crítica

'Biutiful', realismo impostado

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QUIM CASAS

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Mucho se esperaba de una película como Biutiful, sobre todo para saber que haría su director, Alejandro González Iñárritu, tras romper su relación artística con Guillermo Arriaga, el guionista que le había suministado las complejas y tan celebradas estructuras narrativas de sus tres anteriores largometrajes, Amores perros, 21 gramos Babel. Teniendo en cuenta que otros trabajos de Arriaga (Lejos de la tierra quemada, dirigida por él mismo, o el guión para Los tres entierros de Melquiades Estrada, de Tommy Lee Jones) han ido en la misma dirección, podía esperarse que Iñaárritu pusiera tierra de por medio, se distanciara de este tipo de narración y ofreciera una visión renovada de si mismo.

Sin duda lo ha hecho, pero el resultado no es tan apetecible pese al notorio trabajo interpretativo de Javier Bardem. Biutiful muestra desde el exterior, es decir, desde el punto de vista de un director burgués y complaciente, las miserias cotidianas en las zonas más castigadas de una gran ciudad, Barcelona, donde los trabajadores clandestinos chinos son tratados como basura y la policía carga contra los vendedores ambulantes africanos en plena calle como si estuvieran peleando contra una banda de gánsteres sicilianos.

Esa visión pretendidamente realista (de impostado realismo sucio, o falso hiperrealismo social) que ofrece Iñárritu carga las tintas innecesariamente y hace, y esto es lo más discutible, espectáculo de la misería. Ese es el contexto. La historia en sí misma es otro descenso a los infiernos (el protagonista malvive con tapicheos varios, padece cáncer y su esposa bipolar maltrata a uno de los hijos de la pareja) que toca la fibra sensible de la manera más fácil y acomodada.

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