UN MES DESPUÉS DEL 17-A

"Me siento culpable por no haber estado el día del atentado"

Vecinos y comerciantes de la Rambla, exhaustos y superados por los acontecimientos, siguen adelante aprendiendo a convivir con lo sucedido

Carolina Palles, florista

Carolina Palles, florista / periodico

Núria Navarro / Núria Marrón

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Las únicas huellas visibles del atentado del pasado 17 de agosto son las furgonetas policiales y el altar que permanecen en lo alto de la Rambla. Sin embargo, vecinos y comerciantes, exhaustos y superados por los acontecimientos, siguen adelante intentando dejar atrás el miedo y la tristeza, y tratan de aprender a convivir con lo sucedido.

Carolina Pallès: "Solo aspiro a la normalidad"

Florista

«Me siento culpable por no haber estado», confiesa Carolina, quinta generación al frente de Flores Carolina.  «Los primeros días me sentaba como una puñalada que me dijeran: ‘¡Menos mal que estabas de vacaciones!’ –admite–. ¿Y si los expositores hubieran frenado la furgoneta? ¿Y si hubiera podido evitar una muerte?».  Desde que reabrió –y le costó horrores– no pasan cinco minutos sin que alguien la abrace, le pregunte cómo está o le explique el estado de algún vecino, como la chica de la parada de semillas situada donde se apeó Younes Abouyaaqoub y que no ha vuelto abrir. A ese duelo casi familiar, se añadió el colectivo. «Los barceloneses sentían la urgencia de bajar a la Rambla», dice. Depositaban en sus manos el horror y la aflicción por no haber pisado la vía en años. Como si fueran exvotos. Otros le pedían si tal murió en ese árbol o en aquel otro . Pasó el novio de Silvina Pereyra [una de las víctimas mortales] a comprarle flores. Carolina necesitaba respirar. Una noche decidió dormir con las ventanas abiertas y le entraron a robar. Solo quiere «normalidad», pero no la ve posible. Al menos hasta Navidad.

Eduard Soley: "Siento un vacío, como su hubiera perdido un amor"

Frutería Soley-Roser de la Boqueria

A Soley le vimos llorar con desconsuelo en los informativos. Nació en la Rambla, y en ella ha vivido y trabajado toda su vida. Cada día necesita «respirarla», como el asmático necesita el Ventolín . Y un mes después el oxígeno no ha dejado de llevar partículas de aflicción. «Siento un vacío en el corazón, como si hubiera perdido a un gran amor», repite mientras rellena cajitas con bayas de Goji sentado tras el mostrador del negocio al que acude desde hace 55 años (su familia empezó en 1864). Es un «vacío» tan real que el frutero ha ido esta semana al médico a hacerse un chequeo. «Algo ha cambiado dentro», dice con el lagrimal cargado. «Es que lo que vivimos fue muy fuerte». Vio a  Silvina Pereyra, empleada en la Boquería, 10 minutos antes de ser arrollada, vio las caras descompuestas de los policías buscando desfibriladores, vio el desamparo de los turistas.  «Eran muertes anunciadas –aventura–. Solo en esta entrada del mercado se concentran  500 personas. En la junta del mercado habíamos hablado de que pasaría algo. Pero pasa y te hundes». Aun así,  Soley, que es hombre poco dado al drama, concluye que «la vida debe seguir».

Jaume Doncos: "Por unos instantes, me encontré en paz"

Casa Beethoven

En su centenario establecimiento de partituras se refugiaron una quincena de turistas, entre ellos el marido y los hijos de la belga Elke Vanbockrijck, cuya muerte no supieron hasta cuatro horas después. Ahora le parece un producto de su imaginación: el repartir abrazos, el ofrecer un cava que corría por la tienda, la decisión de que sonaran  nocturnos de Chopin. «Por unos instantes me encontré en paz conmigo mismo –reconoce–. En lugar de vender y comprar, estaba haciendo algo con un sentido superior». Pero un mes después, tras desaparecer los túmulos de velas y peluches cuya «dimensión de espectáculo» le disgustó, y tras la manifestación que le pareció «hipócrita» –«las personas que tenían que evitar la tragedia estaban allí»–, lo único que le interesa es reflexionar. «La fabricación de guerras inexistentes da argumentos a los fanáticos. Y la solución pasa por el 'no' a las armas».

Alexandra Emmanuelle: "Los turistas, las caras nuevas, ayudan a regenerar las energías"

Museu de l'Eròtica de Barcelona

Alexandra Emmanuele, responsable del Museu de l’Eròtica de Barcelona, pasa revista a su último mes en el jardín interior del local, una estancia cuajada de falos gigantes y ‘pin-ups’ donde el 17-A visitantes y empleados permanecieron confinados antes de ser evacuados a una iglesia vecina. Sí, de acuerdo: conjugar en una misma frase terror y jolgorio puede puede causar cortocircuitos y algún juicio moral, pero ¿qué quieren? Alexandra lleva un mes intentando ecualizar el susto propio, el duelo colectivo y el ‘shock’ postraumático de alguno de sus empleados –dos dejaron de trabajar tras el atentado- con el pálpito canallesco de la Rambla. «Tuvimos la muerte a los pies  –de hecho, la cámara del local grabó el impactante vídeo viralizado en el que se ve la furgoneta cortando la calle como una bala–, pero creo que refugiarse en el miedo es peor. Los primeros días, por respeto, la Marilyn que baila en el balcón pasó a repartir saludos y flores. Incluso había quien, emocionado, la abrazaba, como si fuera un símbolo de la Rambla». Desde que quitaron los altares y acabó «un funeral que parecía interminable», dice, se han impuesto el mantra de la normalidad. «Y me da la impresión que los turistas, las caras nuevas, están contribuyendo a regenerar las energías».

José Agustín Gómez: "Veo a la Rambla como un paciente que se está recuperando del coma"

Periodista de Onda Cero

Aquella tarde, no pudo cruzar la Rambla y acceder a la emisora, cuyos ventanales sobre la calle la convirtieron en una tétrica tribuna del atentado.  Aún en el coche, ya había visto bajar persianas y su mujer le había llamado, asustada, alertándole de que había habido un atentado y que parecía que había terroristas armados. Como el cordón le impedía alcanzar la radio, tras contactar con la emisora, fue hacia a la Boqueria, en dirección contraria a la estampida , y contó lo que veía. Caos. Carreras. Gente en  ‘shock’. Rumores que acababan en bulo. Y mossos nerviosos que no sabían a lo que se enfrentaban y que le anticiparon la noticia fatal. «No hay un muerto, hay una masacre -le dijeron-, hay muchos cuerpos en el suelo, es una barbaridad».

 Tras aquel día del que recuerda «un vacío y un silencio inquietantes», reencuentros emocionados y a un canadiense que había salido despedido al rozarle la furgoneta, dos pensamientos le vuelven a la cabeza. «Lo frágiles que somos y lo fácil que es hacer daño, y lo fuertes que nos volvemos ante la adversidad. Ahora la Rambla es como un enfermo que se despierta del coma y, pese a las secuelas, sigue viviendo. ¿Quién le va a quitar la alegría de vivir a un lugar como este?». 

Alex Jiménez: "Un mes es mucho, pero a la vez no es nada"

Quiosquero

Alex volvió aquella madrugada al quiosco familiar porque su hermano, ante la urgencia del desalojo, no había podido cerrar. Imaginarán el paisaje. Un taxi abandonado por aquí. Un coche de la limpieza por allá. Y, casi lo más impactante, la chillona Rambla sumida en un silencio sepulcral.

La vuelta al día a día, cabe decir, ha pasado por un torbellino emocional. Los primeros días, recuerda, cuando anochecía y ardían las velas, no podía evitar pensar en la furgoneta. «Los altares permanecieron más de una semana y, aunque nos sentimos muy cerca de las víctimas, aquello te sumía en un bucle que no te dejaba seguir adelante». A ojo foráneo, en la Rambla vuelve a bullir el trajín de siempre, pero tras los mostradores se percibe menos gente. Las ventas de artículos y suvenirs, por ejemplo, han bajado entre un 20% y un 40%. Y si antes del 17-A muchos turistas invertían un día en recorrer la arteria y sus alrededores hasta acabar al anochecer en el Maremagnum, ahora hacen visitas rápidas y evitan más las terrazas. «Un mes es mucho, pero a la vez no es nada. Lo que pasó fue muy gordo y en dos días no se puede pasar página».  

Domingo Vila-Puig: «En el ambiente aún se palpa tensión y tristeza»

Estanco Gimeno

El estanco Gimeno, con casi un siglo de historia a la grupa, bien podría ser notario de esta calle abierta y bulliciosa que en  1937 fue testigo de cómo se mataba el bando republicano, que luego vio pasear desnudo a Ocaña y que hace 40 años fue testigo de la primera manifestación LGTBI. En este observatorio centenario, decíamos, el pasado 17 de agosto se agolparon hasta 36 personas que, con el paso de las horas, fueron conociendo los funestos detalles de este nuevo episodio que se suma a la ya «densa historia» de la Rambla, asegura el estanquero Domingo Vila-Puig. Domingo, que guarda «‘mails’ de agradecimiento llegados incluso desde Rusia», reconoce que, a la mañana siguiente, bajó la calle y subió la persiana sumido aún en un estado de ‘shock’. Un mes más tarde, ya se ha quitado el miedo del cuerpo,  aunque, de forma inconsciente, admite que toma más precauciones, que está más en alerta. «La calle ni de lejos ha recuperado la normalidad, en el ambiente aún se palpa tristeza y tensión. Ahora solo esperamos que nada igual se repita y que en un tiempo todo esto sea solo historia, como las bombas del Liceu»