ÓBITO

El maestro James Salter

El escritor estadounidense James Salter, en el estudio de su casa, en Bridgehampton.

El escritor estadounidense James Salter, en el estudio de su casa, en Bridgehampton.

ANNA ABELLA / BARCELONA

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James Salter (Nueva York, 1925) acabó de quemar los días, si nos remitimos al título sus memorias, en las que escribió: «Solo cuando aceptas que eres mortal, y eso nunca ocurre al principio, empiezas a comprender que la vida y la muerte son la misma cosa». El paso de los años fue el gran aliado de un hombre que antes de ser escritor fue piloto de combate pero que supo forjar su cuidadísima y sutil literatura a base de trabajar a fuego lento, con rigor y meticulosidad. A Salter, que fallecía este sábado a los 90 años en su casa de Bridgehampton (Long Island), acompañado de su segunda esposa, la dramaturga Kay Eldredge, le llegó la popularidad y el éxito de ventas en el 2013 -«quizá algo tarde. Pero es agradable, como un café por la mañana», admitía-, cuando publicó su sexta novela, Todo lo que hay (Salamandra / Empúries), pero sus colegas anglosajones, entre ellos Julian Barnes, John Banville, Susan Sontag o John Irving, le consideraban desde hacía muchos años un referente y un maestro. Como dijo Richard Ford, quien le llamó «el héroe olvidado», escribía «las frases americanas mejor que nadie».

Su producción fue escasa (seis novelas, dos libros de relatos y sus memorias, Quemar los díasdonde evitó todo dramatismo ante la muerte prematura de una hija) pero supo ser un estratega en administrar los tiempos de su prosa, en hallar las palabras justas y, sobre todo, en escribir sobre «la vida cotidiana, que es la única que existe», porque «la vida deja en la antesala al conocimiento y se rinde a la pasión, la energía y la mentira», decía hace un año sobre Todo lo que haycon la que regresó a lo grande a la excelencia literaria tras un silencio novelístico de 34 años.

De su obra anterior (que había venido publicando Salamandra en castellano y que está recuperando L'Altra en catalán) ha dejado huella indeleble Juego y distracción Juego y distracción(1967), una aventura amorosa en Francia entre un universitario estadounidense y una joven francesa, considerada ya un clásico del erotismo, que en su día fue rechazada por numerosos editores, siendo finalmente George Plimpton, de Paris Review, quien le adelantó 3.000 dólares por ella. Apasionado de las mujeres, también dio que hablar el sexo en Todo lo que hay. «El sexo es para mí algo de una importancia inmensa, pero del tipo de importancia que brota de manera natural, que no genera preguntas».

UN LECTOR ATENTO

No menos memorables son Años luz (1975), donde radiografiaba la agónica decadencia de un matrimonio, o los relatos del volumen La última noche La última noche-con frases como «La miró y, por un momento, olvidó que lo tenía todo»-, reconocidos con el PEN Book Award. «Mi escritura requiere a un lector atento -afirmaba-. No quiero sonar pretencioso pero hay cierta música en mis libros, cierta cualidad rítmica, conversación y diálogo que te puedes perder».

Nacido James Arnold Horowitz en una familia judía acomodada, Salter siguió muy joven los pasos de su padre estudiando en West Point, donde se graduó en 1945 empezando una carrera de 12 años con más de cien acciones como piloto de combate en la Fuerza Aérea estadounidense. En la segunda guerra mundial estuvo destinado en Okinawa y Hawai y fue voluntario en la guerra de Corea. Su experiencia militar le daría la experiencia que volcó en sus dos primeras novelas, una de las cuales, Pilotos de caza (1956), llegaría al cine protagonizada por Robert Mitchum.

Su lazo con Hollywood, un mundo que no acabó de cautivarle, siguió con diversos guiones de cine, como el de El descenso de la muerte (1969), con Robert Redford. Aquellos trabajos le permitieron viajar por su adorada Europa, donde quedó fascinado por España y por figuras como Lorca, Gaudí, Machado y Valle-Inclán. Para suerte para la literatura abandonó por la pluma su pasión por volar.