El tren con los restos de víctimas parte tras varios días de tensión

Separatistas prorrusos armados hacen guardia frente al tren.

Separatistas prorrusos armados hacen guardia frente al tren.

MARC MARGINEDAS

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Un sol despiadado en un cielo sin intervalos nubosos se abatía, a mediodía de ayer, sobre la blanca estación ferroviaria de Torez, cuando, por segundo día consecutivo, se abrieron las compuertas de los vagones de tren donde habían sido almacenados, durante las horas anteriores, los cadáveres de pasajeros del Boeing malasio abatido el jueves en el este de Ucrania por un misil. Con el rostro cobijado con mascarillas para protegerse de la penetrante miasma generada por unos restos humanos que habían pasado días a la intemperie, tres forenses holandeses, recién llegados al territorio de la autoproclamada República Popular de Donetsk, se fueron introdujendo, uno por uno, en los furgones del convoy mortuorio para valorar las condiciones de conservación de los cuerpos. El almacenamiento se ha realizado de forma «adecuada», sentenció poco después, escuetamente, el líder de la misión, Peter van Vlient, flanqueado por el vicejefe de la misión de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), Alex Hug, y su portavoz, Michael Bociurkiw.

Acto seguido, la comitiva emprendió el camino de los prados y campos de maíz de Grabovo, el lugar donde se desplomaron la mayor parte del fuselaje y de los cadáveres de pasajeros, examinando concienzudamente, durante más de una hora, el principal escenario de la catástrofe aérea. Tras la visita, la valoración de los forenses holandeses fue más allá del simple aprobado: «Estoy impresionado, dadas las circunstancias», sentenció el propio Van Vliet, por el «trabajo realizado aquí» por los colegas ucranianos, intentando con sus palabras calmar los ánimos de unos familiares, que, desde Holanda principalmente, se indignaban ante el maltrato que hubieran podido estar sufriendo los despojos de sus seres queridos.

La locomotora y los vagones refrigerados de color plateado se pusieron en marcha, a media tarde de ayer, camino de Járkov, la segunda ciudad de Ucrania, ya en manos del Gobierno de Kiev, a unos 200 kilómetros de Torez. Será, tal y como advirtió ayer tarde en un diálogo telefónico el presidente ucraniano, Petro Poroshenko, al primer ministro holandés, Mark Rutte, un largo viaje, de 12 horas de duración, durante las cuales el tren atravesará, vía Donetsk, territorio controlado por los rebeldes. Una vez en Járkov, serán enviados a Holanda, donde expertos internacionales iniciarán las tareas de identificación que, dado el estado en que han quedado la mayoría de los restos, no será presencial y se realizará mediante ADN.

Con la marcha del tren, se pone punto final a las tareas de levantamiento y recogida de cadáveres que, como todo lo demás en la tragedia del Boeing 777 malasio, se han visto marcadas por el cruce de reproches, incluyendo la acusación de «robo de cuerpos» contra las milicias prorrusas. Por si no fuera suficiente el caos, ayer por la mañana la aviación ucraniana bombardeó el barrio de la estación ferroviaria de Donetsk.

Pero el tratamiento de los cadáveres no constituye más que una de las controversias que han brotado con fuerza durante estos días entre los gobiernos de Rusia, EEUU, Ucrania y los opositores prorrusos a raíz del derribo del avión malasio; nuevas porfías marcarán, con total seguridad, el ritmo y desarrollo de la investigación internacional, encabezada por la Agencia Internacional de la Aviación Civil (ICAO).

Tal y como pudieron comprobar ayer mismo los observadores de la OSCE y los periodistas, algunos pedazos del fuselaje del avión habían sido movidos, trasladados de lugar o incluso desaparecido. Quizá por haber caído en una zona donde se desarrollan combates, las milicias prorrusas en ningún momento han llegado a acordonar el escenario de la tragedia, no lejos de posiciones del Ejército regular ucraniano, lo que ha dado pábulo a todo tipo de especulaciones.