Palmira, más que un símbolo

La maravillosa ciudad en medio del desierto sirio está amenazada por el fanatismo ciego del Estado Islámico

XAVIER

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No sorprende que los viajeros que en el siglo XIX osaban adentrarse en el desierto de Siria creyeran ser víctima de alucinaciones al llegar a Palmira. Un arco monumentalcentenares de columnas inhiestas, el gran templo de Bel y las ruinas del teatro y del ágora aparecían como un contrasentido en medio del desierto. Era como si aquella maravillosa ciudad, hoy amenazada por el Estado Islámico, hubiera surgido de la arena para asombrar al mundo.

Recuerdo con emoción el momento en que visité por primera vez las ruinas. Era al amanecer, cuando la noche se batía en retirada y el primer sol del día doraba la columnata. Un campesino árabe avanzaba a lomos de un dromedario sin prisa, como si cabalgara en busca del pasado. Fue un instante mágico en el que el tiempo quedó suspendido, como si Palmira flotara en el aire, un sueño de otro mundo. Hasta hace sólo unos años las ruinas de Palmira eran una maravilla que atraía cada año a miles de viajeros. La guerra de Siria, sin embargo, acabó con la afluencia de turistas y hoy, por desgracia, Palmira está asediada por el horror.

El conde de Volney, orientalista francés contemporáneo de Voltaire, escribió en 1791 un ensayo famoso sobre las ruinas de Palmira. «¡Salve, ruinas solitarias, sepulcros sacrosantos, muros silenciosos!», escribió. «¡Yo os invoco! ¡A vosotros dirijo mis plegarias! ¡Sí! ¡Al paso que vuestro aspecto rechaza con terror secreto las miradas del vulgo, mi corazón encuentra al contemplaros, el encanto de los sentimientos profundos y de las ideas elevadas!...»

Las ideas elevadas… El triunfo de la cultura, las enseñanzas de la historia, el ascenso y la caída de los imperios… Las palabras del conde de Volney cobran hoy más fuerza que nunca, ya que, por increíble que parezca, Palmira puede ser destruida.

Ruta de la seda

Las ruinas Palmira nos hablan de un pasado que evoca el intercambio de la Ruta de la Seda, el cruce de culturas, la conexión entre Oriente y Occidente. Todo esto, sin embargo, puede ser borrado en sólo unos días por un fanatismo ciego. .

Fue en el año 267, con el ascenso al trono de la ambiciosa reina Zenobia, cuando Palmira alcanzó su apogeo. Los romanos, sin embargo, acabaron con su reino en poco tiempo. Zenobia fue derrotada, encadenada y humillada en un desfile triunfal por las calles de Roma.

A partir de la derrota de Zenobia, Palmira entró en una larga decadenciaI. Tuvo que esperar al XVIII para que los viajeros románticos la redescubrieran y propagaran su belleza secreta.

El que fue director de las excavaciones de Palmira entre 1964 y 2006, Khaled Assad, me contaba en 2009 lo mucho que habían trabajado para que Palmira recuperara su esplendor. «Las dunas cubrían buena parte de las ruinas», recordaba con emoción. «Levantamos unas trescientas columnas caídas. Poníamos andamios en cada columna y tardábamos seis días en levantarla... Fue lento y duro, pero mereció la pena».

Palmira, la ciudad que logró renacer del desierto gracias al relato de grandes viajeros y a un trabajo arduo y minucioso, vuelve a estar amenazada. Y con ella, muchos siglos de civilización. Su destrucción supondría un retroceso tan grande que Palmira se ha convertido en un símbolo que confío que logrará sobrevivir al extravío del fanatismo. Lo contrario sería un desastre para toda la humanidad.