Aquel silencio

JOSEP MARIA FONALLERAS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hablar de la Semana Santa, hace unos años, hace bastantes años, era equivalente a hablar de silencio. O no hablar, para no caer, evidentemente, en contradicción. Ayudaba a ello, por supuesto, la presencia omnipotente de la doctrina oficial, que prohibía, en los días más señalados, las representaciones teatrales o las funciones en el cine, y que no toleraba, por decirlo suavemente, ni el exceso ni el desenfreno. Quizá no era imprescindible la profesión pública de la fe y de la contricción, pero tampoco era bien vista ninguna euforia, en aquellos tiempos de reclusión y de examen de conciencia. Carentes de otros alicientes, era fácil, recluirse en este ambiente tenso y cerrado. Aunque de hecho era impostado e impuesto, también servía para calmar la euforia primaveral de la juventud. En casa, por ejemplo, recuerdo que en el momento de la hora nona, que eran las tres de la tarde del Viernes Santo, el silencio era (y nunca mejor dicho) sepulcral. En el instante en que Jesús moría en la cruz, ni una mosca. Incluso se agradecía que el cielo se oscureciera, como si la mímesis entre aquel presente provinciano y el remoto pasado del Gólgota fuera aún más intensa. Eran cosas que pasaban. El silencio te atemorizaba y, en el caso del adolescente ensimismado, se convertía, además, en el escenario ideal para las preocupaciones místicas. También es cierto que todo se desvanecía, toda la mística, al ver pasar a un grupo de chicas, con el abril en la piel. Pero eso es otra historia.