Al hermano campeón

El prólogo de Marc Márquez

El piloto de MotoGP escribe sobre el alirón de su hermano en el libro 'Un campeón con estrella', de Emilio Pérez de Rozas

Marc y Àlex Marquez, con el libro 'Un campeón con estrella', retratados por Emilio Pérez de Rozas, autor de la obra sobre el menor de los hermanos.

Marc y Àlex Marquez, con el libro 'Un campeón con estrella', retratados por Emilio Pérez de Rozas, autor de la obra sobre el menor de los hermanos. / periodico

EL PERIÓDICO / LLEIDA

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"Mira, si tuvieras un disparo, una sola oportunidad

para alcanzar todo lo que alguna vez has soñado,

¿lo conseguirías o lo dejarías escapar?"

'Lose yourself', Eminem

Era el día. Lo sabía papá. Lo vivía mamá. Lo sufría yo. ¿Lo disfrutaría él? Yo llevaba quince días preparando esa cita. Por suerte, ya había hecho los deberes, ya tenía mi segundo título de MotoGP, el mismo que había conseguido cambiar por el cetro con el que él soñaba. Así que me pasé los días, las horas, pensando, meditando, preparando su carrera. La carrera de Àlex. O intentándolo. Solamente quería ayudar. Ni más ni menos.

Aquel era el día: 9 de noviembre de 2014. Y resultó que la víspera se había puesto enfermo y no me lo había contado. Ni avisado. Había tenido fiebre, hasta había vomitado, ¡qué sé yo!, y ni siquiera se acercó a mi cama a pedirme ayuda. «¿Qué ibas a hacer? ¿Consolarme?», me preguntó en plan ‘Superman’.

Así que aquel día, el día con el que había soñado no solo la familia Márquez Alentà, sino también mis abuelos, mis tíos, todos, todos, no iba a pillarme durmiendo. Por eso me puse el despertador a la misma hora que él, aunque yo siempre me levantaba un poquito más tarde, pues el warm-up de MotoGP es el último.

Sonó el despertador. ¡Bendito domingo de Cheste! Y oí, esta vez sí, que Àlex, ya recuperado gracias a los trucos, curas y sueros suministrados gota a gota por los doctores Charte y Mir, se dirigía a la ducha. Esperé pacientemente el momento y, cuando lo vi salir secándose, poco eufórico pero muy seguro de sí mismo, confiado en el momento, concentrado, puse la música a todo volumen. Se trataba de una de nuestras canciones preferidas. ¡'Lose yourself', de Eminem! ¿Verdad que no perderás esta oportunidad? ¿Verdad que aprovecharás el único disparo que tienes? Verdad.

Y nos pusimos a bailar como posesos. No nos veía nadie. Aquel fue nuestro momento de desenfreno. Estábamos allí tan felices y tan locos, tan nosotros mismos como cuando acudíamos con nuestros padres, de niños, a correr en los circuitos y nos hinchábamos a desayunar todo lo que nos preparaba mamá.

Aquel fue nuestro momento más íntimo. Un momento de auténticos hermanos. Yo había preparado aquel instante, aquella canción, aquel grito, aquel rap, aquel baile, aquella fiesta, aquel estallido de fe, cariño y amistad con la misma delicadeza con que habíamos vivido los años anteriores y, por supuesto, con idéntica dedicación y profesionalidad a la que habíamos empleado para planear la estrategia de carrera, el camino hacia ese sueño.

Será mejor que te pierdas en la música.

El momento te pertenece.

Será mejor que no lo dejes escapar.

Solo tienes un disparo, no pierdas la oportunidad de acertar.

Oportunidades así solo se presentan una vez en la vida.

Saltábamos, gritábamos, cantábamos. El motorhome en el circuito de Cheste se movía, el habitáculo temblaba, pero nosotros éramos felices. Yo había intentado prepararle la ceremonia previa a la victoria, al gran día de Àlex. No quería que de ninguna manera pasase esta oportunidad. De ahí que Eminem resonase escandalosamente en nuestra habitación. Estábamos ante su gran oportunidad, los dos, sí, los dos, y debíamos calentar motores de la manera más feliz posible.

Entre grito y grito, entre coro y coro, entre estrofas, entre saltos, entre golpes de cadera y sonrisas cómplices, mi cabeza fue recorriendo todos y cada uno de los pasajes de la trayectoria de Àlex. De su vida conmigo, con papá, con mamá, con Emilio Alzamora, nuestro mánager. Muchas vidas en una. Y ese domingo, era Àlex quien debía inaugurar la autopista hacia la gloria. Hacia su coronación como campeón.

Entre cánticos y vítores (jamás olvidaré ese instante, de verdad), recordé los tiempos en que él no quería correr. Recordé que solo quería ser mecánico. No un mecánico cualquiera. Quería ser mi mecánico. Recordé que yo iba a las carreras "a divertirme y a ganar" y él decía ir a "pasar el domingo". Pensé en aquellos días en los que Àlex se levantaba tan perezoso que no había forma de hacer que se entrenara, corriera, se preparara en serio. Y también, sí, también pensé en los días en que se desperezaba «a lo campeón» y no había manera de ganarle en la pista. No, ni yo, nadie podía ganarle.

"Recordé que Àlex solo quería ser mecánico. No un mecánico cualquiera. Quería ser mi mecánico. Recordé que yo iba a las carreras 'a divertirme y a ganar' y él decía ir a 'pasar el domingo'". El coro de Eminem repetía "será mejor que te pierdas en la música, el momento te pertenece" y yo recordaba la admiración que sentía por Àlex al observar cómo había evolucionado, cómo de solo querer pasar el rato pasó a solo querer disfrutar, a querer ganar. Y quizá el cambio se produjera en aquella carrera del campeonato de España de 2011 cuando, de pronto, se paró en la sexta vuelta de una cita cualquiera, entró en uno de los boxes y dijo: "No voy, no me encuentro bien, no vale la pena seguir". Que un piloto se pare en boxes y tire la toalla es un mal síntoma.

A partir de ahí, la explosión. Querer ser el mejor. Observar, preguntar, escuchar, memorizar, archivar, reflexionar, saber, averiguar, investigar, estudiar, prepararse, machacarse, no importa dónde ni lo que costase. Àlex tenía talento. ¡Cómo me acordaba de los sabelotodos que solo lo consideraban mi hermano! Yo vivía con él, me entrenaba con él, corría con, junto y contra él. Yo sí sabía de lo que era capaz ese larguirucho que de bebé era una bolita encantadora.

Lo supe desde el primer día que quiso ser piloto, que no fue, repito, el primer día en que se subió a una moto de juguete (se estrelló, por cierto, contra un muro) ni cuando pilotó su primera moto supuestamente de carreras. Lo supe tan pronto que incluso fui injusto con él. Como me decía Emilio, "demasiado injusto". La razón no era otra que aquello que yo veía sencillo, fácil, muy fácil, aquella curva, aquel adelantamiento, aquella salida, a él, a Àlex, se le hacía un mundo.

"¡Si es tan fácil, hazlo tú, a mí no me sale!", me decía rabioso, con razón. Hasta que me di cuenta de mi error. Yo era su hermano y creía que le podía decir las cosas de cualquier manera. Y no. Él era mi hermano, tenía talento, mucho, pero los consejos debía dárselos con tacto. Tampoco yo dejaba de ser un renacuajo. De ahí su cabreo. Hasta que él aprendió a escucharme y yo aprendí a explicárselo todo con más mano izquierda.

Se acercaba el momento de dejar de dar saltos, pero Eminem seguía resonando en nuestra habitación. Aún me quedó algún segundo para repasar mentalmente todos los duelos que habíamos visto en vídeo, él y yo, mano a mano, en los que varias parejas de campeones se habían jugado el título en el último gran premio: Capirossi-Harada, en 1998; cómo no, Alzamora-Melandri, 1999; Poggiali-Vincent, 2002; Luthi-Kallio, 2005; Talmacsi-Faubel, 2007; Terol y yo, 2010; Terol contra Zarco, al año siguiente, y Salom, Rins y Viñales, hacía solo un año en el mismo circuito de Cheste. ¡Lo mío me costó preparar la lista de vídeos y analizarlos con Àlex unos días antes de viajar a Valencia! Aquel era el día. Lo sabía papá. Lo vivía mamá. Lo sufría yo. ¿Lo disfrutaría él? Lo habíamos

preparado, vivido, masticado, asimilado y repasado tantas veces y tan bien que no podía fallar. De hermano a hermano. Sé que parece un cuento, pero es la realidad. Sé que los hermanos suelen llevarse bien, pero yo siento que nuestra relación es especial. Misma educación, misma filosofía de vida, tremendas ganas de vivir y de disfrutar del momento. Compartimos aficiones, objetivos, profesión, intenciones, metas, complicidades. ¿Si es un buen tío? Mi hermano es el mejor, no hay otro como él. ¿Qué voy a decir de mi hermano? Àlex es como mi mejor amigo.

Tenemos que correr. Nos esperan fuera. Yo aún ni me he duchado. Saltamos, gritamos, simulamos un divertido karaoke, sin voz, sin saber la letra. Es el último coro de Eminem. Pienso en la categoría y el señorío que Àlex imprimió, demostró, al gestionar el Gran Premio de Malasia como un veterano. Y pienso que ahí fue cuando demostró realmente que se merecía este Mundial.

Subo el volumen de la canción. Àlex ha tirado ya su toalla por los aires. Es el «hermano de. . . », dijeron algunos. ¡Ya! Campeón de España un año (un título, por cierto, que yo no tengo), rookie del año en su debut en el campeonato del mundo siguiente (un título que yo tampoco he logrado conquistar) y flamante campeón mundial en su última aparición. No puedo estar más orgulloso de mi hermano y siempre recordaré 2014 como un año muy especial. Silencio. Suena Eminem. ‘Lose yourself’. Este es el último coro de ‘Piérdete’

"No puedo estar más orgulloso de mi hermano y siempre recordaré 2014 como un año muy especial"

El éxito es mi única maldita opción. Fallar no lo es.

Mamá, te quiero. Allá voy.

Pies, no me falléis, igual es la única oportunidad que tengo.

Puedes hacer cualquier cosa.

¡Decídete, hombre!

Y ganó. Ya es 'rey' de Moto3. Àlex, el niño que no quería ser piloto.