segunda incursión del cineasta en el género lírico

Gilliam convierte una ópera de Berlioz en un gran 'show'

El fundador de Monty Python estrena 'Benvenuto Cellini' en el Liceu

El cineasta Terry Gilliam, ayer, en el Gran Teatre del Liceu.

El cineasta Terry Gilliam, ayer, en el Gran Teatre del Liceu.

MARTA CERVERA / BARCELONA

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Al fundador de Monty Python y director de cine Terry Gilliam (El rey pescador, Brazil, Doce monos) le van los desafíos. El teatro lírico es uno de ellos. A lo largo de su prolífica carrera ha llevado dos óperas a escena, ambas de Héctor Berlioz (1803-1869), su compositor predilecto. En el Liceu se verá a partir de domingo Benvenuto Cellini (antes dirigió La condenación de Fausto), si la amenaza de huelga de los trabajadores no lo impide.

Su montaje es colosal, colorido e imaginativo. Sale de lo convencional e incluye escenas donde participan hasta un centenar de personas, entre coros, solistas, actores y artistas de circo. «La ópera es una especie en vías de extinción, necesita sangre nueva, público joven que se interese por ella o desaparecerá», afirma categórico Gilliam, orgulloso del éxito de su propuesta, estrenada en la English National Opera en el 2014.

Un 40% del público en Londres fue gente joven. «Más que una ópera, he hecho un show, un espectáculo popular como lo fue la ópera en los siglos XVIII y XIX, cuando no era el entretenimiento de una élite. Después vino la televisión y todo cambió», lamentó. «Yo quiero atraer a la gente de hoy, que es muy diferente de la que iba a la ópera siglos atrás».

NUEVA VERSIÓN

La versión musical de Benvenuto Cellini también es nueva. Ha sido creada a partir de las tres que ya existían. «Como ninguna de ellas funcionó, hemos creado una propia. La nuestra ha funcionado comercial y artísticamente, incluso entre los críticos», dice con ironía. El director ha recortado el texto y la partitura tanto como le permitió Edward Gardner,el director musical que estrenó esta producción, que en el Liceu tendrá a Josep Pons.

«Todos los cortes fueron consensuados», recuerda, visiblemente contrariado con la forma de trabajar en el mundo lírico en comparación del cine y el teatro. «En Inglaterra, cuando montas un shakespeare no ves el texto como si fuera la Biblia. Entendemos que esas obras fueron escritas hace siglos para un tipo de gente y que no pasa nada por adaptarlos al público actual. Pero en la ópera es distinto, la partitura es sagrada».

Cuando le propusieron dirigir Benvenuto Cellini, basada en la figura del escultor renacentista del titulo, aceptó sin pensarlo. Gilliam había leído la autobiografía del artista florentino. Y le fascinaban tanto su figura como la del compositor.

«Berlioz es un hombre de extremos, como Cellini, un loco que no temía asumir riesgos e ir más allá de lo establecido», apuntó. «En el mundo actual, cada vez más dominado por grandes corporaciones, más pequeño y asfixiante, necesitamos locos. No de esos que ponen bombas, sino locos creativos como Berlioz».

La obra muestra la lucha del escultor por perseguir lo imposible. «Muestra el éxtasis creativo contrapuesto con el terror y el infierno de pensar en el fracaso». Sabe de qué habla. Ha experimentado ambos a lo largo de su dilatada carrera y también en esta ópera, donde, inspirado por Berlioz y Cellini, ha vuelto a desafiar al género operístico para hacer el espectáculo que soñaba.