La batalla por la hegemonía epistémica

"Hasta ahora la comunidad epistémica soberanista ha contado con una maquinaria muy bien engrasada. No ha pasado lo mismo entre aquellos que se oponen al soberanismo, que han intervenido en el debate de manera intermitente y a título personal"

Estudiantes en la biblioteca de la Universitat de Barcelona.

Estudiantes en la biblioteca de la Universitat de Barcelona. / DANNY CAMINAL

PAU MARÍ-KLOSE

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El proceso, que algunos querrían que condujera a la convocatoria de un referendo de autodeterminación, ha sido concebido, desde el momento de su arranque, como una batalla por la opinión pública. Esta batalla se dirime a diario en los medios de comunicación de masas, donde el soberanismo se ha empleado a fondo en ofrecer un relato que pueda resultar atractivo para el consumidor medio, ya sea ofreciendo mitos ilusionantes para los ya convencidos, ya sea aportando elementos potenciales de tranquilidad e ilusión para un gran número de ciudadanos que hasta hace no mucho se habían mostrado escépticos o totalmente desinteresados respecto al proyecto independentista tradicional. Esta batalla es la que presenciamos todos a diario, y la que acostumbra a ser objeto de atención por parte de las intervenciones públicas de tertulianos y comentaristas contrarios al soberanismo.

Pero en el trasfondo de esta batalla, se juega otra, tanto o más importante que la primera: la batalla por la hegemonía epistémica. En esta batalla no intervienen necesariamente los mismos protagonistas que en la primera, aun cuando a veces algunos personajes multiplican su presencia en las dos esferas. La batalla por la hegemonía epistémica se libra en informes firmados por académicos de prestigio, en trabajos publicados en revistas científicas de derecho, historia o ciencias sociales, en seminarios y jornadas convocadas por universidades catalanas, del resto del estado, e incluso en algunas de las universidades internacionales más conocidas del mundo como Harvard o la London School of Economics.

Oportunidades insólitas

En esta batalla, investigadores, profesores universitarios y personas expertas se esmeran en demostrar si el proyecto soberanista es o no es económicamente viable, si encaja o no encaja en los marcos jurídicos vigentes, se justifica o no en principios filosóficos de justicia legítimos, tiene raíces históricas más o menos profundas, cuenta o no cuenta con el suficiente apoyo sociológico o electoral, pone o no pone en peligro la convivencia, etc. La batalla es cada vez más intensa y equilibrada. Pero esto no había sido así hasta no hace demasiado. Mientras la comunidad epistémica soberanista contaba con una maquinaria muy bien engrasada, no pasaba lo mismo entre aquellos que se oponían al soberanismo, que intervenían en el debate de manera intermitente y a título personal, enfrentándose a corrientes dominantes en sus respectivos departamentos y universidades.

El músculo que ha exhibido la comunidad epistémica soberanista les ha permitido mantener durante bastante tiempo una ventaja sustancial en la construcción de narrativas que pretenden basarse en lógicas de análisis científico. Profesores de las principales universidades norteamericanas (Harvard, Princeton, Columbia, etc.), agrupados en colectivos (el más conocido es Wilson), y algunos de las primeras espadas en la investigación social en Catalunya, han presentado argumentos y ofrecido la pátina científica que necesitaban los políticos nacionalistas para hacer proclamas y propuestas que han impulsado el proceso. En los últimos años, pese a la austeridad y los recortes del gasto público en universidades, estos investigadores han tenido en Catalunya oportunidades insólitas para desarrollar espacios de investigación de “excelencia” financiados con dinero público (y también privado), cuando no han sido catapultados a cargos de responsabilidad en centros y programas académicos de nueva creación como la Barcelona Graduate School of Economics, vinculada al 'conseller' Andreu Mas-Collell.

También se les ha concedido protagonismo en las estructuras “de Estado” de nueva creación, como el Consell Assessor per a la Transició Nacional, o el máster para futuros diplomáticos catalanes que ofrece el Instituto Barcelona de Estudios Internacionales. La contundencia con que esta vanguardia intelectual del soberanismo ha expresado su apoyo al proceso, poniendo su conocimiento y aureola al servicio de la causa, ha representado probablemente un factor de intimidación para otros académicos.

A día de hoy, algunos de estos investigadores se han convertido en auténticos empresarios políticos, claves en la movilización soberanista, con notable proyección pública en los medios de comunicación generalistas públicos y privados. En los últimos meses, bastantes de estos académicos han trasladado el debate a la ciberesfera, donde han abierto blogs (o se han sumado a otros de carácter colectivo), e incluso cuentas de Twitter, y Facebook.

Un trabajo sucio extraordinario

En esta historia no hay que olvidar el trabajo que se ha hecho fuera de los focos. Los discípulos más jóvenes de estos profesores senior, investigadores precarios y doctorandos, han hecho un trabajo sucio extraordinario, animados tanto por sus convicciones nacionalistas como por expectativas de futuro en un mundo universitario donde la consolidación profesional depende todavía en buena medida de cultivar buenas relaciones de apadrinamiento y tutela intergeneracional.

En este proceso, la administración pública y los partidos nacionalistas han aportado premios, oportunidades de financiación y espacios editoriales donde estos investigadores más jóvenes han podido publicar sus primeros trabajos, alimentando currículos que de otra manera hubieran sido más difíciles de construir. Estos investigadores han respondido con entusiasmo a estos incentivos, creando blogs de análisis económico, político y sociológico que han proyectado el relato académico prosoberanista más allá de las fronteras de la universidad, y participando activamente en columnas periodísticas y otros espacios virtuales.

La administración pública ha creado condiciones propicias para que el 'proceso', en sus diversas expresiones, se convirtiera en un campo preferente de investigación social. Ha promovido estratégicamente líneas de investigación (por ejemplo, sobre balanzas fiscales), ha financiado jornadas y seminarios (por ejemplo, el controvertido España contra Catalunya) y ha puesto a disposición de los investigadores datos con los que alimentar sus análisis. Así ha sucedido, por ejemplo, con los barómetros del Centre d'Estudis d'Opinió (CEO), y en particular con las preguntas sobre identidad y preferencias alrededor del proceso soberanista.

La producción pública de datos demoscópicos sobre estas cuestiones ha posibilitado la proliferación de análisis sobre la evolución de actitudes y orientaciones de los catalanes, que a menudo se han hecho con insuficiente preparación técnica y/o sin las necesarias cautelas metodológicas. Aun cuando la calidad de las muestras de los barómetros del CEO deja mucho que desear --deficiencias que provocan una clara sobre-representación de los entrevistados potencialmente pro-soberanistes-- esto no ha sido obstáculo para que politólogos y sociólogos nacionalistas se lanzaran a dar por buenas evidencias muy frágiles (cuando no sesgadas) sobre la opinión pública catalana, que posteriormente han sido incorporadas al debate mediático como si fueran hechos científicamente probados y, por lo tanto, indiscutibles.

Espiral del silencio

Catalunya ha vivido lo que la socióloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann denomina espiral del silencio, dónde muchos ciudadanos (académicos e intelectuales incluidos) han adaptado su comportamiento a las actitudes predominantes sobre aquello que es y no es aceptable decir y defender. Los relatos pseudocientíficos generados por la vanguardia intelectual del soberanismo han contribuido poderosamente a este silencio. En un contexto como el descrito, apartarse del discurso dominante sobre el 'proceso' comporta riesgos, tanto en el ámbito académico como a la sociedad en general.

Como nos han indicado recientemente los datos del Barómetro que realiza GESOP para EL PERIÓDICO, casi el 30% de catalanes no independentistas se sienten incómodos de expresar libremente sus ideas. En determinados espacios, expresar opiniones críticas hacia el proceso no solo es visto y denunciado como un gesto antidemocrático contra el sentir de la mayoría de los catalanes, sino como una maniobra oscurantista, que niega evidencias presuntamente incontrovertibles sobre derechos inalienables de los pueblos, el expolio fiscal que sufre Catalunya o la desafección de los catalanes respecto a España.

Son acusaciones devastadoras y potencialmente estigmatizadoras en el mundo académico, que han hecho que muchos profesores e investigadores extremaran todas las precauciones antes de pronunciarse en un sentido “inapropiado”. Afortunadamente, en una atmósfera hostil, no han faltado aquellos que han osado denunciar en voz alta –pero sin los mismos amplificadores-- que el rey va desnudo. Y, gracias a ellos y ellas, ya somos muchos los que no lo vemos vestido de púrpura dorada.