El 'calcetín' del Liceu

Un concurso decidió que Perejaume, y no Amat, decorase el techo de la sala. Ahora el proyecto de Frederic Amat para la fachada llega sin él

ROSA MASSAGUÉ

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Hace un tiempo, un modesto calcetín generó una gran polémica en la que intervinieron tanto artistas como ciudadanos -con opinión o sin ella- que manifestaron su agrado o desagrado con la escultura de 18 metros que debía colgar de la sala Oval del Palau Nacional, sede del MNAC. Que el autor del calcetín fuera la gran 'patum' del arte catalán, Antoni Tàpies, no fue óbice para que se rechazara aquel símbolo de la cotidianidad.

Ahora el Liceu puede tener su ‘calcetín’, que en este caso serían las 170 argollas que el artista Frederic Amat quiere poner en la doble fachada del teatro, la que da a La Rambla y se desliza hacia la calle Sant Pau. Desde que se conoció el proyecto se ha organizado ya un cierto revuelo por consideraciones estéticas.

FACHADA POCO VISIBLE

Sin embargo, antes de llegar a examinar las cuestiones artísticas o el mérito de la propuesta, cabe hacer otras reflexiones. La fachada sobrevivió al incendio de 1994. Han pasado tres lustros desde la reapertura del teatro tras la reconstrucción. A decir de los expertos, defectos estructurales debidos a su exposición a la meteorología aconsejan la restauración del símbolo externo del teatro. A esta necesidad se añade otra cuestión. La fachada luce poco. Tiene poca visibilidad.

Dado que las arcas del Liceu están vacías, la pasada primavera el teatro lanzó la campaña 'Dóna llum al Liceu' a fin de recoger fondos para la restauración y dar a la fachada una iluminación integral que permitiera jugar con distintas intensidades y colores. El coste de la obra era de 450.000 euros y los primeros 69.000 se recaudaron en una cena a la americana, a razón de 250 euros el cubierto y con Plácido Domingo de gancho.

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La restauración canónica estaba encarrilada. Los arquitectos Lluís Dilmé y Xavier Fabré, que ya habían colaborado con el malogrado Ignasi de Solà-Morales en la reconstrucción del teatro, ganaron el concurso para la obra. Y ahora, de repente, aparece Amat con un financiador de su idea, el coleccionista Josep Suñol, quien al parecer pondrá los 300.000 euros que costarán los anillos.

En el pasado el Liceu habrá hecho cosas mal pero, por ejemplo, puso a concurso, como debe ser, la decoración del techo de la sala (que ganó Perejaume), como bien sabe el propio Amat que se había presentado. Ahora no ha habido concurso para una intervención de gran calado urbano en un frontis situado en uno de los lugares privilegiados de Barcelona como es La Rambla. Se trata además de una fachada que no permite muchos meneos por estar calificada de bien cultural de interés nacional.

¿Era suficiente la luz verde de la comisión ejecutiva del teatro y la del consorcio a un plan que se superpone al de la restauración canónica, aprobado con anterioridad que ya contemplaba la mayor visibilidad de la fachada? Si de esto último se trata, ¿no basta con la recuperación de las cuatro vidrieras modernistas del Círculo del Liceo que ahora serán visibles desde la calle Sant Pau? Y una última pregunta, ¿no es más importante lo que ocurre dentro del teatro que su aspecto exterior?  Con los 300.000 euros que costarían las argollas se podrían comprar nuevos instrumentos para la orquesta. Por ejemplo.