cine
Apocalipsis en la sala de estar
En 'El sacrificio de un ciervo sagrado', un hombre sufre un castigo de proporciones bíblicas. Y el espectador, un puñetazo en el estómago
Las películas de Yorgos Lanthimos transcurren en mundos que parecen reflejos deformados del nuestro, sujetos como están a normas ridículas y al mismo tiempo increíblemente perturbadoras. La que hoy estrena en nuestro país, 'El sacrificio de un ciervo sagrado', funciona como una versión levemente más mundana de una parábola bíblica: su crueldad y su sadismo, al menos, parecen sacados de las sagradas escrituras.
Habla de un cirujano (Colin Farrell), marido de una encantadora mujer (Nicole Kidman) y padre de dos niños modélicos, que se ve empujado a tomar una decisión familiar horripilante una vez que el adolescente al que ha tomado secretamente bajo su tutela -por motivos inicialmente misteriosos- se torna una implacable fuerza tenebrosa.
Seguir explicando el argumento sería estropear el contundente impacto que descubrirlo frente a la pantalla provoca, pero sí puede decirse que incluye una enfermedad enigmática, algún oscuro secreto y un terrible ajuste de cuentas. Los que son expertos en mitología griega detectarán referencias a la lucha de Ifigenia con Artemisa; a los que no lo son, se recomienda no 'googlear'.
Mientras contemplamos a los personajes rendirse al psicopático realismo mágico que dicta la lógica de su situación, también nosotros nos vemos abocados a la sumisión a medida que lo aparentemente cómico resulta ser pavoroso y la película encara inexorable su apocalíptico clímax.
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COMO ALIENÍGENAS
Dicho de otro modo: resulta imposible esquivar la máquina precisa e implacable de generar tensión que Lanthimos pone a funcionar a través de ángulos agresivos y aplastantes composiciones espaciales, de sonidos ominosos que marcan el ritmo de nuestros latidos y de una cámara que observa a los personajes y los acecha con la severidad de un pantocrátor, preparado para agarrarlos por el cuello hasta que, finalmente, lo hace.
A la atmósfera asfixiante sin duda contribuye la calculada impasibilidad que los intérpretes mantienen tanto cuando se dicen cosas bonitas como cuando hablan de crímenes o del vello de la axila, que los hace parecer alienígenas reproduciendo actitudes humanas cuyo significado no entienden, y que hace que sus revelaciones y sus actos resulten aún más brutales.
¿Cuál es la moraleja de esta parábola? ¿Se trata de un recordatorio de los peligros que jugar a ser Dios conlleva? Quizá. El cine de Lanthimos está diseñado para iniciar conversaciones, y para dejar al espectador asombrado, confundido, sacudido y alarmado. Muchos se sentirán fascinados por 'El sacrificio de un ciervo sagrado', y muchos reaccionarán ante ella con furioso rechazo. Y, casi seguro, de eso se trata.
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