DOS MIRADAS

Austeridad

EMMA RIVEROLA

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El lenguaje es una capa de piel. Se empapa de nuestras emociones y vive expuesto a las agresiones del exterior. Igual que nosotros, las palabras no permanecen ajenas a lo que ocurre alrededor. Su significado en el diccionario persiste inalterable, pero nuestro ánimo al escucharlas no sabe de definiciones ni de verdades imborrables. Decía Julio Cortázar que las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos.

Tradicionalmente, al capirote de la Semana Santa se le prendían algunas palabras: sobriedad, silencio, recogimiento y… austeridad. Hoy, más que nunca, conocemos el tacto, el sabor y el olor de esa última palabra. Diez letras que conforman una penitencia impuesta por aquellos que pretenden santificar sus dominios. La palabra austeridad está enferma. Sus síntomas son muchos. Al principio tan solo presenta un leve dolor de cabeza, unos espasmos en la tripa. A medida que el mal avanza, el sueño huye, igual que la alegría o los planes de futuro. Cuando la dolencia se torna crónica, llega la parálisis, la oscuridad. En realidad, austeridad es una palabra contenedora de otras muchas: Europa, unión, paz, prosperidad. Palabras también cansadas, también avejentadas por el mal uso, desgastadas por haber sido utilizadas en falso. De cuando en cuando, aún nos llega ese sonido inconfundible. Un quejido doliente y agudo. El lamento de las palabras traicionadas.