CRÓNICA DE CONCIERTO

Sinfonismo de lujo con la Filarmónica de Viena

La legendaria orquesta deslumbra en el cierre de Palau 100 con Beethoven, Strauss y Brahms

Filarmónica de Viena

Filarmónica de Viena / periodico

CÉSAR LÓPEZ ROSELL / BARCELONA

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Un cierre de altura para una gran temporada de Palau 100. La legendaria Filarmónica de Viena deslumbró, en la noche del lunes, al público que llenaba el recinto modernista con la fuerza y el estilo de su larga tradición interpretativa de 175 años. La formación desplegó un sonido compacto, cálido y equilibrado con un programa compuesto por obras de Beethoven, Strauss y Brahms que le permitió mostrar sus mejores virtudes. Los músicos exhibieron una buena química con el director británico Daniel Harding, con el que  trabajan con frecuencia. La elegante y contundente gestualidad del maestro contribuyó a crear un clima de espectacularidad en la ejecución de las piezas elegidas.

Cuando una orquesta de esa excelencia está en estado de gracia y toca con ese espíritu tan suyo, que incluye un diferente tratamiento del estilo y de la forma de utilizar los instrumentos, al melómano solo le queda dejarse apoderar por la atmósfera creativa y disfrutar. Con los contrabajos situados al fondo del escenario, por detrás de la sección de metal, y distanciados del bloque central de la sedosa cuerda, el concierto echó a andar. Fue espléndida la interpretación de la 'Obertura Coriolano', escrita por Beethoven en forma de sonata como música programática para la reposición de la obra de un amigo suyo sobre el general romano, ajena a la de Shakespeare.

MUERTE DE UN ARTISTA

Pero los motores empezaron a vibrar con más intensidad con la presencia en escena de todos elementos de la orquesta para interpretar el grandioso poema sinfónico 'Muerte y transfiguración', de Richard Strauss. Los diferentes pasajes de esta obra, en la que el autor describe musicalmente la muerte de un artista, fueron resueltos con claridad en las texturas. Los momentos del creador enfermo, el de su lucha por seguir vivo en medio del dolor, el del recuerdo de su existencia entera y el de la transfiguración en el cosmos de la eternidad con la muerte se reflejaron hasta en los mínimos detalles. Los prodigiosos solistas marcaron los más trascendentes momentos en perfecta comunión con el grupo.

Pero lo mejor de la noche llegó con la 'Sinfonía, número 1' de Brahms. Su ejecución fue simplemente memorable. La sonoridad orquestal transmitió la progresión temática de esta pieza maestra que el compositor tardó muchos años en elaborar, entre otras razones por sentir el peso de la presión de ser considerado el heredero de Beethoven, hasta el punto de que similitudes como la de la 'Oda a la alegría' en  el cuarto movimiento hiciera  que algunos apodaran a esta obra como la 'Décima' del genio de Bonn. Pero el de Brahms es un discurso estructuralmente diferente que la Filarmónica expuso con un impactante crescendo. Una magistral propina con la 'Danza eslava, opus 92' de Dvorak puso el broche a una gran velada.

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