CRÍTICA CINEMATOGRÁFICA

'Blackthorn (Sin destino)' , entre el homenaje y la revisión

NANDO SALVÀ

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Melancólica, elegíaca, apesadumbrada, esta reescritura del último acto de Dos hombres y un destino es, al menos a primera vista, una aproximación nada sentimental y, por tanto, arriesgada, al wéstern: retrata tanto a los forajidos como a los hombres de ley, indudables iconos del género, como seres patéticos, y se pregunta con elocuencia qué hay de glamuroso en una vida sin descanso, ya sea para perseguir o para ocultarse, y qué atractivo tiene envejecer miserablemente.

Que la película se llame Blackthorn y no Cassidy dejaría claro que el director Mateo Gil no trata de alimentar leyendas sino ante todo de quitarles hierro, y nada más certero en ese sentido que una temprana escena en la que el viejo Butch Cassidy aparece en un banco para retirar dinero de su cuenta de ahorros.

Sin embargo, por otro lado se le va la mano contemplando al ajado y lacónico actor Sam Shepard y romantizando el destino de su personaje con el mismo deleite que dedica a las magníficas vistas de la campiña boliviana en que transcurre la acción, a menudo en perjuicio de la fluidez y el dinamismo narrativos.

Por esta razón, sus circunstancias acaban siendo menos un cuento moral acerca del elevado coste de la vida del pistolero, su culpa y su arrepentimiento que una glorificación de su nobleza. Así queda claro en un clímax en el que la línea divisoria entre el bien y el mal no se confunde con el objetivo de criticar a todos los involucrados, sino que es delineada de forma simplista y éticamente despistada con el fin de subrayar la leyenda.