CINE
¿De qué está hecho el genio?
El nuevo documental de Jon Nguyen y Rick Barnes se pasea por los años formativos de David Lynch en busca de las claves de su creatividad única
Considerando que David Lynch es uno de los más seductores misterios del mundo del cine, que sus películas -clásicos como 'Terciopelo azul' (1986), 'Carretera perdida' (1997) y 'Mulholland Drive' (2001)— parecen proceder de un estado de consciencia distinto al nuestro, cualquier aproximación a sus impulsos y preocupaciones creativos es visita obligada para todo amante del cine que se precie de serlo.
'The art life' es algo parecido a un autorretrato. De entrada, su espina dorsal es una voz en off en la que Lynch relata sus experiencias de juventud, que conformarían su insólita imaginación, y sus primeros pasos artísticos en el mundo de la pintura. Mientras tanto lo contemplamos trabajando en su taller, a menudo acompañado por su hija Lula, aplicando esmaltes y otras sustancias en enormes lienzos; también vemos viejos vídeos y fotografías caseros, que ilustran cómo el protagonista de una idílica infancia suburbana se sintió gradualmente atraído por el lado oscuro.
Descubrimos por ejemplo que el genio empezó a dibujar desde muy pequeño, que sus padres le dieron la libertad necesaria para nutrir la creatividad que desde el principio habían detectado en él, y que él puso a prueba esa confianza con su falta de disciplina en la escuela, las malas amistades y demás errores de adolescencia.
Conocemos algunas anécdotas que contextualizan la capacidad estremecedora que sus películas futuras tendrían: aquella mujer desnuda que un día, siendo él un niño, deambuló frente a su casa con sangre en la boca; aquellos quince días que pasó encerrado en un cuarto, escuchando sin parar la radio; aquella vez en la que paró el coche en medio de la autopista, totalmente colocado.
'The art life' también nos muestra decenas de esas pinturas; y no es una sorpresa que estén enraizadas en el mismo surrealismo y el mismo terror, y se sitúen en los mismos espacios oscuros, que películas como 'Cabeza borradora' (1977) o 'Inland Empire' (2006).Asimismo, Lynch recuerda cómo, poco a poco, se dejó seducir por la idea de vivir bebiendo café y fumando sin parar, conociendo mujeres hermosas y pintando obras maestras -"la vida artística"-, la llama él, y cómo pese a ello siguió otro camino: a los 23 años era marido y padre; y algo más tarde, al soñar que uno de sus dibujos cobraba vida, empezó a interesarse por el cine.
Comprobar esas sincronías resulta fascinante a pesar de que, en última instancia, al final de la película David Lynch siga siendo un enigma. De hecho, casi mejor así. Parte de la grandeza de sus películas es que no entendemos del todo lo que nos cuentan.
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