El último adiós de Matute

La editorial Destino publica 'Demonios familiares', la última e inconclusa novela de la escritora, fallecida en junio

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OLGA PEREDA / MADRID

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Ana María Matute barajó la posibilidad de titular Vértigo su última novela. La empezó a escribir hace unos cuatro años, cuando ya estaba enferma. Los vértigos que sufría no la dejaban levantarse de la cama. Y además, padecía serios problemas intestinales y pulmonares que convirtieron el hospital en su segunda casa. Así, con dolor, fue cómo la barcelonesa parió su último hijo literario: Demonios familiares, que Destino acaba de publicar. La novela está inconclusa. Matute falleció el pasado junio, a sus 89 años, y no la pudo terminar. ¿Le resta eso validez literaria? No, según el responsable de la editorial, Emili Rosales. «Un final inconcluso no hace la obra menos interesante. Estamos delante de una joya», sentenció.

La joya, Demonios familiares, es una deliciosa novela que empieza en 1936 (año de inicio de la guerra civil española) y que narra la vida de Eva, una joven que vuelve a su casa tras salir del convento en el que iba a entregar su alma a Dios, arrasado por los republicanos. Entre otros demonios familiares, Eva se reencuentra con su padre, un autoritario y violento militar que ahora vive humillado en una silla de ruedas. También con su abuela, un ser descarnado que ha muerto y, al mismo tiempo, no ha muerto. Y con su tata, una mujer sensata y lúcida, como son todas las tatas en la obra de Matute, que, en la vida real, fue una niña de la guerra. La contienda le pilló con 11 años y, a pesar de ser hija de casa bien (su padre era fabricante de paraguas), el conflicto la convirtió en uno de esos niños que tuvieron que hacer cola para conseguir pan.

Plasmadas en su último libro están muchas de las obsesiones de la escritora, como la falta de comunicación, la incomprensión, los viejos rencores nunca curados y la traición. Los personajes de Demonios familiares viven en una casa poblada por eso mismo, demonios: odios, silencios y llantos. Sin embargo, entre esas cuatro paredes surge también el amor. Aunque sea prohibido.

HASTA LA PÁGINA 172 / La trama de Demonios familiares transcurre hasta la página 172. A partir de ahí, «que cada lector termine la historia a su gusto». La que así lo recomienda es Almudena Grandes, que ayer presentó la novela en Madrid junto con los responsables de la editorial y la profesora María Paz Ortuño. Amiga íntima de Matute, fue Ortuño la persona que le ayudó a pasar a ordenador cada página de Demonios familiares que la autora escribía en su máquina Brother.

Fue a partir de Olvidado Rey Gudú (1996) cuando la premio Cervantes 2011 -una autora precoz que empezó a escribir sus primeros cuentos cuando solo tenía 5 años- cambió su vieja Olivetti por una Brother, que le dio más de un susto. «Durante su último verano se quedó sin cinta y fue toda una odisea encontrar una en agosto, con todo cerrado en Barcelona», recuerda Ortuño al final de Demonios familiares, en unas emocionantes páginas en las que revive el proceso de escritura de la novela. Matute, como ella misma dijo en más de una ocasión, había llegado tarde a los ordenadores. No soportaba las pantallas. Le encantaba tocar el papel y colocarlo en su máquina de escribir. Amaba el olor del papel y el crujido de las páginas. «Me parecen bien los ordenadores, pero a mí que me dejen con mis antiguallas», sentenció la autora de Primera memoria (1959) en un encuentro con periodistas a raíz del premio Cervantes.

FOLIOS LLENOS DE TACHADURAS / Cuando Matute le daba los folios escritos a máquina a su amiga Ortuño para que se los pasara a ordenador, lo hacía llenos de tachaduras. «Cuando tachaba, lo hacía vigorosamente, con un rotulador negro muy grueso. Encima escribía a mano la frase correcta», explicó ayer su íntima amiga. Cada vez que Matute corregía algo era para simplificarlo. Le gustaba eliminar lo innecesario, lo superfluo, lo que no contribuía a nada.

La escritura de Demonios familiares no fue ni mucho menos un camino de rosas. «Fue una auténtica lucha, un entregarse en cada una de las frases y palabras. A pesar de su pobre condición física, se levantaba cada día y escribía. Y cuando no podía hacerlo, fabulaba. Incluso en los últimos días en el hospital daba vueltas a los últimos capítulos», subrayó Ortuño, con la que, curiosamente, Matute no quería hablar mucho de su novela. «Ella decía que si hablaba todo se desmoronaba y se le iban las ganas de escribirla. Sin embargo, siempre se le escapaba algo. Me contaba cosas de los personajes y se le encendían los ojos».

LA CARPINTERÍA, SU PASIÓN / Para Almudena Grandes, Demonios familiares confirma una evidencia: que la autora de Los hijos muertos (1958) -versión inmisericorde de la posguerra- era una formidable narradora de historias. «Ana María es una de las grandes escritoras del siglo XX. Mejor dicho, uno de los grandes escritores del siglo XX. Era una autora excepcional, descomunal. Tenía fuerza y talento. Era valiente y perfectamente consciente del mundo en el que vivía. Yo no sería la misma persona, ni tampoco la misma escritora, si no hubiera leído sus novelas», comentó la autora de Las tres bodas de Manolita, que también recordó cómo en los años 90 ambas tenían fantásticas tertulias sobre carpintería (la pasión de Matute) y cocina (la pasión de Grandes).

Esas tertulias eran divertidas. Como Matute, una persona con la que te reías y que amó la vida «hasta el final». Y eso que, a nivel personal, no lo tuvo nada fácil: un nefasto primer matrimonio, un juez que le quitó la custodia de su hijo y una maldita depresión que la puso fuera de juego durante más de dos décadas.