Albión

JOSEP-MARIA URETA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Cuentan que cuando los romanos quisieron alcanzar las costas británicas desde el punto más cercano del estrecho en Francia, lo primero que divisaron fueron unos acantilados blancos (calcio) veteados de pedernal negro, conocidos por Dover. El nombre celta guardaba similitud con el término latino Albus (de ahí alba, blanco) hasta quedar el poético Albión. En versión oscura franquista se añade la perfidia, sobre todo si se les menta Gibraltar. Dover se erosiona un centímetro al año, lo que en visión más anglocéntrica como la que estamos viendo hoy, significa estar cada vez un poco más lejos del continente.

Hay que regresar a Maastricht, allí donde perdió la vida el personaje que inspiró a Dumas al mosquetero D'Artagnan, y recordar una combinación emblemática de diciembre de 1991, la cumbre europea más trascendental desde la reunificación de Alemania por absorción. Se dijo entonces que los Doce -la CE del momento- reunidos hasta las 11 del dia 11 del 12 habían acordado hasta dónde llegaba el desacuerdo. Se llamaba Gran Bretaña, su portavoz entonces era el conservador John Major y su lema en aquella cumbre fue el de "opting in, opting out". Como es tradición Gran Bretaña era el último en subirse al vagón, mientras el resto de países pulsaba el freno de emergencia: más valía que montaran. El precio de su billete: no entrar en el euro ni estar obligado a hacerlo más adelante (la moneda única es obligatoria para todos los países, según plazos y condiciones convenidos); pero otro mucho más determinante: política propia de inmigración y derechos sociales (opting out).En aquel 1991 solamente había dos teléfonos inalámbricos en la sala: los de las agencias británica Reuters y la francesa France Press. Ganó la primera, llamaba directamente a los corresponsales británicos y estos se movían como nadie entre los colegas de todo el mundo.    

A finales de 1991, pues, con un frío aterrador en la encantadora ciudad de Maastricht (la parte holandesa más cerca de Bélgica y Francia, una elección deliberada) se presentó John Major de madrugada en la sala de actos del pabellón deportivo de la ciudad ante centenares de periodistas y afrontó, con una brillante oratoria, todas las cuestiones que le plantearon hasta salir más inmaculado que la piedra de Dover.

La estrategia de Gran Bretaña estaba consumada. Le dolía aún que fueran solo Helmut Khol y François Mitterrand los que habían cambiado de un borrón las líneas divisorias geográficas europeas establecidas en 1945. ¿Tenían un plan? A la larga se ha visto que sí. Que no haya Unión Europea Política. La estrategia --que sí, que los ingleses inventaron la carrera más atractiva del atletismo, los 1.500 metros (casi una milla), en la que la clave es dosificar y apretar a la vez-- fue doble. No gobernarían la moneda, pero se harían con el control de todas las finanzas, empezando por las europeas. En pocos años, toda la deuda alemana, fruto de la integración de la Alemania del Este al nefasto precio de equiparar el valor del marco, se cotizaba en la City de Londres. La segunda estrategia, facilitar al máximo la entrada en la UE de los países excontrolados por la entonces URSS. Cuantos más, más difícil la unidad política. Habrá que ver,ahora, si los británicos recuperan su sintonía con Rusia. Menuda pinza.

El Brexit ha sido un revolcón más político que económico, pese a que tendremos unos cuantos días de recuento de daños y damnificados. De tener Europa dirigentes más sagaces que los actuales, la primera misión sería doble: acelerar los acuerdos de quienes están de acuerdo, empezando por el blindaje del euro y sus mecanismos de consolidación (fondo de garantía, mutualización de la deuda); y asegurarse de que ese centímetro anual que se aleja Gran Bretaña no vaya en aumento. Más vale quedarse con la copla: ni contigo ni sin ti/ Tienen mis males remedio/Contigo porque me matas/sin ti porque yo me muero.