CUENTA ATRÁS DEL FESTIVAL DE MÚSICAS AVANZADAS (4)

La Madonna sueca

JUAN MANUEL FREIRE
BARCELONA

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Ni Madonna ni Rihanna ni Katy Perry ni Lady Gaga. La mejor artista pop (de vocación) masiva de la última década se llama Robyn. Si no suena tanto como las listadas arriba -en su Suecia natal es una estrella, pero fuera es menos conocida-, será porque Robin Miriam Carlsson no ha querido jugar al juego de la industria: ni sesiones ligeras de ropa ni colaboraciones forzadas ni canciones grabadas por grabar, aunque no sienta nada por ellas.

Robyn hace canciones para bailar con lágrimas en los ojos. Tras saltar al éxito a finales de los 90 con el hit r&b global Show me love, después fue maltratada por su propia discográfica por grabar temas sobre su aborto adolescente (en el álbum My truth) y, en general, tener sus propias ideas. Eso la llevó a crear su propia discográfica, Konichiwa Records, con la que lanzó Robyn (2005), nuevo comienzo synthpop con Be mine! como canción ariete.

Be mine! fue número 3 en Suecia, pero el siguiente single (Who's that girl) se quedó en el 37. Los singles de Robyn pueden funcionar o realmente bien -With every heartbeat fue número uno en Reino Unido- o no funcionar nada, aunque objetivamente parezcan irresistibles.

Su último lanzamiento

De los singles del magistral Body talk (2010), Dancing on my own funcionó muy bien -y vivió una segunda vida gracias a su inclusión en una escena clave de la serie Girls-, pero Call your girlfriend, ejercicio de chulería amorosa con estribillo para enmarcar («Llama a tu novia / Es hora de que tengas la charla / Dale tus razones / Dile que no es su culpa / Pero has conocido a una persona nueva»), se conformó con posiciones algo grises. No hay derecho, desde luego.

Desde el 2010, Robyn no publica un disco en solitario y, según parece, ni siquiera piensa en él: «Ahora mismo todo lo que quiero hacer es girar cuando me apetezca, pasar tiempo pensando sobre la vida, beber un vaso de vino de vez en cuando, y también bailar de vez en cuando», declaraba hace poco al diario The Guardian.

 

Quizá eso explique los sonidos más experimentales y el afán exploratorio de su último lanzamiento, Do it again, set de cinco temas con el dúo electrónico noruego Röyskopp y motivo de su visita al Sónar del viernes. Do it again es un intenso hit synthpop -de llorar, como ella sabe hacer tan bien-, pero otros de los temas incluidos se atreven con el techno salvaje (Sayit) o los desarrollos a fuego lento (el atmosférico Monument dura 10 minutos, tres de ellos para un solo de saxo). A Robyn ya no le parece importarle tanto la búsqueda del hit. Del hit con carisma propio, que puede existir.

Sea como sea, entre ella y Röyksopp acumulan suficientes sensaciones pop como para que su actuación del viernes en SonarClub (22.30 horas) sea una fiesta. Es el concierto estrella de esa jornada de Sónar de Noche: dos horas de dance-pop escandinavo de la mejor clase, atrevido a la par que efectivo, con dosis seguras de euforia no exenta de melancolía y una estética visual al parecer marciana. Estén preparados.