Análisis

Anuncios, fotos o cosas de esas

Messi respondió a la fiscala como en una rueda de prensa tras un 'hat-trick': con tono humilde y parquedad

JORDI PUNTÍ

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Los escritores tienen agente. Los músicos tienen representante. Los toreros tienen apoderado. En el caso de los futbolistas se llaman un poco de todo, de agentes a representantes, «amigos de la familia», Cysterpillers y Raiolas. El gran Josep Maria Minguella, agente retirado, recordaba que para dedicarse al asunto no se necesita ningún título, ni siquiera saber escribir a máquina. A menudo, sin embargo, esa primera figura es el padre. El papá de la criatura. Suele ocurrir lo mismo con los tenistas y con los niños prodigio del cine: el derecho moral está de parte de quien ha dedicado un montón de horas llevando al chico a los ensayos, consolándole cuando pierde, obligándole a hacer los deberes. Todos sabemos redactar contratos en una servilleta, pero cuando las cosas pasan a mayores hace falta alguien que sepa orientarse en la selva de las cláusulas y partes contratantes. Entonces entran en escena los señores que se dedican a ganar dinero haciendo ganar (más) dinero al artista. Hasta que alguien se pasa de la raya.

Credibilidad

Este es el panorama en el que se movía ayer Leo Messi cuando llegó al Palacio de la Justicia para prestar declaración junto a su padre. «Yo no sé lo que firmo», había declarado en más de una ocasión el jugador, en referencia a los contratos supuestamente fraudulentos, y no es muy difícil darle credibilidad. Basta verle cuando firma autógrafos, sin un «no» para nadie. Con los años ha aprendido a firmar sin mirar. Llega el aficionado, le pone un papel delante, le da un bolígrafo y Messi hace lo que tiene que hacer: estampar su firma en el papel. Pensándolo bien, lo comparo con esa molestia de «aceptar las condiciones» cuando bajamos un programa en internet. ¿Hay alguien que se lea toda esa letra pequeña? Confiamos en que no nos timarán y le damos al OK sin pensarlo dos veces.

Víctima del 'merchandising'

Supongo que si uno es aficionado del Barça resulta más fácil creerse la versión de los Messi, padre e hijo, pero quizá sean sus propias palabras las que mejor le defiendan. Ayer, tras calentar banquillo durante un buen rato, Messi respondió a la fiscala igual que si estuviera en una rueda de prensa tras un hat-trick en el Camp Nou: con la misma sencillez, parquedad de palabras y tono humilde. Hace unos meses, durante el juicio por el caso Nóos, la infanta Cristina se declaró inocente y dijo que firmaba contratos «sin pedir explicaciones». Entre las pocas frases que dejó ayer Messi, me quedo con esta: «Yo juego al fútbol y confío en mi papá».

Puede que Messi sea una de las primeras víctimas del merchandising y los negocios paralelos de las estrellas, pero sin duda no será la última. Desde hace un par de décadas, desde que David Beckham empezó a vender calzoncillos y perfumes, la globalización del fútbol y en especial de los grandes equipos europeos ha convertido a los jugadores en hombres anuncio para sus clubs, iconos que venden camisetas (oficiales o falsificadas). Como consecuencia, cada vez hay más vividores a gran escala en el mundo del fútbol, como demuestran las tramas de corrupción en la cúpula de la FIFA. Hoy en día las nuevas estrellas ya crecen con un entorno preparado para exprimir su talento mediático, en algún caso incluso son famosos sin haber ganado nada, pero a pesar de todo Messi sigue siendo vieja escuela. Como dijo también ayer: «Lo único que sabía es que yo tenía que hacer anuncios, fotos o cosas de esas». Su leyenda es si cabe más grande, porque nada de eso estaba previsto cuando jugaba en las calles de Grandoli, en Rosario, y alguien le vio haciendo diabluras.