20º ANIVERSARIO DEL FINAL DE LA GUERRA

El túnel de la salvación

MONTSERRAT RADIGALES / SARAJEVO (enviada especial)

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En la señalización que en la carretera indica la ruta para llegar al lugar está traducido al inglés como «túnel de la vida», aunque el nombre original en bosnio es 'Tunel Spasa', que literalmente significa «túnel de la salvación». Cualquiera de los dos resulta apropiado. Porque entre 1992 y 1995, Sarajevo vivió un auténtico infierno. A los bombardeos casi diarios de la artillería de los radicales serbios y la mortífera acción de los francotiradores se añadió otra pesadilla: la ciudad estuvo sometida durante 1.425 días (casi cuatro años) a un cerco más propio de la época medieval que de las postrimerías del siglo XX.  El aludido túnel proporcionó cierto alivio.

Totalmente rodeada por las fuerzas serbias, la única ruta de entrada y salida de la ciudad atravesaba la pista del aeropuerto que desde julio de 1992 estaba bajo control de la ONU. Pero para transferir a la fuerza internacional el control, los serbios pusieron como condición que solo se utilizara para las operaciones de los cascos azules. El puente aéreo humanitario permitía la entrada de alimentos a la ciudad asediada, pero era muy irregular y a menudo quedaba suspendido por los combates o porque los radicales serbios disparaban contra los aviones. Era tan irregular que fue popularmente bautizado, por el personal de la ONU y por los periodistas internacionales, como 'Maybe Airlines (Aerolíneas Quizás)'.  Incluso estampaban en el pasaporte los sellos con este nombre.

La ONU aplicaba a rajatabla el acuerdo con el jefe militar serbio, Ratko Mladic -ahora juzgado en La Haya por genocidio- y, salvo algunas pocas excepciones, los cascos azules impedían el paso a los bosnios que se aventuraban a cruzar la pista por la noche  al amparo de la oscuridad.

En Sarajevo escaseaban los productos de primera necesidad y, además, difícilmente la ciudad podía defenderse si el Ejército de Bosnia no podía abastecer a sus fuerzas en la capital ni dotarse de munición.

BAJO TIERRA

Así nació la idea de excavar un túnel por debajo de la pista del aeropuerto, que uniera los barrios de Dobrinja y Butmir y enlazar con la falda del monte Igman, otra trampa mortal. Se empezó a construir en enero de 1993, en el más absoluto secreto militar, por el lado de Butmir y en condiciones muy precarias. En marzo se reforzaron los efectivos humanos y materiales y se comenzó a excavar paralelamente por el lado de Dobrinja.  Unos 300 hombres trabajaron en la obra. El 30 de julio, dos de ellos, procedentes de los dos extremos de la excavación, consiguieron darse la mano bajo tierra.

Por el lado de Butmir, el revestimiento era de madera; por el de Dobrinja, de acero. Tenía un longitud de 800 metros, y la anchura no superaba un metro. Su altura variaba a lo largo del recorrido; en el tramo de Butmir llegaba a 1,8 metros, pero bajo la pista del aeropuerto no llegaba a un metro, lo que obligaba a recorrerlo agachado. Las filtraciones de agua eran habituales y unas bombas eléctricas paliaban el problema pero, con las lluvias fuertes o el deshielo tras el invierno, el remedio no era suficiente y en ocasiones había que circular con agua hasta la rodilla. El suelo estaba cubierto por unos plafones de madera.

De promedio, unas 4.000 personas cruzaban el túnel a diario, en ambos sentidos. Estaba bajo control militar y hacía falta un permiso que se daba con cuentagotas. Entraban personas y cargamento de todo tipo y fue una línea de abastecimiento vital para la ciudad asediada. Se instaló un cable de telefonía y cables de eléctricos que proporcionaban corriente a servicios vitales como los hospitales, la protección civil o los edificios gubernamentales. También se instaló una tubería para proveer de carburante a la capital.

Con el tiempo se colocó en el túnel un rail por donde se empujaba una carreta para depositar las cargas más pesadas y evitar tener que transportarlas a hombro. Así también se evacuaba a los heridos. Algunos dignatarios gozaban del privilegio de ser transportados en la carreta. El presidente bosnio, Alija Izetbegovic, disponía de un sillón que se adaptaba a la carreta.

Del túnel se han preservado 20 metros, por el lado de Butmir, y está incorporado hoy en día a un museo que el año pasado recibió 90.000 visitantes. Quien lo visite podrá recorrer estos 20 metros y, en las instalaciones adjuntas podrá empaparse de todos los detalles y contemplar todo tipo de artilugios. Un video le ilustrará también sobre la realidad de aquellos años.

Pero resulta difícil verlo como museo a quien tuvo la experiencia real. Los recuerdos afloran y aún hacen estremecer. Porque al inicio de agosto de 1995, ya en las postrimerías de la guerra -aunque nada hacía vislumbrar que se acercaba el final-, esta periodista tuvo el privilegio, gracias a un dirigente bosnio, de entrar por el túnel al Sarajevo asediado, cuando el puente aéreo de la ONU llevaba meses suspendido. Los extranjeros tenían habitualmente vetado el acceso al túnel. «Tú calla y no abras la boca para nada. Simplemente estás conmigo. Déjame hacer», me dijo el  dirigente. Nunca supe qué les contó a los militares que custodiaban la instalación.

El túnel era alto secreto militar pero su existencia pronto se convirtió en un secreto a voces. «Los serbios nunca encontraron la localización exacta de la entrada», explica Irhad, uno de los guías del museo. La exacta quizás no, pero debieron aproximarse bastante porque las inmediaciones eran esporádicamente bombardeadas. En 1995 causaron la muerte de nueve personas en la entrada de

Butmir y antes hubo otros incidentes. Pero eran muchos más los que habían perdido la vida, antes de existir el túnel, intentando cruzar la pista del aeropuerto.

EL CONTRABANDO

De que el túnel salvó a Sarajevo no existe ninguna duda, pero también tiene un lado oscuro. Como en todas las guerras surgieron los aprovechados. Algunas personas hicieron una fortuna gracias al contrabando, sobornando a los soldados para que les permitieran entrar grandes cantidades de productos alcohólicos o cigarrillos.

La entrada de Butmir estaba situada en una casa que pertenecía a la familia Kolar y que la cedió a tal fin. Fue esta familia la que, acabada la guerra, consideró que había que preservar la memoria y creó voluntariosamente el museo. Ahora, ampliado y mejorado, es de titularidad pública y pertenece al cantón de Sarajevo. Uno de los hijos de la familia, Edis Kolar, aún trabaja en el museo. «Tengo el recuerdo muy vivo. Yo estaba en la policía militar, a veces en el frente y a veces en el túnel. Es un honor haber preservado algo que fue tan importante», nos dice Edis.

Pese a los muchos intentos, el Ejército bosnio nunca logró romper el cerco de Sarajevo, pero las fuerzas serbias tampoco lograron tomar la ciudad como era su objetivo. El general retirado Jovan Divjak, un militar de origen serbio que se mantuvo fiel a la Bosnia multiétnica y como número dos del Ejército bosnio dirigió la defensa de Sarajevo, reflexiona para este diario: «Hay una teoría que dice que el atacante tiene que ser dos o tres veces superior al enemigo, y los serbios no lo eran. Y en el plano moral, el defensor siempre es más fuerte».