FOTÓGRAFO DE MAGNUM

El mundo arde y tú, leyendo

Bentota (Sri Lanka)

Bentota (Sri Lanka) / © STEVE McCURRY

IMMA MUÑOZ

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Es un tejado frente a las intemperies que más nos asustan (la soledad; la incertidumbre; la incomprensión, propia y/o ajena), un hombro sobre el que llorar zozobras, un cohete en el que nos montamos y ¡fiu! dejamos atrás aquel lugar en el que no queremos estar para instalarnos en otro espacio, y en otro tiempo. La lectura es un refugio. Nuestro refugio.

Steve McCurry (Pensilvania, 1950) es hoy, más que un fotógrafo de referencia, una estrella de la fotografía. Famoso por la imagen de la niña afgana de inquietantes ojos verdes que fue portada de 'National Geographic' en 1985, no importan las recientes polémicas sobre si usó o no lícitamente el Photoshop en sus imágenes: lo habrán apeado de la condición de fotoperiodista, pero no de la de estrella. Sigue teniendo legión de fans entre los amantes de este arte y viendo su nombre estampado en un tamaño mucho mayor que el del título en libros lujosamente editados con sus instantáneas tal vez no tan instantáneas.

Es el caso del último que ha llegado a las librerías, 'Sobre la lectura', con el que McCurry pretende hacer un doble homenaje: al placer de sumergirse en un texto y a cómo lo plasmó durante medio siglo el fotógrafo húngaro André Kertész (recogió esas fotos en 'El íntimo placer de leer', publicado en 1971), de cuyo trabajo se declara deudor.

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El viaje que el fotógrafo de Magnum emprende para mostrar cómo los seres humanos nos cobijamos en la lectura pasa por una treintena de países y una infinidad de momentos vitales, unidos por lo que Paul Theroux, en el prólogo del libro, considera que comparten todos los lectores: la luz. «Me parece que siempre hay algo luminoso en el rostro de una persona que está leyendo», escribe el novelista y viajero americano, autor de 'La costa de los mosquitos'.

DISTINTAS MIRADAS

Y la luz se adivina en los rostros de quienes aparecen en las fotos de McCurry. Aunque todos tengan la mirada gacha, los ojos fijos en el libro, o en el periódico, o en las hojas escritas a mano que sostienen en el regazo, o en la palma que a veces sujeta y a veces acaricia. Vivan situaciones placenteras, como estirarse en la hierba del neoyorquino parque de Washington Square; incómodas, como leer de pie, en una espera que se antoja interminable, en el bullicio de Hong Kong; o inverosímiles, como concentrarse en la lectura mientras avanzan las llamas en Smederevo, Serbia.

Una única persona mira directamente a cámara: una niña afgana que abraza contra su pecho, con determinación, dos libros, tal vez de texto. Su mirada, firme hasta la dureza, nos habla de otra vertiente de la lectura: la importancia de la alfabetización. Y de lo que están dispuestos a sacrificar algunos -o tal vez sería más exacto decir algunas- por conseguirla: hasta la vida.

Esa niña, y la mujer con burka que, sentada en el duro suelo, escucha a un hombre que lee sobre una alfombra, y el niño paquistaní con las dos piernas amputadas al que le brillan los ojos mirando por encima del hombro el libro que lee un hombre también amputado, y los dos jóvenes chinos que pegan sus cabezas devorando el mismo texto, necesitan más cobijo que nosotros. Que lo puedan hallar en los libros también está en nuestras manos.