Rutilante noche de pop en la ciudad

Lady Gaga, en Barcelona

Lady Gaga, en Milán. EFE / DANIEL DAL ZENNARO

Lady Gaga, en Milán. EFE / DANIEL DAL ZENNARO

JUAN MANUEL FREIRE
BARCELONA

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Si tenemos en cuenta los extremos de locura a los que han llegado las apariciones públicas de Lady Gaga, no cabía esperar de su nueva gira algo así como una simple interpretación de sus temas sobre el escenario; pero este Monster ball tour alcanza cotas de delirio que Madonna nunca ha soñado. ¿Se imaginan a la Ciccone peleando sobre las tablas con una mezcla de rape-pulpo? Por supuesto que no, y este es solo uno entre los muchos hitos de un espectáculo ajeno a la compostura, el buen gusto o cualquier sentido canónico de la belleza.

Como ya sabemos, Gaga está del lado de los marginados. Sus fans no se hacen llamar Pequeños monstruos por casualidad. Y el ritual comunal de dos horas que la acerca esta noche a Barcelona, al Palau Sant Jordi, es una especie de revancha de los freaks en forma de cruce ciclópeo de música y teatro, sobre todo teatro, puro teatro. Si la primera capitulación de esta gira de presentación de The fame monster (mini-álbum de continuación a The fame) tenía como tema principal la evolución, la segunda, la que ha traído a Europa, tiene Nueva York como paisaje y cuenta cómo Gaga y sus amigos se pierden de camino al «baile de los monstruos», donde en apariencia todo el mundo puede ser libre.

TODO EXCESIVO / Tan ostentoso que algunos se preguntan sobre su auténtica rentabilidad, el espectáculo comienza con Dance in the dark, ese repaso de santoral filogay al estilo del Vogue de Madonna, y acaba con Bad romance, el single que la vio estallar definitivamente en el 2009. Entre medias hay espacio para todo lo imaginable: pianos ardiendo, bailes con algo parecido a un hábito de monja, grandes fuentes, vómito verde, masturbación en grupo (simulada), biquinis de piel, autocomparaciones con Cristo, un teclado-guitarra llamado Emma, o esa batalla con un cefalópodo inventado; por supuesto, ella gana. Excesos de sangre artificial, vestimenta sadomasoquista, loas a la deformidad. Todo ello en un escenario cruce de El mago de Oz (hay un tornado) con el glamuroso escapismo camp de The Rocky Horror picture show. Lo dicho: al lado de esto, las giras de Madonna casi parecen austeros unplugged.

Al parecer, las nuevas canciones, que adelantan el inminente Live this way, no llaman demasiado la atención. Pero Gaga guarda en la recámara un puñado de hits que forman parte de la conciencia colectiva -y que suenan, según dicen, a un volumen atronador para un concierto pop-: Just dance, Paparazzi, Beautiful, dirty, Rich, Poker face, la mentada Bad romance, o Telephone, que aún sin Beyoncé presente parece ser uno de los grandes hitos del show, desarrollándose en una pasarela que crece desde el escenario. Como puede verse, en el concierto de Gaga están representados todos los vectores del fenómeno: no solo el dance-pop pegajoso como sanguijuela, sino también la moda o el concepto performance.

PRIMERA ÓPERA POP ELECTRO / The monster ball tour se anunció en octubre del 2009 -después de la cancelación de la anunciada gira conjunta de Lady Gaga con Kanye West, otro epítome de la cultura de la celebridad-, y se inició el 18 de noviembre de ese año, cuatro días después de la edición de The fame monster. Gaga describió orgullosamente el show como «la primera ópera pop electro». Pero después admitió que el espectáculo había sido concebido apresuradamente y decidió rehacerlo para el 2010. Con esta versión mejorada seguirá girando hasta bien entrado el año próximo. ¿Adicción a los focos? Quizás. «Ya dormiré cuando esté muerta», dijo Gaga hace poco a su público en Suecia.