Pantera y negra

La diva del pop convirtió su actuación en la SuperBowl en una reivindicación de las mujeres negras con referencias a Malcolm X y críticas a la violencia policial contra jóvenes afroamericanos. Su última canción, 'Formation', ha sido aclamada como la llegad

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NÚRIA MARRÓN

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Abran paso que aquí llega Beyoncé. La jefa del pop, la reina absolutista de la industria discográfica, la más milmillonaria de las divas, acaba de entrar en una nueva liga, la de la teoría política, desde que el domingo pasado apareció en el intermedio de la Superbowl y, ante 100 millones de espectadores, convirtió su actuación en un artefacto pop de implacable y rabioso orgullo negro.

Todo en el show evocaba a los Panteras Negras, de los que, ahora, por cierto, se celebran los 50 años de su nacimiento. El mismo cuero negro. Las mismas boinas. Los mismos puños en alto que ya alzaron Tommie Smith y John Carlos en 1968 en los Juegos Olímpicos de México. Como que, más que un gesto, el show era un puñetazo, las bailarinas que la acompañaban delinearon una X en alusión a Malcolm X, y mostraron un cartel en el que se pedía «Justicia para Mario Woods», el joven de 26 años negro que en diciembre cayó desplomado con 20 balas en el cuerpo mientras intentaba huir de los agentes apenas armado con un cuchillo. Huelga decir que ninguno de los policías se enfrenta a cargos criminales.

MUJERES NEGRAS Y HERENCIA SUREÑA

La canción que interpretó, 'Formation', cuyo videoclip se había estrenado por sorpresa el día anterior, ha sido saludada por la 'liga Yvy' de la prensa con un festín de artículos que viviseccionan su reivindicación de la diversidad y la fuerza de las mujeres negras -a menudo silenciadas también en su propia comunidad-, y ese furioso dedo índice con el que señala la pobreza y la violencia policial que sufren los afroamericanos en un momento en el que se pasa revista a los ocho años de Obama de la Casa Blanca, Donald Trump exprime la xenofobia y un boicot señala la supremacía blanca en los Oscar. «Hay en ella una letanía de la negritud, de lo que nos gusta, de nuestra diversidad y nuestras intersecciones de clase, género y sexualidad, una voluntad de arrancar la narrativa americana negra de los márgenes y llevarla hasta la centralidad», festejaba en 'The Guardian' la escritora Syreeta McFaddenal tiempo quen añadía que Beyoncé muestra que «la revolución puede ser hermosa», y que la protesta y la celebración no son contradictorias «cuando imaginamos un futuro negro que no esté lleno de dolor y muerte».

En otra cantante, quizá este 'vídeo-manifesto' con imágenes del abandono de Nueva Orleans durante la crisis del Katrina y de un niño que baila ante los antidistubios frente a un grafiti que escupe «'stop shooting us'» hubiera cosechado peros y toses nerviosas.Como mínimo, habría lanzado un puñado de interrogantes pertinentes sobre si la cantante, criticada por blanquearse la piel en discos y anuncios, no está convirtiendo la cuestión racial en su último tirabuzón de márketing. Sin embargo, la credibilidad de Beyoncé es totémica dentro y fuera de la música. «Es como si viniera hacia nosotros, bajara los cristales tintados de su coche y nos hiciera saber -ahora más que nunca- que aún tiene los pies sobre la tierra, que está atenta a lo que ocurre en el mundo y que aún es esa chica del barrio -decía la columnista Jenna Worthan en 'The New York Times'-. Creo que quiere hacernos saber que, aunque sea en un acto como la Super Bowl, tiene opiniones y no le da miedo compartirlas a escala nacional o mundial».

FEMINISMO CAPITALISTA

Lo cierto es que no es la primera vez que la cantante sale, arrastrando un saco de contradicciones, de ese universo de lujo, contoneos y autismo social que es el pop. Junto con su marido, ha pagado fianzas de jóvenes arrestados en los disturbios raciales de Baltimore y Ferguson, y ha realizado donaciones millonarias a grupos activistas como Black Lives Matter. Ya en el 2013, sampleaó en la canción 'Flawless' frases de la escritora feminista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, lo que desencadenó un debate a escala galáctica a propósito de su problemático feminismo capitalista y negro que parece unir emancipación con facturas millonarias y que ya en la canción 'Independent women' de Destiny Child resumía así:«Me compro mis propios diamantes y me compro mis propios anillos».

A diferencia de su marido, que nació en el gueto neoyorquino de Marcy Houses y trapicheó con el crack («sé hacer un presupuesto porque fui traficante de drogas», ha dicho), Beyoncé creció en un barrio de clase media de Houston. Hija de una peluquera y de un empleado de la industria discográfica, se pasó la niñez encadenando concursos de canto y baile. A los 16 años ya cantaba en Destiny Child, cuyo mánager era su propio padre, del que cuenta la leyenda que las ponía a rezar antes de salir al escenario.

PADRES DE UNA NIÑA

La cantante iba inventariando dólares y grammis cuando en el 2002 empezó a salir con su actual marido, Jay-Z, camello reinventado en rapero y luego en magnate sideral que se apunta el tanto de haber sacado a Beyoncé, en solitario desde el 2003, de las baladas azucaradas. «Ella era una buena chica hasta que me conoció -afirma-. Ahora es una 'gangsta'».

Los artistas, herméticos con la prensa, se casaron en secreto en París en el 2008 y, cuatro años más tarde, tuvieron a su hija, Ivy. Puntualmente, van filtrando detalles que dan cuenta de su incontestable poderío, celebrado como si fuera propio por sus millones de seguidores. Por ejemplo: para un día del padre, Beyoncé regaló a su esposo un jet privado valorado en 40 millones de euros. Y él le contestó con un bolso Hermes de 350.000.

MILMILLORANARIOS

El patrimonio de la pareja, íntimos de los Obama y del millonario ruso Mijail Projorov, ronda los mil millones de dólares y tienen una diversificada cartera de inversiones. Para la Super Bowl, Beyoncé alquiló una mansión que le costó 10.000 dólares, a juego con las 10.000 rosas que, dicen, le regaló su marido. Así, asentada en ese gran trono de dinero, poder y prestigio, no cuesta imaginársela escuchando los venenos que ha desatado su 'show': el exalcalde republicano de Nueva York Rudolph Giuliani ha tachado de «escandaloso» que utilizara la Super Bowl para «atacar a la policía» y el martes hay convocada una concentración en Nueva York contra la cantante por «glorificar», dicen, a los Panteras Negras. Diez a uno a que a Queen Bee no se le ha movido ni un rizo.