Ni gaitas ni faldas

El sentimiento identitario, muy arraigado en Escocia, está ausente de la campaña

La tradición 8 Un escocés con falda toca la gaita en el puente de Westminster, en Londres.

La tradición 8 Un escocés con falda toca la gaita en el puente de Westminster, en Londres.

MARTA
López

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ni gaitas ni faldas. Esos símbolos tan escoceses que llenan hasta el empacho calles y tiendas del centro de Edimburgo al punto de casi convertir la capital en un parque temático, están completamente desaparecidos en esta campaña del referendo de independencia. Porque esto no va de identidad, un debate superado, entre otras cosas, porque el sentimiento identitario, muy fuerte, lo comparten todos los escoceses, sean o no independentistas, vayan a votar  o se decanten por el no. Y más que de ser o de sentir, prefieren hablar de la sanidad y las pensiones.

Ni los unionistas cuestionan aquí la existencia de la nación escocesa, que después de 307 años de unión con Inglaterra conserva su sistema judicial propio, selecciones deportivas e incluso imprime su propia moneda: la libra escocesa, con el mismo valor que la libra esterlina y aceptada en el resto de Gran Bretaña. Pero sin una lengua que distinga a los escoceses de sus vecinos del sur, tampoco estos factores bastan para explicar el fuerte sentimiento identitario que han desarrollado.

«Es una combinación de factores, pero pesa mucho que se sienten políticamente muy diferentes a los ingleses», afirma Kathryn Crameri, politóloga de la Universidad de Glasgow. Para David Torrance, conocido columnista y biógrafo del primer ministro escocés, Alex Salmond,  «los escoceses se mueven en una escala diferente de valores, están mucho más a la izquierda y tienen una actitud muy diferente hacia el Estado del bienestar. Son sociedades muy distintas en términos políticos».

Ni Crameri ni Torrance dudan de que las políticas de austeridad del Gobierno conservador de David Cameron han contribuido a reforzar el sentimiento de identidad escocés. Una senda que inició Margaret Thatcher en los 80 con sus políticas antisociales y de desindustrialización salvaje. Esos años negros supusieron el renacimieno del nacionalismo, que adquirió un tinte de izquierdas y antithatcherista cuando se situó al frente de la revuelta contra la poll tax (el nuevo impuesto local que puso a Escocia en pie de guerra).

Desde entonces, los tories nunca más han levantado cabeza en tierras escocesas: solo uno de los 49 diputados que Escocia manda a la Cámara de los Comunes en Londres es conservador. «No queremos más gobiernos conservadores. Nosotros no los votamos», afirmaba Patrick, en Edimburgo, mientras esperaba el domingo para entrar en el concierto por la independencia.

Pero esta identidad escocesa no es incompatible con que también exista una identidad británica. «La mayoría de los escoceses se siente más escocés que británico pero también británico», apunta el profesor Michael Keating, de la Universidad de Aberdeen, que explica que muchos de los electores del sí forman parte de este último grupo. Y según una encuesta de hace unas meses, solo el 46% de los escoceses que se sienten únicamente escoceses apoyan la independencia. Por ello, John Curtice, prestigioso politólogo concluye: «La identidad es un asunto ubicuo que une y no divide a la mayoría de gente en Escocia».

Persecución

Bob es uno de esos votantes del  que se siente únicamente escocés y que trata de explicar por qué los escoceses no echan mano de su sentimiento identitario para defender la independencia. «Aquí hemos sufrido una persecución sutil de nuestro sentido de la identidad, camuflado bajo el sueño del imperio, del que hemos participado», afirma. Él no cree que exista la identidad británica: «Aquí nadie se siente británico, ni los ingleses. Los ingleses se sienten ingleses», sostiene. Tampoco Aileen, de 21 años, cree se pueda hablar ahora de un sentimiento de identidad británico. «Quizá lo hubo en el pasado. Ya no».

Pero los sentimientos no están en juego en este referendo. El orgullo patrio no está sobre la mesa en ninguno de los lados. Pesa más la economía.

Mirando a Catalunya, que conoce bien, Crameri hace una comparación muy gráfica: «Escocia e Inglaterra son como dos hermanas gemelas. Se quieren pero pueden vivir separadas. Catalunya y España son como dos siamesas: estaban separadas, se unieron y separarlas es ahora muy doloroso» .