Al contrataque

Ada y el apocalipsis

Colau ya ha logrado algo inaudito. Barcelona ya no solo es noticia por sus monumentos sino también por sus ideas

ERNEST FOLCH

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Barcelona se resiste a ser solo una postal. La victoria histórica de Ada Colau contiene un mensaje que el mundo ya ha descodificado: uno de los iconos del turismo mundial será gobernado por el eslabón perdido de la crisis. Los desahuciados, los parias de la tierra, llevan a su ángel hasta la plaza de Sant Jaume. Y es que la espectacular irrupción de Colau no es ninguna de estas construcciones seudotelevisivas, como demuestran sus escasos apoyos mediáticos. No, Ada Colau no es hija de ningún medio sino que es un fenómeno muy serio y muy profundo, que hunde sus raíces en un movimiento social nacido de una crisis letal en una ciudad donde una de cada cinco familias vive por debajo del umbral de la pobreza. Y lo verdaderamente increíble no es que la hayan votado los más desfavorecidos, sino que el empuje final se lo haya dado una clase media que a fuerza de disgustos ha entendido que debía enviar un mensaje catártico y decididamente solidario.

La irrupción de Colau ha provocado un nuevo género periodístico, el apocaliptismo, que en campaña prometía todas las plagas si ganaba y a pesar de que las urnas han desmentido estrepitosamente el mensaje del miedo, siguen autoconvenciéndose de sus autoprofecías milenaristas. La histeria es estrictamente minoritaria pero afecta a gente con mucho altavoz: los cien días de gracia han durado menos de uno y se prometen cataclismos con la Guardia Urbana, el World Mobile Congress, la Fórmula 1 e incluso se llega al ridículo vergonzante de afirmar que a partir de ahora ha muerto la cultura en Barcelona. Lo curioso es que Colau ha recibido más artillería del soberanismo que del mismo PP, prueba de que algunos tienen desde hace tiempo equivocado el punto de mira.

Soberanismo reforzado

No, no será el fin del mundo, como recordaba el mismísimo Círculo de Economía, que dio incluso la bienvenida a un «saludable movimiento revolucionario». Como tampoco será el fin del procés: los que confunden el país con su partido nos decían que la victoria de Colau paralizaría el soberanismo pero en realidad lo ha reforzado. No solo le da un acento social imprescindible sino que le obliga a tener más masa crítica: guste o no, el procés se prepara para una nueva y necesaria mutación y una vuelta a sus orígenes, sin personalismos ni nadie que se lo apropie.

La victoria de Colau es tan purificadora como compleja: es la primera vez que mucha gente gana unas elecciones en democracia, y a ella le tocará explicarles la diferencia entre su utopía y la realidad. Deberá recordarse cada día que ha ganado con muy poca diferencia y huir del mesianismo en un entorno donde demasiada gente le hará demasiados elogios. Pero ya ha logrado algo inaudito. Barcelona ya no solo es noticia por sus monumentos sino también por sus ideas. Una ciudad sale de su escaparate y grita que está viva.