Volker Schlondörf: «La desobediencia civil es un deber del hombre»

El director alemán presenta su nuevo filme, 'Diplomacia', en la Seminci de Valladolid

El director alemán Volker Schlondörf, fotografiado ayer en Valladolid.

El director alemán Volker Schlondörf, fotografiado ayer en Valladolid.

NANDO SALVÀ / VALLADOLID

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El director alemán Volker Schlondörf (Wiesbaden, 1939 ) fue asistente de Alain Resnais y Louis Malle, y compañero de generación de Wim Wenders y Werner Herzog. En otras palabras, formó parte de la Nouvelle Vague y el Nuevo Cine Alemán, lo que significa que contribuyó a inventar el cine moderno. Ayer presentó en la Seminci su nueva película, Diplomacia, en la que un cónsul sueco pasa una noche tratando de convencer a un general nazi para que no bombardee París.

-¿Por qué cree que es necesario reivindicar la importancia de la diplomacia?

-Porque es una labor muy noble que se ha perdido. Los políticos y gobernantes se empeñan en desempeñarla ellos mismos, pero no saben hacerlo porque todo cuanto tienen en mente son las próximas elecciones. ¿Cómo resolver lo que está pasando en Ucrania, por ejemplo, si no es a través de la diplomacia? El rol del diplomático es prevenir una guerra antes de que empiece y ayudar a que acabe una vez ha empezado. Los militares pueden empezar una guerra pero no saben acabarla. Solo saben lanzar bombas.

-La película muestra a un general nazi que por cumplir órdenes casi destruye París. ¿Ha querido recordarnos lo peligrosa que puede resultar la obediencia al poder? 

-La desobediencia civil es un deber esencial del ser humano. Aunque no debería en ningún caso degenerar en terrorismo, como sí sucedió por ejemplo en Alemania hace cuatro décadas con la Baader Meinhof. Ahí se nos fue un poco la mano. Pero sí, tenemos que cuestionarlo todo. De veras creo que Diplomacia habla del mundo de hoy. Solo hay que pensar en Angela Merkel para darse cuenta

-¿La está comparando con un general nazi?

-Es que se comporta como si fuera un general al mando de Europa, diciéndole a todo el mundo lo que tiene que hacer. Está abriendo viejas heridas, y le da igual. Cuando estaba preparando la película cada día abría el periódico y leía sobre su programa de austeridad, y leía las declaraciones de Sarkozy diciendo que era necesario seguir el modelo alemán. No sé, tengo la sensación de que cuando a alguien se le pide que siga el modelo alemán, instintivamente le da por exclamar «Heil Hitler!».

-¿Por se siguen haciendo tantas películas sobre la segunda guerra mundial? ¿Por qué hace tantas usted? 

-Porque es fascinante. Creo que dentro de 100 años seguiremos hablando de la segunda guerra mundial. Aunque me temo que cada vez será reducida al Holocausto, y eso es una estupidez. Si hoy en día le pregunta usted a un americano sobre la guerra, todo lo que dicen es que los alemanes trataron de aniquilar a los judíos y que ellos los salvaron. Por culpa del cine, en eso se ha convertido la guerra.

-Otra constante en su cine son los estados totalitarios.

-Porque nací en 1939. Soy un producto de Hitler y de Stalin. Bueno, todos lo somos. El concepto de Europa nació del miedo a los estados disctatoriales: nos unirnos para protegernos de la posibilidad del totalitarismo.

-¿Cómo ve a Europa hoy?

-Soy un europeísta apasionado, y estoy preocupado. El problema es que los economistas que dirigen Europa no entienden que las mentalidades son más importantes que las leyes. El modelo alemán no puede exportarse a otros países. Si un alemán le debe cinco euros a un amigo, no podrá dormir por las noches hasta que se los haya devuelto. Y si les bajas los impuestos a los alemanes para que consuman más, en lugar de hacerlo meterán el dinero en el banco. Es una actitud protestante. No somos como los demás.

-¿Siente que el europeísmo está amenazado?

-Las últimas elecciones europeas han mostrado toda la roña escondida bajo la alfombra. Creo que inventarse el euro e imponerlo de la noche a la mañana fue una osadía, y ahora nos damos cuenta de que los fundamentos de Europa no eran tan sólidos. Hay que llevar a cabo un debate más serio, y todo el mundo debe ser incluido, también la extrema izquierda y la extrema derecha. Al final, los europeos son quienes decidirán lo que Europa tiene que ser, no los políticos ni los artistas. Billy Wilder decía del público que por separado todos son idiotas, pero juntos forman un genio. De los europeos puede decirse lo mismo.

-Habla de incluir a los extremos en el debate. ¿Eso cambiará las cosas?

-No. No creo que el socialismo llegue jamás a tener una oportunidad. Se intentó durante 80 años a gran escala y no funcionó. El capitalismo no está acabado en absoluto, aunque tiene que ser controlado. En todo caso no me preocupan los extremos. Es bueno que existan.

-Hace medio siglo usted formó parte de los movimientos de renovación cinematográfica en Francia y Alemania. ¿Qué recuerda de esos tiempos?

-Estábamos muy desencantados con nuestra sociedad y sobre todo con nuestro cine. La gente que aparecía en pantalla no era como nosotros, y quisimos sustituirla. Fueron tiempos muy excitantes, una revolución cultural. Todo el mundo quería cambiar las cosas, y el cine fue parte de ese movimiento revolucionario.

-¿Qué queda de esa energía hoy?

Nada. El cine europeo está muriendo. Las películas europeas no viajan dentro de Europa más que en festivales. Por ejemplo yo no sé nada de cine español, porque en Alemania no se estrena. Antes los espectadores estaban ansiosos por ver nuestras películas, nos pedían más. Hoy en día nadie me pide nada.

-Y, entonces, ¿qué le anima a seguir haciendo películas?

-No tengo ni idea, probablemente sea un impulso innato. Si pensara en ello probablemente me habría retirado hace tiempo.