CRÍTICA
Joan-Lluís Lluís: superpoderes de filólogo
La gloria del protagonista de 'El navegant' no llega con el erotismo ni con la acumulación de saber lingüistico, sino con la imaginación
Vicenç Pagès Jordà
Escritor y crítico literario
VICENÇ PAGÈS JORDÀ
El protagonista de ’El navegant', la octava novela de Joan-Lluís Lluís, es Assiscle Xatot, nacido en Perpinyà en 1852. Assiscle, que tiene el don de hablar de forma instantánea cualquier lengua que escuche, rápidamente se da cuenta de que las lenguas de su entorno despiertan sentimientos diferentes en los maestros de escuela: el catalán les da asco, el francés les provoca adulación, el caló menosprecio y el latín admiración.
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Este Simplicissimus rosellonés no tardará en viajar al París de la Comuna, conocerá la ciencia aerostática y el anarquismo, visitará las prisiones de Versalles y será deportado a Nueva Caledonia sin dejar de aprender lenguas. Antes habrá dado clases a una tierna Eloisa y, como un segundo Abelardo, se habrá enamorado y será clandestinamente correspondido. El recuerdo de esta chica lo acompañará durante décadas de peripecias.
Como sucedía con el protagonista de 'El perfume', de Patrick Süskind, el superpoder de Assiscle resulta útil para transitar por la historia y la antropología, y en este caso también por la lingüística comparada: “Sóc allò que dic i com ho dic, sóc d’allà on vénen les llengües, sóc tots aquells que no coneixeré mai però de qui sé el parlar”. Los años, sin embargo, lo llevan del placer del conocimiento a la soledad y el desengaño, ya que saber tantas lenguas lo hace forastero en todas partes.
Assiscle transita de la ingenuidad al escepticismo. Cuando llega a la vejez todo se debilita, excepto la mala fe de los franceses. La gloria de Assiscle no llega con el erotismo ni con la acumulación de saber, sino con la imaginación que se le desata ante una tribu de canacos que se lo escucha embelesada, cuando crea un universo a medida con la pura palabra.
Joan-Lluís Lluís (Perpinyà, 1963) se sirve de una lengua bella y precisa. Como si no quisiera que el lector cayera en las trampas en las que cae su personaje, no se descuida de anticiparnos qué le sucederá. Novela de destino más que de carácter, 'El navegant' construye expectativas y las frustra una tras otra, como un dios ocioso se entretiene con un juguete. El tono no se aleja mucho del de uno de sus mejores libros, aquella alegoría de la dimisión titulada 'El dia de l‘ós'. No encotraréis palabras de ánimo, sino más bien la constatación del vacío que nos espera al final del viaje, con superpoderes o sin ellos.
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