Ciudad inteligente:del discurso al ciudadano

Es el cambio más rápido en la historia y ha venido para quedarse. El impacto tecnológico transforma la economía y la movilidad, pero también el estilo de vida, las personas y la gobernanza.

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Las ciudades se transforman y reinventan constantemente para dar cabida a las dinámicas de cambio económico y social.  La primera industrialización requiere de asentamientos próximos a los recursos primarios, la producción masiva precisa de grandes estructuras fabriles y redes de transporte efectivas para la distribución inmediata de los bienes; la terciarización de la economía ha dado paso a ciudades limpias orientadas a un sector servicios cada vez más sofisticado… ; desde finales del siglo XX asistimos a una revolución tecnológica que alcanza no únicamente a la esfera productiva sino que va mucho más allá, resituando a la ciudadanía en un nuevo marco relacional y de trabajo.  La ciudad adaptable y flexible, la resilient city, busca su nuevo papel en este nuevo paradigma determinado por la digitalización de relaciones productivas y sociales.

La revolución tecnológica supone una fuerte interconexión e interdependencia de los sistemas y agentes que conforman la ciudad determinando así una alta capacidad para transformar profundamente tanto la economía como la sociedad. En la actualidad, el mundo hace frente a un cambio tecnológico permanente: afecta a todos los mercados, a todos los actores, a todas las instituciones; es el cambio más rápido en la historia y ha venido para quedarse; no es un cambio sectorial o parcial sino que se trata de toda una revolución transversal y universal. De este modo, las nuevas tecnologías han alterado los fundamentos de las relaciones económicas pero también las sociales e institucionales. Asistimos a disrupciones creativas ocasionadas directa o indirectamente por la tecnología de manera cotidiana en todas las esferas: en las empresas, en las instituciones, en los hogares, en el comportamiento humano...  la transversalidad del impacto tecnológico va mucho más allá de la proliferación de empresas innovadoras o mejoras en la movilidad… Efectivamente, se trata de transformar la economía y la movilidad pero también el estilo de vida, las personas, el entorno y la gobernanza.

Paralelamente, la globalización de la economía supone un aumento de las interrelaciones entre agentes, sean estos individuos, empresas o instituciones. Podría pensarse que ante la escala global que adquieren muchas de las operaciones que se realizan al cabo del día, la ciudad dejara de tener relevancia y pasara a un segundo término en este contexto global. Sin embargo, tal y como señala Manuel Castells (Globalisation, Networking, Urbanisation: Reflections on the Spatial Dynamics of the Information Age. Urban Studies. 2010), la ciudad sigue ahí, quizá con una función más importante que nunca, respondiendo a las transformaciones socio-económicas del momento. Así, la globalización de la economía y la relevancia de las redes como vehículo de transmisión de información, de transacciones y de conocimiento dibuja una ciudad cada vez más interconectada ejerciendo de polo de conectividad como nodo local especializado y a la vez propulsora de su particular trayectoria (path dependency)  económica, institucional, social… y que vindica su unicidad.

Competencia entre ciudades

En este contexto, las ciudades compiten entre sí. ¿Por qué? Porque tienen necesidad de ocupar un espacio nodal en este mundo de redes propiciado por el auge tecnológico al que estamos sometidos desde hace décadas.  Compiten para atraer capital, talento, turistas, … todo aquello que las haga merecedoras de un lugar en este espacio de flujos. Las ciudades persiguen mejorar puestos en multitud de clasificaciones y jerarquías: identifican las fortalezas y debilidades de su desarrollo endógeno y persiguen dominar sus propias ventajas comparativas en ciertos recursos clave frente a otras ciudades del mismo nivel. Para competir, las ciudades utilizan discursos más o menos elaborados o creíbles que venden el atractivo de la ciudad. Últimamente, son muchos los gobiernos locales que apuestan por una ciudad inteligente como leitmotiv de su estrategia competitiva.  En este sentido, el alcance de la digitalización de la economía y de la vida en general emerge como un discurso novedoso en el contexto competitivo que se mencionaba anteriormente: la smart city sigue vendiendo entre gobiernos locales que buscan ir más allá en su apuesta por retos de futuro igual que antes vendió  y se apostó por la ciudad creativa, la ciudad del conocimiento o la ciudad cultural…

A pesar de esto, el impacto tecnológico transversal al que el conjunto de la ciudadanía se ve expuesto requiere de algo más que de discursos. Nadie duda que la innovación de productos y procesos de las empresas pasa en buena medida por el uso y aplicación de las nuevas tecnologías en sistemas más o menos tradicionales. Nadie duda que las personas utilizan cada vez más la tecnología como parte intrínseca de su cotidianeidad: la tecnología ha cambiado la vida de las personas: el acceso a nuevos modos de comunicación instantánea, la compra por internet, el cine de estreno en casa… los hogares y los individuos en mayor o menor medida han introducido la novedad tecnológica en su quehacer diario.  Pero no se debe olvidar que la ciudad se basa en la inteligencia colectiva, en los modos y formas de organización y comunicación que la sociedad da forma en cada momento del tiempo y lugar.

Más allá del proceso de arriba-abajo (top-down) en la creación de una estrategia de ciudad, los gobiernos locales deberían facilitar canales de conectividad entre la ciudadanía y sus representantes junto con actitudes proactivas para que las sinergias creadas de abajo arriba (bottom-up) permitieran que la ciudad en su conjunto dé respuesta a los retos que la innovación tecnológica ha supuesto. En definitiva, el valor que tiene la tecnología en la provisión de mejor calidad de vida de los ciudadanos exige potenciar una smart city con smart citizens más allá del discurso orientado a la competitividad internacional.