La clave

Aguirre, contra vagos y maleantes

JUANCHO
Dumall

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Lo peor no es que la candidata a la alcaldía de Madrid Esperanza Aguirre plantee echar a los sin techo de las calles porque espantan a los turistas. Aun siendo escandalosa semejante exhibición de insensibilidad social hacia quienes menos tienen, lo peor es que la veterana dirigente del PP madrileño hace esa propuesta porque cree, y es posible que tenga razón, que eso le da votos. Es decir, Aguirre apela a los instintos más primarios del sector del electorado que puede darle la alcaldía. Esas capas sociales de la derecha dura que piensan que quien pernocta en un cajero es un vago, cuando no un delincuente, y que los extranjeros que piden en las calles están organizados en mafias.

Un cóctel imbatible para ganar votos ultras: xenofobia y exaltación de la mano dura. ¡Fuera de nuestra vista gandules, rufianes y pedigüeños! Pero lo novedoso en la reflexión de Aguirre es que ahora ese grito se vincula al turismo, el gran maná de nuestro tiempo. Hay que velar por los visitantes franceses, ingleses o italianos, que nunca han visto en sus ciudades ni mendigos, ni yonquis, ni clochards. ¿Qué imagen se llevarán de Madrid si alguien les pide unas monedas en la boca del metro? ¿Qué pensarán al ver a familias que se lavan la cara en las fuentes públicas? ¿Se asustarán cuando vean a un hombre durmiendo entre cartones en un parque?

Suprimir manifestaciones

Poner por delante los supuestos intereses de los turistas a la realidad social que supone el aumento de indigentes en las calles es un orden de prioridades que no merece demasiados comentarios. Lo de la candidata del PP no es ultraliberalismo, es casi crueldad.

Para no ahuyentar a los viajeros que hacen escala en la capital de España para visitar el Prado, el Thyssen-Bornemisza, la Plaza Mayor o el estadio Bernabéu, Aguirre propuso además suprimir las manifestaciones en el centro. Hay que lucir una ciudad sin pobres y sin descontentos. Franco también lo hizo. Y con éxito. Prohibió las manifestaciones y mantuvo la ley de vagos y maleantes (ampliada a los homosexuales), con lo que consiguió el boom del sol español, entre flores, fandanguillos y alegrías.