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Premios

MIKEL LEJARZA

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Los llaman premios, pero el apellido cambia. Oscar en EEUU; Bafta en el Reino Unido; Cesar en Francia; David de Donatello en Italia; Goya y Gaudí entre nosotros. Son los galardones de las Academias de Cine que premian aquellos trabajos que se creen los mejores en opinión de sus miembros. Luego hay otro tipo de ceremonias similares, como los Globos de Oro, otorgados por la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood, en reconocimiento a la excelencia de profesionales en cine y TV a nivel mundial. Son eventos llenos de glamur y con una amplia cobertura mediática además de la presencia de famosos. Sin embargo, en los últimos años el seguimiento popular, fundamentalmente a través de televisión, está en franca decadencia. Las razones pueden ser varias.

La primera tiene que ver con el hecho de que no son premios del público, que donde se manifiesta es en las taquillas. Y como ocurre casi siempre, a críticos y académicos les cuesta identificarse con los gustos mayoritarios de los ciudadanos, con lo que parece lógico que de igual modo estos se desentiendan de unos galardones que no eligen y que suelen prescinden de sus preferencias.

En segundo lugar, por la propia pérdida de relevancia del cine tal y como fue en el siglo XX. La sociedad está perdiendo el hábito de ir al cine, porque los filmes se pueden ver en casa en excelentes condiciones técnicas y de un modo compatible con estar conectado al mismo tiempo con otras personas. Intenten quitar a un joven el teléfono durante dos horas y verán que les sale urticaria. Y el cine en sala exige eso. O no van, o si lo hacen no paran de encender el móvil constantemente.

En tercer lugar porque las Academias son cotos cerrados y desfasados respecto a lo que el sector es en la actualidad. Hoy en día sólo tendría sentido una Academia del audiovisual que englobara al mismo tiempo a profesionales del cine, tele, radio, videojuegos o canales de internet, porque sus profesionales trabajan indistintamente con unos medios u otros al mismo tiempo.

Por último, el desequilibrio evidente entre lo que se considera la industria del cine, un selecto y muy profesional grupo de productores, actores, directores y especialistas, y la realidad, donde la pieza esencial son los grupos audiovisuales que en gran medida lo sostienen y que sin embargo viven al margen de la Academia e incluso de las principales asociaciones de productores que siguen sin considerarles como tales.

Pero todos estos actos tienen como objetivo promocionar una industria que no atraviesa su mejor momento y que probablemente nunca más volverá a ser lo que fue. Y esto es loable y necesario porque se trata de un sector importante cuyos productos emplean a muchos profesionales y viajan por todo el mundo. Pero si se trata de eso, reconozcamos que los Goya en muchas ocasiones han sido un ejemplo del peor márketing que un producto pueda tener, al convertir lo que debiera ser una fiesta del placer que nos aporta a todos el cine en un mitin partidista en el que la alegría se sustituye por el insulto. Y claro, los que se sienten ofendidos, se van o no vienen. No olvidemos que lo imprescindible sigue siendo entretener para que nos elijan como acompañantes.