BIOGRAFÍA DE UN CONTROVERTIDO ESCRITOR ITALIANO

Malaparte, el camaleón

El libro de Maurizio Serra rescata al veleidoso autor de 'Kaputt' y 'La piel'

El escritor y diplomático italiano Maurizio Serra, el pasado lunes en la sede de la Editorial Tusquets.

El escritor y diplomático italiano Maurizio Serra, el pasado lunes en la sede de la Editorial Tusquets.

ELENA HEVIA
BARCELONA

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El mejor personaje de Curzio Malaparte fue Curzio Malaparte. Y en esa empresa el escritor (Prato, 1898 -Roma, 1957) se empleó tan fondo que es difícil abarcar todas sus facetas: fascista de primera hora, comunista tras la Liberación, maoista en sus últimos años, antihéroe superlativo y exhibicionista, dandi ermitaño, traidor en varios frentes, cosmopolita, frígido y despreciativo con las mujeres, aunque (o quizá por eso) su imagen fuera la de un Don Juan. Incluso su nom de plume era una invención cargada de fanfarronería. Malaparte porque «Bonaparte ya  hubo uno», como le gustaba decir.

Quizá el nombre del italiano apenas tenga resonancias para el lector de hoy, pero en las bibliotecas familiares del franquismo sus libros eran una presencia habitual. Ahí estaban sobre todo los tremebundos Kaputt y La piel (recuperados en los últimos tiempos por Galaxia Gutenberg), crónicas alucinadas de sus andanzas como periodista en la segunda guerra mundial. Quien ha leído el episodio -en La piel- de la sirena ofrecida como cena a un general americano en el Nápoles liberado jamás podrá olvidarlo.

El diplomático italiano y biógrafo Maurizio Serra ha tenido que ajustar mucho la distancia para acercarse al autor: «Ni demasiado entregado, ni demasiado hostil». Su libro Malaparte. Vida y leyendas (Tusquets), escrito originalmente en francés, mereció el Goncourt de biografía. «En la vida de Malaparte está resumida toda la historia de la primera mitad del siglo XX. Es un escritor que no existe sin la historia». Serra no esconde su admiración por la «modernidad» del autor ni por la obra opacada por el personaje pero tampoco elude sus episodios más negros. Como el caso Matteotti, cuando testificó a favor de los matones que asesinaron al dirigente  socialista. Mussolini no le devolvió el favor y Malaparte, caído en desgracia, fue confinado en la isla de Lipari. Cinco meses que él, con el tiempo, transformó en cinco años.

«Yo no diría que era un fascista -especifica Serra- más bien era un anarquista fascistoide. No aceptaba la disciplina de un movimiento político o de un régimen».

AMBIGÜEDAD / Deportista consumado. Cultor del cuerpo. Hasta dos o tres horas pasaba Malaparte delante del espejo. Su manicura incluía laca transparente y en los últimos años su atildamiento le llevó a maquillarse. Sospechoso. Sin embargo, Serra sostiene su heterosexualidad. «No he encontrado prueba de que tuviera relaciones homosexuales. Tuvo muchas novias [algunas llegaron a suicidarse por él] pero las mujeres no le interesaban, las invitaba a su casa y las descuidaba. Estaba totalmente preso de su obra y de sí mismo. Era un narciso».

Con la salida del libro, Serra ha comprobado que Italia no ha hecho todavía las paces con el escritor. «Allí es detestado. Los fascistas lo consideran un traidor; los comunistas, un fascista; los católicos desconfían de su conversión final, y los homosexuales le reprochan no haber salido del armario». Su peor pecado, con todo, es ser un arribista, un camaleón. Serra defiende: «Es verdad que tiene una visión cínica, pero la suya es una mirada de escritor. Necesitaba estar con los ganadores no por medrar y obtener dinero -no fue rico, su patrimonio era su fabulosa  casa en Capri que lo es por el lugar que ocupa, porque en esencia es un austero búnker- sino para ser testigo de la historia y después inventarla».

Serra guarda un reproche final. La imposibilidad de acceder a la psicología de un hombre frío, que continuamente se escudaba tras la máscara. «Mientras escribía la biografía sentí que el fantasma Malaparte me lanzaba ondas para que desistiera. Él no quiere ser descubierto».