Foster Wallace, genio o figura

Ex sultum se nentem Romneque viriam ingulto rumus, Catarib.

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IDOYA NOAIN / NUEVA YORK

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Quizá, seguramente, no podía ser de otra manera. El cine ha vuelto su mirada sobre David Foster Wallace, el malogrado genio de las letras estadounidenses que explosionó en el panorama literario e implosionó bajo la depresión y la presión de la fama tras la publicación en 1996 de su obra maestra, La broma infinita. Y el resultado, la película The end of the tour, no deja indiferente a nadie.

Estrenada comercialmente el viernes en Estados Unidos tras debutar en enero en Sundance, la película adapta Conversaciones con David Foster Wallace, el libro que escribió David Lipsky Conversaciones con David Foster Wallacecon las entrevistas que realizó con el autor durante los últimos cinco días de la promoción de aquel libro-fenómeno para una pieza en Rolling Stone que nunca llegó a publicarse. Tiene guion del autor teatral y pulitzer Donald Margulies y la ha dirigido James Ponsoldt, que la ha construido como una road movie y un «anti-biopc».

Con alabados trabajos interpretativos de Jesse Eisenberg como Lipsky y, sobre todo, de Jason Segel como WallaceThe end of the tour ha entusiasmado a la mayoría de la crítica. En The New York Times, por ejemplo, A. O. Scott ha escrito: «Siempre habrá películas sobre escritores y sobre la escritura y esta es mejor posible». Y en el Los Angeles Times Sheri Linden habla de una cinta «magnífica» y de una dirección «exquisita sin adornos».

EL DILEMA

La mera existencia de la película, no obstante, plantea un dilema para muchos. Como escribió en un ensayo en The New Yorker en 2011 Jonathan Franzen, amigo íntimo de Wallace, el autor de Hablemos de langostas había hablado de su propia relación con la fama como la principal batalla de su vida adulta, a la que puso fin con una soga en el 2008 tras luchar durante 20 años contra la depresión. Y son otros muchos amigos, familia y gestores del legado literario de Wallace, además de algunos de sus lectores, quienes creen que ni las mejores intenciones que aseguran haber tenido sus creadores justifican que la película se haya realizado.

«Cualquiera que ha leído los escritos de David sabe lo atormentado que se sentía sobre ser una figura pública y su sobrecogedora ansiedad por estar en el lado equivocado de la pantalla», le ha dicho a Los Angeles Times Michael Pietsch, que fue editor de Wallace. «La existencia de una mitificación de ese breve pasaje de su vida (los cinco días con Lipsky) me parece una afronta a él y a la gente que ama su escritura».

También Alex Kohner, gestor del legado de Wallace junto a la viuda del escritor, Karen Green, ha mostrado su oposición. «No nos importa si (la película) es buena o no -declaró el abogado al rotativo angelino-. Bajo ninguna circunstancia nosotros o él habríamos accedido a esto». «Nos interesa que la gente lea el trabajo de David Foster Wallace, que creemos que es la mejor forma de aprender sobre él y recordarlo -ha dicho también Kohner-. No nos interesa vender a David la persona, porque él lo habría odiado».

Pese a que en abril de 2014 interpusieron una objeción formal al rodaje, argumentando que cuando dio la entrevista a Lipsky Wallace no estaba accediendo a que se adaptara al cine, los gestores aseguran que sus protestas cayeron «en oídos sordos». Sus argumentos son más contundentes desde el punto de vista moral que, por lo visto, desde el legal. Y The end of the tour es una realidad, de la que se han declarado «muy orgullosos» los productores. «Como profundos admiradores de su trabajo, siempre estuvimos comprometidos con honrar la memoria de David Foster Wallace», han declarado tres de los cinco.

EL ORGULLO DE SEGEL

El viernes por la noche, en un coloquio tras uno de los primeros pases de The End of the Tour en Nueva York, Segel intentó alejarse de la polémica y esquivó la pregunta de qué cree que Wallace habría pensado de la película. Prefirió centrarse en mostrarse orgulloso de una película que, en su opinión, es «una extensión de los temas de los que escribía» el hombre al que interpreta: soledad, insatisfacción, incomunicación, dilemas...

La mera elección de Segel para el papel desató en su día la furia de los fans de Wallace -sentimiento que se elevó a la enésima potencia cuando empezó a circular la primera foto en la que se le veía con el habitual pañuelo que llevaba en la cabeza el escritor y que muchos vieron como una caricaturización-. Ahora, no obstante, no hay prácticamente nadie que no se haya rendido a su interpretación y su nombre es el primero del año que se pone en las quinielas de posibles nominados al Oscar.

Es algo que no hace mucho era imposible de predecir para un actor (y también escritor) conocido hasta ahora por comedias como Paso de tiTe quiero tíoJuerga hasta el fin o la serie Cómo conocí a vuestra madre. Pero Segel explicaba el viernes que el giro fue ineludible en cuanto recibió el guión de The end of the tour. Se sintió identificado con Wallace, con ese dilema entre la percepción pública y el verdadero yo. El papel llegaba, además, en el momento adecuado.«Lo que hacía en pantalla ya no representaba lo que soy», explicaba.

Segel perdió miedos. Dio el paso y se embarcó en el proyecto. Y lo primero que hizo fue ir a una librería, comprar La broma infinita y crear un club de lectura para comentar cada domingo lo leído en el monumental tomo de más de 1.000 páginas.

Ponsoldt, el director, ha explicado a The New York Times que desde los primeros momentos del rodaje sintieron que tenían entre manos «un tesoro secreto». Y ha alabado el trabajo de Segel. «Pasa como con Bill Murray, Jamie Foxx, Tom Hanks, Robin Williams -dijo-. Muchos de nuestros actores favoritos fueron encasillados antes de destruir esa casilla».