ENTREVISTA

Julián Casanova: «Las revoluciones siempre desembocan en Estados autoritarios»

En España sufrimos un déficit alarmante en formación en historia contemporánea, denuncia el historiador, experto en nuestro pasado reciente. Su última investigación ha estado destinada a desentrañar las luces y sombras que rodearon la revolución rusa, de cuyo estallido se cumple este año un siglo. 

El historiador Julián Casanova, la pasada semana, en Madrid.

El historiador Julián Casanova, la pasada semana, en Madrid.

JUAN FERNÁNDEZ

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Hace 100 años a estas horas, en Rusia estaba teniendo lugar un acontecimiento que, más allá de poner patas arriba el país, iba a marcar la historia del siglo XX en todo el planeta. La revolución que derrocó al imperio zarista y dio paso al soviético ha sido glorificada y demonizada a partes iguales por comunistas y anticomunistas. En su último libro -'La venganza de los siervos' (Crítica)-, el historiador Julián Casanova ha viajado a la convulsa Rusia de 1917 para desmontar algunos de esos mitos a la luz de la historiografía moderna y poner en su justo lugar a una palabra, revolución, que hoy sigue generando controversia y que hace un siglo conoció su máxima expresión.

{"zeta-legacy-key":{"title":"DATOS BIOGR\u00c1FICOS","keys":[{"title":"Tras doctorarse en Historia Contempor\u00e1nea","description":", inici\u00f3 una carrera docente de marcado perfil internacional que le llev\u00f3 a dar clases en las principales universidades del mundo. Sus investigaciones y libros sobre la Rep\u00fablica, la guerra civil y la dictadura le han convertido en uno de los mayores expertos en historia espa\u00f1ola del siglo XX.\u00a0"},{"title":"En el 2008, asesor\u00f3","description":"\u00a0en la b\u00fasqueda de fosas del franquismo. Fruto de su trabajo, se logr\u00f3 identificar los restos de 3.500 republicanos fusilados en Zaragoza."},{"title":"Desde hace seis a\u00f1os,","description":"\u00a0compagina su c\u00e1tedra de Historia Contempor\u00e1nea en la Universidad de Zaragoza con la docencia en la Central European de Budapest, ciudad en la que pasa seis meses al a\u00f1o."}]}}Imaginemos que subimos a una máquina del tiempo y aparecemos en la Rusia de principios de mayo de 1917. ¿Qué veríamos?Hace 100 años a estas horas ya había cambiado todo, pero lo nuevo estaba aún por llegar. Las revueltas de febrero habían puesto fin a tres siglos de dinastía de los Romanov y por todo el país empezaban a surgir soviets locales a modo de asambleas comunales, pero Rusia no había logrado librarse todavía de la guerra mundial y los problemas sociales continuaban. Lo fundamental ya había ocurrido, y es que las viejas instituciones de Rusia se habían desacralizado.

¿A qué se refiere? En 15 días desaparecieron todos los símbolos del imperio zarista. De la noche a la mañana, los aristócratas pasaron de disfrutar de privilegios centenarios a tener que disfrazarse de obreros para no ser apaleados en la calle. Mientras, en el campo habían comenzado las ocupaciones de tierras y en el ejército se dispararon las deserciones. Entre febrero y octubre, en plena guerra, más de un millón de soldados dejaron las armas, y eso no hay ejército que lo soporte. Pero nada de esto estuvo pilotado por los bolcheviques, en contra del relato oficial del régimen soviético.

¿Falseó la historia? La revolución rusa está llena de mitos infundados. Uno de ellos es el que la presenta como resultado de un plan diseñado desde el principio por el partido bolchevique, pero esa versión desprecia a la masa popular que se alzó mucho antes de que Lenin regresara a Rusia y ningunea la influencia que tuvieron los mencheviques y socialrevolucionarios. También pasa por alto el factor fundamental de la revolución, la guerra, que fue gasolina que incendió el polvorín.

¿Nadie lo vio venir? No, hasta que fue demasiado tarde. En junio de 1917, el aristócrata Lvov, jefe del Gobierno provisional, reconoció que la culpa de todo lo que estaba ocurriendo en Rusia la tenía la propia aristocracia, que había tratado a los campesinos como perros en vez ensanchar la base social del país, como habían hecho los aristócratas británicos. La reina Victoria de Inglaterra escribía a su nieta, la mujer del zar, para recordarle que debía respetar a los súbditos, y la zarina le contestaba: «Tranquila, en Rusia los reyes podemos hacer lo que queramos». Mientras su pueblo moría de hambre y su ejército era masacrado en el frente, Nicolás II se dedicaba a cazar pájaros y jugar al ajedrez. Vivía sobre un volcán en erupción y no se había enterado.

Entre febrero y octubre de 1917 pasaron muchas cosas en Rusia. ¿Este es uno de esos momentos de la historia en que el tiempo se acelera? Sin duda. Los momentos de aceleración de la historia existen, pero no los decidimos los historiadores, se ven más tarde, cuando se analizan los acontecimientos, y aquél fue uno de esos momentos en que cambiaron muchas cosas en muy poco tiempo. Ahora mismo vivimos algo parecido.

¿Encuentra similitudes? La historia nunca se repite, pero siempre tiene ecos del pasado, rima con lo que ocurrió antes, y si hace 100 años vivimos un momento de aceleración de la historia, hoy vivimos otro. Si me hubiera preguntado hace 15 años, no le habría respondido esto, pero desde la crisis del 2008 están cambiando muchas cosas en el mundo en muy poco tiempo.

¿La rusa fue la madre de todas las revoluciones? Sí, por su dimensión y las consecuencias que tuvo. La francesa necesitó del imperio napoleónico para propagarse. La rusa, en cambio, fue global. Sin ella no se puede entender el nazismo que vino después, ni la China comunista, ni todas las revoluciones que hubo en el siglo XX. Lo curioso es que las tesis marxistas nunca predijeron que la revolución iba a producirse en Rusia. Pensaban que este país viviría una transición desde antiguo régimen hacia una sociedad burguesa de clases medias.

¿También lo pensaba Lenin? La historiografía soviética, cuestionada tras el hundimiento de la URSS, vendió una imagen mítica de Lenin que no se corresponde con la realidad. Él volvió del destierro cuando la revolución ya estaba en marcha, pero supo ver que su supervivencia pasaba por sacar a Rusia de la guerra, dar pan al pueblo y gestionar el poder de los soviets. Cuando se acelera la historia, siempre surge alguien que sabe mirar por encima de los demás y detecta el cambio de los tiempos. Ahora ha ocurrido algo parecido en nuestro país.

¿A qué se refiere? Hace cuatro años, cuando viajaba al extranjero, me preguntaban con extrañeza cómo era posible que en España, a la vista de la convulsión que estaba viviendo el país, no hubiera surgido una nueva formación política que diera voz a tanta indignación. Cuidado, no estoy comparando a Lenin con Pablo Iglesias, pero ambos supieron detectar los cambios y aprovecharon las herramientas adecuadas para generar poder. Entonces fueron los soviets y ahora son las redes sociales.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"rusa","text":"igualitario que acab\u00f3 en pesadilla\""}}La revolución rusa dio paso al Stalinismo. ¿Fue una consecuencia inevitable? Los bolcheviques gestionaron el poder de los soviets, crearon las estructuras del nuevo estado y supieron hacer frente a los enemigos previsibles y, sobre todo, a los imprevistos, los que venían de dentro. Y ahí surge la represión, confirmando la norma de hierro de todas las revoluciones: lejos de generar más desorden, siempre desembocan en estados autoritarios que reprimen más que el régimen anterior. Esto vale para China, Cuba, Nicaragua y todas las revoluciones ha habido. La revolución rusa fue un sueño igualitario que acabó en pesadilla.

¿Qué imagen cree que ha quedado de la palabra revolución? Las revoluciones hoy están mal vistas, en parte porque siempre se han explicado de forma interesada, poniendo el foco en el final sin aclarar lo que ocurre antes. Los que participaron en la revolución anarquista de Barcelona en 1936 no aspiraban a quemar conventos y matar curas, sino que perseguía grandes ideales. Una revolución es un estallido de esperanza, pero también es la ocasión perfecta para que surjan gorrones que se aprovechan de la situación. El problema es que el uso político que se hace de la revolución acaba metiéndolo todo en el mismo saco.

¿Y eso cómo se corrige? Estudiando la historia a fondo, analizándola, comparándola y divulgándola. Frente al mito, la historiografía tiene las de perder, pero solo mediante la investigación y la enseñanza se pueden combatir las manipulaciones políticas de la historia, incluida la de las revoluciones. El problema es que esto no se estudia en las aulas, donde los programas escolares casi nunca llegan a dar el siglo XX. En España sufrimos un déficit educativo alarmante en historia contemporánea que ha provocado la propagación de ideas preconcebidas, como la de que revolución es sinónimo de violencia y nada más.

A 100 años de la revolución rusa, hoy también vivimos tiempos convulsos. ¿Encuentra paralelismos históricos? Hay ecos del pasado que resuenan, pero hoy el panorama es muy diferente. De entrada, en la mayor parte de Europa se ha consolidado una sociedad civil fuerte, democrática y culta que ha estudiado su pasado y ha sacado lecturas de él. Hablo de países como Alemania o Gran Bretaña, no de España. Aquí fuimos de la guerra civil a la dictadura y luego a la democracia sin explicar cómo pasamos de una cosa a la otra. ¿Qué le vamos a hacer, si vivimos en un país cuyo presidente presume de leer el 'As' y no le interesa la historia? Eso nunca se lo oiría decir a Angela Merkel.