Benvenuto, Terry Gilliam

El caótico taller de Cellini, en el montaje de Terry Gilliam.

El caótico taller de Cellini, en el montaje de Terry Gilliam.

IMMA FERNÁNDEZ / BARCELONA

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«Cellini es como Berlioz: pomposo, peligroso, siempre al límite, loco, transgresor, un gran artista... Y a mí me gusta formar parte de este equipo tan especial». Lo escribía Terry Gilliam -que fácilmente se puede ver reflejado en esos mismos epítetos- durante el proceso de gestación de Benvenuto Cellini,Benvenuto Cellini del compositor romántico, que llega este domingo al Liceu tras su apabullante éxito en Londres (se estrenó en la English National Opera en el 2014) y en Amsterdam, y después del suspenso vivido con la anunciada huelga de trabajadores, desconvocada el pasado viernes.

Gilliam, un genio con sus locuras a cuestas, como Cellini y Berlioz, firma una producción espectacular que sube a escena hasta un centenar de artistas, entre ellos acróbatas, malabaristas, bailarines, magos..., además de los cantantes, actores y coros. El fundador de Monty Python confiesa que Cellini (brillante escultor y orfebre renacentista de agitada vida) es un personaje «extraordinario» sobre el que le hubiera gustado rodar una película.

Ha cubierto ese anhelo con una innovadora versión de la ópera con pinceladas del inconfundible sello Monty Python. Brillante, cinematográfica, circense, grotesca, exhuberante, divertida, colorista y con mucha acción (especialmente en la trepidante escena de carnaval, en la que intervienen un centenar de artistas). Un gran 'show' destinado a cautivar a todos los públicos, incluso los más esquivos al género lírico, del que se programan seis funciones hasta el 19 de noviembre.

JOHN OSBORN, LA VOZ DE CELLINI

El maestro Josep Pons firma la dirección musical y el tenor John Osborn (en el papel de Cellini, que asumirá Adrian Xhema el día 12) encabeza un elenco que incluye a la soprano Katryn Lewek (Teresa), Maurizio Muraro (Balducci), Ashley Holland (Fieramosca), Eric Halfvarson (Papa Clemente VII) y la joven mezzo catalana Lidia Vinyes Curtis (se reparte con Annalisa Stroppa el rol de Ascanio), que debutará en el Liceu en una sola función, el 16 de noviembre.

Estrenada en 1838 en la Ópera de París -fue un estrepitoso fracaso por su radicalidad-, la complejidad musical de esta primera ópera, en dos actos, de Berlioz la ha llevado a ser muy poco representada. Solo una vez, en 1977, se representó en el coliseo de La Rambla. El libreto de León de Wailly y Auguste Barbier incluye episodios reales sacados de la propia autobiografía de Cellini. La acción transcurre en la Roma de 1532, en los animados días de Carnaval, y se centra en la rivalidad entre los escultores Cellini y Fieramosca por el amor de Teresa y por hacerse con un encargo del Papa Clemente VII.

«Berlioz fue un compositor muy innovador que incorporó instrumentaciones sensacionales y colores muy originales. Era el que más sabía de orquestación en su época, pero no obtuvo el reconocimiento que se merecía», explica Pons, que tiene bajo su batuta a 80 músicos.

PARTITURA MUY DIFÍCIL

Osborn ratifica la complejidad vocal y musical de esta pieza, la más difícil, a su entender, de todo el repertorio de Berlioz. «Cuando se estrenó, los cantantes le dijeron que aquello no se podía cantar», recuerda el tenor, que también valora el dibujo de Gilliam sobre su personaje. «Cellini tenía muchos problemas, incluso líos con la policía. Oía voces en su cabeza, padecía esquizofrenia paranoide y en esta producción se puede apreciar su compleja personalidad».

De su trabajo con Gilliam, Osborn destaca la «intensidad y pasión» con la que el director de Brazil se mete en faena. «Cuando ensayamos, crea una atmósfera de enorme intensidad, es muy exigente. Él es Cellini. Es muy loco, a veces se muestra enfadado, iracundo, pero en sus ojos, solo con la mirada, se ven claramente las indicaciones precisas para hacer el carácter de los personajes».

Para Pons, la propuesta de Gilliam, que ha abreviado 40 minutos la original, muestra «la locura y el genio de un escultor que fue capaz de fundir toda su obra anterior para obtener el bronce necesario para hacer una sola escultura: la de Perseo, por la que pasó a la posterioridad». Gilliam, en su cuaderno de bitácora durante la gestación del proyecto, ya lo dejó claro: «En nuestra visión, Cellini es un seductor en serie y un alcohólico: para él la escultura es algo secundario. Quien lo interprete debe entender a la perfección la locura y, claro, toda la producción está en sintonía».