La escalera de caracol

Diversidad

RAMON FOLCH

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En La Plata, hacía notar a mis alumnos argentinos que, contrariando el tópico, su país no era diverso, sino enorme. Tiene selvas y desiertos, cordilleras y llanuras, pero hay que recorrer centenares de kilómetros para

cambiar de escenario. Diversa de veras es Catalunya, pues ofrece gran variedad en su pequeñez. Nieve y playa soleada coexisten en una misma cuenca visual. Entre el románico benedictino, negro y romano, y el gótico cisterciense, blanco y medieval, hay dos pasos. Arrozales tropicales, viñedos mediterráneos y prados alpinos se codean. En pueblos aún rurales florecen empresas informáticas.

Un territorio así predispone a la tolerancia. Distinto, aquí significa normal. Nos incomoda el uniformismo. Somos de todas partes. Desde hace un siglo, la inmigración supera al crecimiento vegetativo. Ser catalán es una opción doblada de sentimiento. El otro eres tú.

No tiene mérito, pero sí ventajas: ves el mundo sin orejeras. Y tomas la vida como proyecto. Te justifica construir el futuro. Venimos del pasado sin ir hacia él. Las esencias son el mañana.

No es gratis. Mucha ropa cortada a medida, muchos consensos y conciliaciones, muchas infraestructuras constreñidas en pasos sucintos, codazos en palmos cuadrados. Hay que gastar mucho para generar tanto entre tantos en tan poco espacio. Sometidos al imperio de los simples, sufrimos y descarrilamos. Y no podemos tolerar la intolerancia. Adiós, tercios de Flandes¿

No dependencia

Las tres últimas décadas son el mejor periodo de la España contemporánea: ingreso en Europa, moneda fuerte, división de poderes, Ejército en su lugar. Habían también traído un tímido reconocimiento de esa plurinacionalidad secularmente enmascarada por falsedades grandilocuentes. Todo ello, pésimas noticias, al parecer. La España megalítica se retuerce, necesita volver al muro sin ventanas, al pobre confort de la caverna. ¿Qué diversidad, qué proyecto, qué tolerancia, qué pluralismo¿? Demasiados peligros para tanta mezquina cobardía.

Un tribunal legalista, y tal vez por ello con escaso sentido del derecho, ha preferido el tenor literal de las escrituras a la voluntad de parlamentos y referendos, que son la fuente de toda legitimidad. Un tribunal isomórfico, más que metafórico, de una España sobrepasada, anclada en sus prejuicios, incapaz de entender y de entenderse. Plana, isótropa, anticuada: la vieja placidez del camposanto. Los vivos estorbamos porque nos movemos, deseamos, pensamos y somos. ¿Qué sentimiento puede inspirar, más allá de poner tierra de por medio? África vuelve a los Pirineos.

Sí, el problema son ellos. El problema que nos impide hacer frente a nuestras dificultades y defectos. No somos España, sino de España. Más que parte, pertenencia. Llaman secesión a la no dependencia. Y acaban en lo cierto. Las razones para cambiar la vieja mala convivencia por una nueva buena vecindad son abrumadoras. Cuestión de tiempo. Ya lo decía una pancarta:Vuestro odio es nuestro adiós. Necesitamos gestionarnos plenamente ¿Acaso es imposible Portugal? Contra el nacionalismo estrecho, la soberanía solidaria. Libremente, dueño de mí, tolerante y diverso, amante del proyecto, quiero exclamar, con poder y derecho, lo de aquel humilladero: «Vinguis d'on vinguis, siguis qui siguis, pensis com pensis, aquest poble és casa teva».