Josep Fontana: «Mil años nos han ido haciendo diferentes»

Josep Fontana, en su casa de Barcelona.

Josep Fontana, en su casa de Barcelona. / ÁLVARO MONGE

ERNEST ALÓS / BARCELONA

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Josep Fontana (Barcelona, 1931), historiador y maestro de historiadores, ha multiplicado su productividad una vez jubilado. Tras dos visiones tan globales de los últimos 60 años como Por el bien del imperio (2011) y El futuro es un país extraño (2013) mañana llega a las librerías La formació de la identitat. Una història de Catalunya (Eumo).

-¿Es un ensayo sobre la existencia continuada de una identidad...

-De alguna manera lo es.

-...o una historia general de Catalunya actualizada y para un público formado pero no especialista?

-Tras la manifestación del 11 de septiembre del 2012, cuando se produjo aquella reacción, muy espontánea, de la gente, que cogió a los políticos por sorpresa, mi idea era explicar por qué se había producido ese fenómeno. Que la gente se dé cuenta de que no es una cuestión de los últimos dos años, sino de los últimos 500 años. Y también me daba cuenta de que hay muy buena investigación que no llega a la gente y que quería recoger en un libro que se pueda leer.

-¿Qué características tiene esa identidad catalana? ¿Cuándo se desarrolla y por qué se transmite?

-El peso desequilibrante que tiene Barcelona que da desde el principio al país la posibilidad que el desarrollo se produzca siempre mirando hacia el exterior. Es un país donde no hay grandes fortunas, ni grandes magnates feudales como en Castilla ni grandes fortunas urbanas como en Italia. De ese equilibrio, de esa mediocridad conjunta si quiere, nace la posibilidad de crecer como lo hace. Todo eso crea una sociedad que negocia, lo que da como primera característica dar un papel fundamental a las Cortes. Y muy pronto se crea una Diputación que mantiene el control sobre la conducta y la política del rey. Se crea desde muy pronto un tipo de gobierno que genera unas constituciones y un tipo de derechos que la gente conoce porque les da garantías. Que les garantiza cosas tan importantes como no poder ser castigados sin juicio previo. Eso es algo que los militares castellanos no entienden. O no tener que ir a la guerra más en defensa del país. Eso durará: en el siglo XIX la gente no entiende que tiene que hacer el servicio militar.

-Instituciones, pero también una conciencia: indica que, si no se habla de nación aún, sí de pàtria i terra.

-Hay esta idea de que esta es una sociedad en que la gente tiene derechos. Por eso se sienten identificados, y cada vez que se quiere cambiar esto se producen protestas.

-Habla de una revolución catalana que va de 1480 a 1706.

-Con la suma con la Corona de Castilla el sistema podría haber desaparecido y haberse provincializado.  Y lo que hay es todo un intento de mantenerlo, desarrollarlo y actualizarlo.

-Usted plantea que esa evolución pasaba por una democratización gradual y un acondicionamiento a la transición al capitalismo.

-Las instituciones se van democratizando, hacen fácil el acceso de capas de la sociedad que en una sociedad estamental no tendrían ningún papel. La gente siente que vive en una sociedad con menos diferencias verticales.

-¿Cómo definiría el régimen que se suprime en 1714?

-Es un sistema con unos juegos de garantías legales, si no constitucional, sí preconstitucional. Y en un momento en que esta sociedad está en pleno progreso, de empuje económico considerable, que le hace reivindicar no ser coartada.

-Ese es el consenso actual entre los historiadores catalanes. Pero al otro lado se sigue hablando de la modernidad y el progreso traído por los borbones tras suprimir unas obsoletas rémoras medievales.

-Es que no lo eran. Esta sociedad se estaba transformando. Funcionaba, y por eso la gente mantiene su adhesión durante todo el siglo XVIII. El mito del progreso borbónico es una tontería. Los borbones hacen que España, que aún era una gran potencia, pase a ser una ruina en 1808. Y aquello de que en Barcelona se luchaba por la libertad de toda España... lo que sucede es que son conscientes de que la libertad de aquí depende de que allí también exista. De aquí sale, en la burguesía, la idea de hacer una nación española en que las libertades sean equivalentes.

-Y aquí vienen los siguientes capítulos. El fracaso de los proyectos ilustrado y liberal.

-El proyecto de hacer una nación española rechaza la idea de que lo que se necesita es sujetar a la gente de aquí a las leyes de Castilla. Esta burguesía en el XIX renuncia a la lengua y tiene ese entusiasmo porque quieren construir una cosa nueva.

-Afirma que ese fracaso del proyecto liberal era inevitable porque no se podían fusionar dos sociedades distintas con mentalidades distintas.

-Vilar explica que el gran drama es que se crean dos sociedades que funcionan a velocidades diferentes, que son diferentes, una agraria y otra industrial en la que se desarrollan por ejemplo los primeros sindicatos en los años 40 del siglo XIX.

-Usted destaca los orígenes populares del catalanismo. Antes Pitarra y Almirall que los Jocs Florals.

-La conciencia de lo que se perdió pervive en un medio popular, antes de que la burguesía empieza a mirar hacia atrás para crear mitos. Y los soldados se encuentran con problemas con sus superiores, el funcionario que reclama los impuestos suele ser castellano... En el teatro popular bilingüe el castellano se reserva a personajes ridículos, pretenciosos y autoritarios. Las cosas vienen de abajo, y no cambiarán hasta finales de siglo, cuando la burguesía ve que no tiene nada que hacer en la política castellana.

-En muchos momentos del libro, refiriéndose a fenómenos muy alejados, aparecen frases que podrían ser vigentes hoy mismo. Hablando del compromiso de Caspe, habla de la reiterada tendencia de las clases dirigentes catalanas a hacer pasar por delante sus intereses.

-Eso pasa siempre.

-¿Y ahora?

-Me niego a hacer profecías. Puede salir cualquier cosa. Lo único que es seguro es que no saldrá ninguno de los dos extremos. No es verdad que haremos no sé qué, una declaración de independencia, y nos pondremos a negociar. No. No hay ningún Gobierno posible en Madrid, de derechas o de izquierdas, que se pueda permitir negociar una declaración de independencia. Y el otro; la ilusión de los políticos españoles de que todo esto es como un delirio, una enfermedad, pasará y todo seguirá siendo como antes. No. Nada será como antes. Porque si algo importante pasó el 11 de septiembre del 2012 es que fue la gente la que dijo que estaba hasta las narices.

-Otra, refiriéndose a la segunda guerra carlista: «Madrid no entiende nada»...

-La sociedad castellana en la baja edad media tiene un problema considerable, el de las tres religiones. En lugar de tolerancia, un problema. Nosotros no nos libramos, pero no marca tanto nuestra cultura. La palabra raza es una palabra de origen castellano en cualquier lengua del mundo. Raza era un defecto en un tejido. Y se transmite ese significado a la raza de moros y judíos. Este hilo de intolerancia hace que nunca acaben entender que los otros hablen distinto, que sean distinto. O que quieran tener unas formas de vida distinta. No lo entienden. Y ese no lo entienden lo ves cada día. Han sido educados para no entender nada. Y cualquier cosa que se les ponga por delante... ahora me dicen que soy un viejo estalinista que se ha hecho nacionalista. Cuando entré en el PSUC era tan nacionalista como ahora. El programa del PSUC hablaba de autodeterminación. Sé que algunas cosas que he escrito irritarán. Pero editar el libro solo en catalán ayudará a que lo lean menos.

-¿No habrá traducción?

-He dicho que no. Quería explicar cosas a gente que tiene la misma cultura, que ha tenido las mismas experiencias, que se ha encontrado con los mismos problemas y con la que tenemos una visión del mundo compartida, que es lo que acaba fabricando toda esta identidad.

-¿Se rinde? ¿No hay nada a hacer?

-No es eso solo. He escrito este libro pensando en lectores catalanes. Si he de hacer los mismos razonamienos a lectores castellanos, lo tendría que reescribir completamente. Y no sé si vale la pena el esfuerzo.