. O conquistar el reconocimiento internacional de Isabel Coixet. O posicionarse en las vanguardias como Marc Recha (por cierto, menospreciado en los Gaudí sin que nadie se sorprendiera).

Si bastara con el talento, la cinematografía catalana estaría a la altura de la danesa o la italiana. Pero no se puede desarrollar una industria del cine sin dos premisas más. La primera, una fuerte inversión pública, no tan solo en producción sino también en promoción. La segunda, fuertes dosis de osadía institucional y mental para tratar desde el cine los problemas más acuciantes de la sociedad. Las comedias y los dramas personales están muy bien, pero mientras no empezamos a tocar cuestiones que incomoden, y mucho, no llegaremos a la mayoría de edad cinematográfica.