EXPOSICIÓN 3 DIBUJO

El MNAC aúna el clasicismo y la modernidad de Torres-García

'Arte constructivo universal' (1942).

'Arte constructivo universal' (1942).

NATÀLIA FARRÉ
BARCELONA

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«hay un principio en la historiografía del arte del siglo XX, que parece básico e indestructible, según el cual clasicismo y modernidad son dos conceptos contrapuestos, enemigos el uno del otro. La obra de Torres-García puede ser entendida como una refutación constante y permanente de este principio. Y de alguna manera la exposición explica esto». Así presenta la muestraTorres-García en sus encrucijadas (hasta el 11 de septiembre, en el Museu Nacional d'Art de Catalunya) su comisario, Tomàs Llorens. Y quizá para que la evidencia no deje lugar a dudas, dos obras a priori opuestas abren la muestra: un gran dibujo heroico de inspiración clásica,La maternidad. La familia (1944), y una pintura sobre tabla con una de las típicas composiciones abstractas de Torres-García (Montevideo, Uruguay, 1874-1949),Arte constructivo universal (1942). «Ambas son de la misma época y ambas están hechas con la misma vehemencia», apunta Llorens, y pese que a primera vista parecen piezas de autores diferentes, «se aprecia la misma mano y la misma sensibilidad artística y poética en las dos. Esto es lo que hace tan extraordinaria su figura», concluye.

La maternidad. La familia, además, remite a la gran obra del artista, al trabajo que dedico seis años de su vida (1911-1917) casi exclusivamente: la decoración del Saló Sant Jordi del Palau de la Generalitat. Un proyecto con un final truncado y que «como un fantasma estuvo siempre presente en él», afirma el comisario. De hecho, en 1944, cuando pintó la pieza que abre la muestra, estaba convencido de que los frescos habían sido destruidos durante la dictadura de Primo de Rivera. Aunque en realidad, solo fueron tapados.

Pero la historia se remonta más atrás, cuando, en 1911, Prat de la Riba le encargó que decorase el espacio más emblemático del Palau de la Generalitat. Torres-García llegó a realizar cuatro de los seis murales proyectados antes de que, en 1918, muerto Prat de la Riba, su sucesor, Puig i Cadafalch, rompiera el contrato -«me han despedido como un criado», le escribió a Barradas- y lo que tenía que ser la gran obra programática del noucentisme quedará inconclusa. ¿Por qué esa inquina entre el arquitecto y el pintor? «Tenían concepciones diferentes sobre el clasicismo -relata Llorens-. Para el primero era moderación, lo veía como un freno a los cambios. Para Torres-García era el principio de un futuro mejor, de la Catalunya moderna».

PROCESO ÍNTIMO / Pero antes de esta inflexión al clasicismo y de convertirse en mascarón de proa del noucentisme, el artista había sido uno de los baluartes del modernismo -en 1901 realizó con Gaudí, los vitrales de la catedral de Palma de Mallorca-.

«Evoluciona hacia el clasicismo sin abandonar su apuesta inicial por el modernismo», a juicio del comisario. «Y este deseo de adentrarse en un camino sin abandonar el camino opuesto, esa voluntad de sumar todas las encrucijadas se convierte en un rasgo esencial de la trayectoria que seguirá a lo largo de su vida», reflexiona Llorens. Y lo hará también, ya instalado en París, en 1926 , cuando se convierta en uno de los animadores principales de la abstracción de entreguerras. «No contrapone razón a naturaleza. Sino que transita por los dos caminos a la vez».

La exposición quiere mostrar la complejidad de este itinerario tan particular acercándose al proceso más íntimo de la creación del artista con 80 dibujos de la colección familiar, inéditos en su mayoría. «No son obras de arte realizadas par ser admiradas sino pequeños testimonios de una búsqueda particularmente intensa», concluye Llorens.