Tribuna

La arquitectura que nos distingue

SANTI VILA

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Catalunya es y ha sido un país que siempre se ha distinguido por la calidad de su arquitectura. Una constatación que se puede acreditar tanto en clave externa, por el reconocimiento internacional que han obtenido y obtienen nuestros arquitectos, como en clave interna, por el hecho de que en Catalunya, quién más quién menos entiende de arquitectura. En este sentido, con los arquitectos ha pasado un poco como con los cocineros, que se han hecho populares y han dotado al país de un orgullo colectivo muy necesario en tiempos de crisis. Es ni más ni menos que un valor de marca.

A los grandes nombres de ayer, que nos han dejado una huella imborrable, hay que sumar los de hoy y los que están llamados a protagonizar el mañana. Ya no son solo los Gaudí, Jujol, Domènech i Montaner, Puig i Cadafalch o Sert, sino también contemporáneos que demuestran un gran sentido y sensibilidad en sus creaciones, con especial atención hacia quienes ya son más que jóvenes promesas, como Beth Capdeferro o Olga Felip, por poner dos nombres de una generación que sube con fuerza.

Gente creativa, imaginativa e innovadora que destaca tanto en los proyectos de arquitectura privada como pública. No obstante, me resulta un especial motivo de satisfacción que, aun ahora, en tiempos de ajustes y dificultades, equipamientos públicos como la escuela de Sant Roc de Olot, obra de Antoni Barceló y Bàrbara Balanzó, sean premiados por la delegación de Girona del Col·legi d'Arquitectes de Catalunya.

Las políticas de ajuste de las finanzas públicas no deben implicar una pérdida de calidad arquitectónica, porque dejaríamos una herencia culturalmente pobre y socialmente alienadora a nuestros hijos. Hay que recordar la nefasta política de vivienda protegida que caracterizó a muchos países europeos durante los años 60 y 70, que ha dejado un paisaje de barrios y ciudades desangelados, marcados por las problemáticas sociales y por la falta de oportunidades económicas. El desaparecido historiador Tony Judt criticó de forma vehemente el principio de «la niñera sabe más», inherente a aquellas políticas de vivienda y urbanísticas de antaño, afirmando que no respondían a una modernización sino que eran síntomas de un poder descontrolado e insensible.

Afortunadamente, la Catalunya de los últimos 30 años no ha caído en esta trampa sino que se ha esforzado en compaginar un buen nivel arquitectónico con la funcionalidad y en hacer posible el sentido del lugar. Garantía de cohesión contra el peligro de la segregación.

Potenciar una arquitectura de calidad ha de ser una prioridad de país debido a sus múltiples derivaciones sociales, culturales y también económicas. Hace pocos meses, en una conferencia en el  COAC, hice público un compromiso: el de dotarnos, pronto, de una ley de arquitectura. El objetivo ha de ser resaltar el papel público de la arquitectura, garantizar su preservación como bien patrimonial y distinguirla como fundamental para el bienestar y la cohesión social. Se trata de fortalecer y reforzar la arquitectura que nos distingue, radicalmente innovadores pero fieles a unos orígenes y una forma de hacer las cosas, e incluso a una determinada manera de concebir la vida.