NUEVA ENTREGA DE LA SERIE DEL LOCO

Mendoza convoca a los corruptos en su último libro

'El secreto de la modelo extraviada' sucede en la actualidad y en los 80

El escritor barcelonés Eduardo Mendoza, poco antes de la rueda de prensa de presentación de su novela 'El secreto de la modelo extraviada'.

El escritor barcelonés Eduardo Mendoza, poco antes de la rueda de prensa de presentación de su novela 'El secreto de la modelo extraviada'.

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Hace tres años, en ocasión de la presentación de su penúltima novela del Loco, ese personaje estrafalario y sin nombre que puebla su larga lista de obras menores o de puro cachondeo, Eduardo Mendoza decía que muy probablemente tardaría en echar mano de su personaje unos buenos diez años. Pero para alegría de los seguidores del autor en su variante más gamberra, El secreto de la modelo extraviada (Seix Barral) no se ha hecho esperar tanto y aquí vuelven a ponerse en marcha sus disparatadas andanzas barcelonesas. Con una salvedad. Si en El enredo de la bolsa y la vida había un intención expresa de mostrar la Barcelona de la crisis, aquí con una trama en dos tiempo, el actual -en el que sitúa a los inversores fraudulentos en la cárcel- y el de los de los años 80, cuando El Loco se movía con soltura y vitalidad por un Raval de prostitutas y quinquis -palabra que hoy requeriría nota a pie de página- se refleja lo mucho que ha cambiado esta ciudad en las últimas tres décadas.

Cuando todavía resuena el eco de sus declaraciones en el Hay Festival de Segovia en las que aseguró que la independencia sería perjudicial para Catalunya, Mendoza, que ha venido a la rueda de prensa en La Pedrera de Gaudí para hablar de su libro, hace pases toreros para evitar la confrontación. «¿Que cómo vivo esa situación? La vivo contento de estar vivo», ironiza, y añade su constatación de que Catalunya pasa por «un momento de conflicto y de tendencias opuestas y que eso se refleja en la vida cotidiana de las personas».

A rastras

Pocos guiños al procés hay en la novela -«No sabría cómo colocar al Loco en una Catalunya independiente pero es que yo voy siempre a rastras de la realidad»- pero sí a la corrupción reinante. «No sé si tenemos los políticos que nos merecemos, pero sí los delincuentes que nos merecemos. Ahora los empresarios y los políticos corruptos en vez de ingeniería financiera hacen lampistería financiera». Y añade: «Aparte de sus bellezas turísticas, uno de los factores que conforman Barcelona es su corrupción, que es como su clima. A veces llueve, hay corrupción, algunos van a la cárcel...».

La buena noticia que acompaña implícitamente la salida de la novela es que el humor de Mendoza se mantiene en forma pese a sus conocidas circunstancias personales, la reciente desaparición de su compañera Rosa Novell. Él lo resume en una cita, de Aristóteles nada menos: «La esperanza nos defiende del presente y el humor del pasado».

En el arco temporal que abarca su novela, Barcelona ha sufrido una transformación que el autor contempla sin nostalgia, aunque sus declaraciones denoten cierta extrañeza. Baste fijarse en La Pedrera, una de las localizaciones de la obra, donde en los años 80 dos personajes fijan un encuentro en su terraza porque es un sitio perfecto para estar solos. «La Pedrera era entonces el abanderado del deterioro de la ciudad. Hoy es difícil imaginar que aquí había un bingo y un bareto». Con todo, la mirada del autor nada tiene de complaciente. Así lo expresa con su personal guasa: «Me niego a admitir que cualquier tiempo pasado fue mejor. En Barcelona no hemos tenido un terremoto ni hemos sufrido una epidemia de tifus. Hay ciudades que no pueden decir lo mismo». Pero subsiste, claro está, el extrañamiento de pasearse por una ciudad  -«capital mundial del baratillo y la idiocia», dice un personaje en el libro- en la que ya no se venden en La Rambla sombreros mexicanos ni banderillas toreras pero ahora el viandante barcelonés se siente en minoría frente a los turistas armados con camisetas de Messi.

Mendoza es un humorista un tanto amargo, no en vano el pasado junio recibió en Praga el premio Kafka, que también lo era. Teorizando sobre el tema, el autor de La ciudad de los prodigios constata que en los últimos tiempos los catalanes, hábiles para reírnos de nosotros mismos, nos estamos tomando las cosas con excesiva seriedad. «Quizá con el tiempo nos riamos», dice con acidez.

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