El eco de los Grimm

Hollywood ha recurrido a los cuentos populares, poniéndolos patas arriba o no, para convertirlos en historias con moralina

NANDO SALVÀ

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Hace ya unos años que el cine popular abrazó la posmodernidad, y una de las consecuencias de ello fue que los espectadores nos acostumbramos a ver cómo las convenciones de los cuentos populares eran puestas patas arriba en pantalla. Pero conste que no había nada de radical en títulos como Shrek (2001) y Encantada (2007). Ambos compartían un mismo modelo: Into the woods, montaje de Stephen Sondheim (música y letra) y James Lapine (libreto) estrenado en Broadway en 1987 y éxito en escenarios de medio mundo durante el último cuarto de siglo.

La obra, recordemos, interconecta a los protagonistas de algunos de los cuentos más famosos de los hermanos Grimm -La CenicientaCaperucita RojaRapunzel y Jack y las habichuelas- con otros tres personajes: un panadero y su esposa, y la bruja que, maldición mediante, condenó a la pareja a no tener hijos. Cada personaje de Into the woods tiene un deseo, y el interior del bosque se convierte en el lugar desde donde cumplirlo. Mediado el relato casi todos han logrado su objetivo, pero Sondheim no les deja disfrutar del momento y convierte la segunda mitad en una reflexión sobre las consecuencias del egoísmo -rupturas sentimentales, sueños mutados en pesadillas, muerte- y, de paso, en una ingeniosa reinvención de las historias familiares de infancia. Los príncipes azules ya no son tipos de fiar, y lo mejor que le puede pasar a quien coma perdices es una infección de estómago. No hay mensajes reconfortantes para los niños sino más bien advertencias. Ten cuidado con lo que deseas, no vayas al bosque o acabarás mal. No es extraño que, durante muchos años, cuando la obra era representada en escuelas primarias a lo largo de Estados Unidos casi siempre lo hacía reducida a su primera mitad.

En realidad tampoco Stephen Sondheim inventó nada. No hizo más que tomar ejemplo de J.R.R. Tolkien, que en su día consideró la asociación de los cuentos populares con los niños como un desafortunado accidente de la historia, o de los propios Grimm, que originalmente no diseñaron su colección de Cuentos de la infancia y del hogar (1812-1815) para niños sino que fueron persuadidos años más tarde para producir versiones destinadas a una audiencia infantil.

Cuenta Rob Marshall, director de la adaptación cinematográfica de Into the woods que hoy llega a la cartelera, que se sintió particularmente inspirado para hacer la película tras escuchar un discurso de Barack Obama con motivo del décimo aniversario de los ataques del 11-S.

«No estás solo»

En un momento del mismo el presidente pronunció las palabras «No estás solo, nadie está solo», que de forma deliberada o no se citaba en una de las baladas de Sondheim, la oda a la comunidad No one is alone. Cierta o no, la anécdota refleja hasta qué punto ha resultado Into the woods influyente en la cultura popular, y eso es algo que la ficción cinematográfica y televisiva actual confirma: la teleserie Grimm a menudo reconfigura las historias de los hermanos alemanes a la manera de relatos de terror; y en los últimos años hemos visto a, por ejemplo, Hansel y a Gretel reciclados en cazadores de vampiros y a una Blancanieves que no desentonaría aniquilando orcos o liándose a espadazos con Jaime Lannister.

La oscuridad, pues, se ha reinstalado en los cuentos populares, y es lógico. Bien entendidas, esas historias engañosamente simples y llenas de arquetipos son capaces de ofrecernos una guía moral alternativa esencial. Y no hace falta más que fijarse en cómo está el patio para comprender que andamos necesitados de guías.