Los restaurantes de Pau Arenós

Blavis: prometedores

Foto: MARTÍ FRADERA.

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Pau Arenós

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En lo gastronómico, Barcelona sigue siendo dinámica. La hostelería obliga al sacrificio y ahí están las parejas valientes para enfrentarse  a dúo a un negocio con horarios brutales. Los últimos en llegar, los luchadores del Blavis.

Sorpresa, sorpresa. Un restaurante minúsculo con una cocina holgada. Un consuelo porque lo reiterado son los restaurantes holgados –como si fueran grandes superficies  de lo comestible– con cocinas minúsculas, despreciables.

Blavis es una especie de camarote de los hermanos Marx en el que caben, como máximo, 12 personas. Olvidada la incomodidad hay que concentrarse en la aleccionadora correspondencia calidad-precio. Menú de mediodía a 12 euros: por el valor de dos entradas de cine no encontrarás nada mejor en Barcelona.

En la crónica está implicada una madre: la del chef, la señora Jette W. Petersen, que escribió un e-mail recomendando el lugar y, con una sinceridad enternecedora, confesaba que el cocinero, Marc Casademunt (Barcelona, 1976), era su hijo.

La temeridad materna a espaldas de Marc hizo gracia, así que asumiendo el riesgo de que Blavis fuese un chasco, realicé la reserva.

También era inspiradora la tarjeta de presentación, en la que con éxtasis naturalista relacionaban el blavis con el color del atún recién pescado y la piel de la berenjena madura.

La limitación del local era una invitación a marcharse pero el menú escrito a tiza en la pizarra, una propuesta para quedarse.

Charlando con ellos, con Marc y su pareja y socia, Sònia Devesa, desplegaron unos currículos sólidos, que excedían con mucho la reducida capacidad del sitio. Entre los dos, Mugaritz, La Broche, Talaia, Comerç 24...  Algo serio.

¿Y qué hacían dos profesionales con experiencia en aquel bareto, donde se habían instalado hacía seis meses?

Comenzar con modestia un proyecto que algún día confluirá en un restaurante normalizado, y excelente. Pero de momento están en Blavis luchando, con horarios de penado con cadena: de 7,30 a 16.00 de lunes a viernes; y viernes y sábado, además, noches, con una carta de tapeo, con platillos entre los 4,50 y los 7,50 euros.

Pero de lo que se habla aquí es del menú de mediodía.

De los tres primeros, el cliente elige ¡dos!, que fueron la ensalada de queso gorgonzola con pera –bien aliñada, con la dosis justas de vinagre de Módena– y las lentejas con una quenelle de fuagrás, plato ya con intención, un caliente-frío bien elaborado que relaciona lo popular con lo sofisticado.

De segundo, una ternera con setas que hubieran elogiado esas súper abuelas que tantas veces se reivindican, con un puré de patatas muy académico.

El bacalao al pil-pil con humus (combinación libanesa-vasca que no aparece en ningún manual) era impecable, según confirmación de un comensal buen conocedor del gádido e ignorante de las especialidades de Beirut. Y de postre, un pastel de mató con higos algo cargado de licor. Un goce muy baratito.

Marc no sabe cómo definir lo que hace y lo deja en manos del visitante: cocina-popular-que-ha-estado-por-aquí-y-por-allá-con-inclinaciones-modernas. Alguna vez, una combinación danesa para honrar a la señora Jette W. Petersen. “Improviso bastante. Por la mañana, a las nueve, voy al mercado y elijo. Cada día es diferente Es un poco de locura, pero...”, explica Marc.

Cuchillo, horno, microondas, sandwichera y dos fuegos. El día que compre el resto del menaje será imparable.