Gente corriente

«Hay que invertir más en educación que en barrotes»

Esteve Pineda Da oportunidad a quien no la tiene. Fue voluntario de prisiones, pero entendió que la inserción pasa por el trabajo.

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NÚRIA NAVARRO

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Tras una dura experiencia familiar, Esteve Pineda (Barcelona, 1970) se hizo voluntario de prisiones y hoy dirige Dimas, una empresa de Granollers que da trabajo a 19 personas en riesgo de exclusión social. Está convencido de que las empresas de inserción son como las golondrinas: un síntoma de calidad ambiental.

-Mi hermano mayor iba al extranjero, volvía, lo veía contar billetes sobre la cama... Tardé mucho en entender qué ocurría. Cayó preso. Yo tenía 12 años.

-No es edad para vivir eso.

-A esa edad dormí a las puertas de la Modelo, porque había que hacer colas para coger número y entrar. Estuvo allí dos años. Luego, mi padre y yo llegamos a viajar 1.000 kilómetros, hasta Cáceres, para hablar apenas 10 minutos a través de un cristal.

-¿Qué vio en esos paisajes?

-Vi que era cierto eso de que a las grandes mujeres las encuentras en los hospitales y las prisiones. Recuerdo a la madre del Vaquilla gritando a mi lado... Vi gente con valores. Me quedó esa idea de que no solo condenan a la persona. También a su familia.

-Y supo canalizar todo aquello.

-Conocía la marginalidad porque crecí en un barrio de la periferia de Granollers. Pero me encontré con una situación que no deseaba y con un mundo que no entendía. Me preguntaba: «¿Cómo debe de ser por dentro la cárcel?». A los 20 años me convertí en voluntario.

-¿Llegó a entender ese mundo?

-Para ellos, el voluntario es el nexo con el exterior. Lo que conocí es aquello que me quisieron enseñar. Me explicaban bonitas historias sobre gente que estaba cambiando. Vi que corría el riesgo de quedarme con una parte que no era cierta. Supe pronto que en la prisión no podía cambiar grandes cosas.

-Vaya chasco.

-Comprendí que es más fácil engañar a un psicólogo en la prisión en una entrevista de media hora que en ocho horas diarias de trabajo. Podía esperarlos fuera y ayudarlos.

-Un momento. ¿Dentro no se aprende nada?

-A sobrevivir. Para cambiar las cosas se debería hacer menos inversión en barrotes y más en educación y seguimiento. A mediados de los 90, Catalunya fue pionera en Europa en intentarlo, pero la sociedad ha vuelto a querer palo.

-Entonces, ¿cuál es la clave?

-La clave está en dejarte la piel acompañando a la gente. En decirles: «¿Te ves capaz de darte una oportunidad? Pues yo te acompaño». Eso es Dimas. Ofrecemos un trabajo. Cuando das trabajo, la gente entiende que para vivir hay que trabajar.

-¿Cómo se organiza algo así?

-En 1997 el jefe de promoción económica del Ayuntamiento de Granollers nos sugirió hacer algo a un usuario del programa de renta mínima, a otro que venía de prisiones y a mí. Esperábamos una subvención que no vino. Así que nos dedicamos a vender chatarra para comprar un pequeño camioncito y recoger más chatarra, hasta poder dar forma al proyecto. Los tres nos lo creímos.

-¿Qué oferta de empleo tienen?

-Montaje de escenarios, transporte de sillas y mesas para fiestas, pequeñas obras de rehabilitación en escuelas, tareas de desbroce de bosques, recogida de ropa. A través de esos trabajos acompañamos a la persona que se quiere dar una oportunidad y que no siempre la aprovecha.

-¿No siempre la aprovecha, dice?

-Hay un esquema que se suele repetir. Al principio, cuando están en el tercer grado, vendrían sin cobrar. Los primeros seis meses son de boom. Pero llega un momento crítico, en el que el jefe ya no es el tío que te comprende, sino el que te exige, y se ven en la encrucijada: seguir siendo como el vecino y cobrar poco más de 1.000 euros al mes o ganar un pastón en cinco minutos, como antes.

-¿Cuántos eligen ser como el vecino?

-Las matemáticas deprimen.

-Entiendo.

-Los que optan por darse la oportunidad son menos de los que quisiera. Aun así, les marcas un hito. Se han visto con un camión o con las llaves del despacho del alcalde. Les ha subido la autoestima. Se saben capaces.

-Pero ¿cómo se le queda el cuerpo?

-Al principio me enfadaba, pero ahora me culpabilizo menos. Y no solo cuando alguien no regresa -que también-, sino cuando alguien se te muere por sobredosis. Entiendo que soy una parte más en el camino, y tampoco la más importante. Saco a limpio que si la sociedad fuera así, sería mucho más justa.

-No acabemos sin contar un éxito.

-El de mi hermano, que hoy es dueño de su vida, trabaja y tiene una familia. El cariño no cae en saco roto.