El epílogo

Confesión en Wall Street

JUANCHO DUMALL

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La reunión que mantuvo el martes en Nueva York el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, con los más importantes representantes de las empresas financieras de Estados Unidos tuvo un cierto aire de sacramento de la penitencia. Hubo examen de conciencia, dolor de los pecados y propósito de la enmienda, tres condiciones imprescindibles para el perdón, según señalaba el inefable, para muchas generaciones, Catecismo del jesuita turolense Jerónimo Ripalda.

Zapatero llegaba a Wall Street dispuesto a quitarse de encima el estigma de ser un rojo en la corte del rey Arturo. Un heterodoxo que con su política de ni un paso atrás en las políticas sociales había puesto en peligro nada menos que la estabilidad del euro.

En consecuencia, el presidente español escenificó un severo acto de contrición ante el financiero George Soros, los máximos ejecutivos de Goldman Sachs y Citigroup y los editorialistas de The Wall Street Journal. Un auto sacramental en tres actos. Examen de conciencia: la política de gasto para hacer frente a la recesión fue un error porque provocó un déficit público que los mercados no podían financiar. Dolor de los pecados: España lamenta haber tardado tanto en abrazar la economía del recorte, la única que nos sacará del atolladero. Propósito de la enmienda: ni la huelga general ni el horizonte electoral harán cambiar la nueva orientación del Ejecutivo socialista.

Discurso de izquierdas

Cabe preguntarse ahora, después de calmar a los mercados internacionales -los mismos que en mayo estuvieron a punto de hundir la economía española en medio de una irresponsable fiesta de la especulación-, cómo reconstruirá Zapatero su discurso de izquierdas, cuando los sindicatos están movilizados para que la huelga del próximo miércoles sea un éxito que cambie el rumbo de la política económica.

Al presidente solo se le ha ocurrido convocar un concurso de ideas, y ha ganado la de siempre: subir los impuestos «a los que más tienen». O sea, golpe a las nóminas más altas. En Wall Street ni se despeinan.