Relegitimación de la UE para frenar el populismo

Relegitimar para frenar el populismo_MEDIA_1

Relegitimar para frenar el populismo_MEDIA_1

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Este año se cumple el 60º aniversario del Tratado de Roma, que marcó el inicio de la integración europea, aniversario que tiene lugar en una de las principales crisis del proyecto europeísta. Así, esta efeméride va a coincidir con la activación del Brexit por el Gobierno británico, con el auge de partidos populistas y euroescépticos en varios países del Este y, quién sabe, con un buen resultado del Frente Nacional en las próximas elecciones presidenciales en Francia.

En este contexto de incremento de la desconfianza hacia la Unión Europea se hace necesario tanto recordar los elementos positivos de ésta como prestar atención a las causas que favorecen el auge del populismo europescéptico, pues si bien a mi entender yerra en las soluciones, en ocasiones acierta al señalar motivos que explican el malestar social y la desafección hacia el proceso de integración.

Por lo que respecta a los logros de la Unión, hay que comenzar poniendo de manifiesto que en el siglo XXI los desafíos a los que se enfrentan nuestras sociedades son lo suficientemente grandes como para concluir que los estados por sí solos no pueden lidiar con ellos. Sin necesidad de recurrir al argumento del terrorismo internacional, se puede mencionar cómo en los últimos años, debido a la globalización y la desregulación, han emergido actores internacionales y transnacionales, tanto públicos como privados, con gran poder sobre las autoridades estatales y los ciudadanos privados.

Por centrarnos en las cuestiones económicas, la crisis financiera que surgió en el 2008 ha puesto de manifiesto la necesidad de abordar algunos problemas a nivel europeo. Han sido las acciones desarrolladas por el Banco Central Europeo las que han preservado todo el sector financiero en Europa occidental, especialmente en Italia y España. Si el BCE no hubiera inyectado algo de liquidez en el sistema, las economías española e italiana se habrían derrumbado.

Las mismas consideraciones pueden hacerse en otros temas: desde la protección de los datos personales en relación con los gigantes de internet (como Google o Microsoft), a los problemas ambientales con los que tenemos que lidiar, de la crisis de los refugiados a la ordenación de los flujos migratorios, etc.

Maquinaria burocrática y costosa

Por lo que respecta a las causas de la desafección, podemos mencionar la percepción entre gran parte de la ciudadanía europea de las instituciones comunitarias como una maquinaria burocrática lejana y costosa, ocupada en regular nimiedades, y carente de legitimidad democrática. En mi opinión, si bien se trata de una crítica injusta, sí que evidencia las limitaciones de un modo de entender Europa, en el que se pretende sustituir la política por la mera administración.

Al mismo tiempo, hay que señalar que esta desafección también está relacionada con el hecho de que la integración europea se esté desarrollando a gran velocidad y con la realidad de que el paisaje de las sociedades europeas -crecientemente complejas- se haya transformado fundamentalmente. En esta tesitura, los ciudadanos europeos se encuentran en un estado de desconcierto, como espectadores de su propio destino, como si les resultara difícil discernir los nuevos contornos del poder público y reconocerse como sujetos de este desarrollo.

Dicho esto, la respuesta a nivel europeo solo permite afrontar los desafíos mencionados si se trata de una respuesta eficiente y eficaz. La eficacia de la respuesta para abordar los desafíos mencionados depende de la capacidad de los órganos de la Unión de tomar decisiones. A este respecto, y más que proceder a democratizar la Unión en sentido estricto -difícil, en ausencia de un pueblo europeo- una relegitimación de la UE puede venir por la mejora de los procedimientos intergubernamentales.

Principio democrático

Los aspectos estructurales del desarrollo constitucional europeo se derivan de las exigencias del concepto excepcional y original de la Unión. La posición y la influencia de los órganos europeos deben estar organizadas de manera que se mantenga un equilibrio aproximado de poderes entre los estados miembros y las instituciones comunitarias. A escala europea, este equilibrio supranacional se concreta a través del principio de equilibrio institucional de poder para los órganos de la UE, que a su vez deriva del principio democrático.

En su sentido clásico, no es posible aplicar el principio democrático en todos los aspectos a la UE y su sistema de gobernanza multinivel. La estructura supranacional de los órganos de la Unión, diferente del modelo de organización del Estado-nación, tiene rasgos muy cooperativos. A escala europea, esto tiene menos que ver con la habitual separación de poderes que con el mantenimiento de un equilibrio institucional que garantice un adecuado grado de legitimación democrática.

En mi opinión, los estados miembros siguen siendo una fuente indispensable de legitimación de la autoridad de la UE. Es dentro de los respectivos sistemas constitucionales de los estados miembros que los pueblos de Europa pueden seguir encontrando la oportunidad más fiable de expresión, elementos que hacen posible un foro democrático funcional para el desarrollo de una opinión pública informada. Además, los estados miembros constituyen el lugar donde la democracia representativa puede funcionar mejor.

Un adecuado fortalecimiento de los estados, junto a una mejora de los mecanismos de cooperación intergubernamental, puede servir para mejorar el funcionamiento de la Unión. Por un lado, porque ayudará a reconectar el interés nacional con la causa europea, de modo que las instituciones comunitarias dejen de percibirse como un ente abstracto y lejano. Por otro, porque puede permitir visibilizar cómo las mencionadas instituciones comunitarias están al servicio de los estados miembros y sus ciudadanos, relegitimando así el proceso de integración.

Claro que eso requiere de la concurrencia de valores profundos y compartidos, lo cual en estos momentos brilla por su ausencia. De ahí que, antes que buscar cómo organizarse mejor, la Unión Europea -igual que los estados miembros- deba recordar su identidad.