EL TSUNAMI DE JAPÓN

La ola que recordó a Hiroshima

Fukushima resucita fantasmas del pasado y empuja a Tokio a acabar con la tradicional dependencia nuclear

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ADRIÁN FONCILLAS

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Aprincipios de año, el movimiento antinuclear japonés se reducía a grupúsculos de excéntricos observados con curiosidad. Japón, sin recursos naturales, recibía de las centrales nucleares el 30 % de su energía y planeaba aumentarlo hasta el 50 %. La seguridad se daba por descontada y las compañías nucleares alardeaban en sus juntas de accionistas de recortar los gastos en revisiones y controles.

El 11 de marzo se desató una cadena de desastres sin precedentes. Un seísmo de 9 grados a un centenar de kilómetros de la costa noreste provocó olas de decenas de metros de alto que barrieron el litoral. Las imágenes turbaron al mundo: la lengua marina que avanzó al encuentro de tierra firme, los barcos empujados como peleles, los restos de coches esparcidos por el litoral, los pueblos desaparecidos en segundos, los cadáveres devueltos por el mar... Unos 25.000 japoneses murieron y centenares de miles se hacinaron en centros de refugiados. Las víctimas monopolizarían la atención mediática durante meses en condiciones normales, pero emergió como un lejano eco primero, y como un estruendo después, el nombre de Fukushima.

Una ola gigantesca inutilizó la central nuclear. Lo que aterrorizó al país era algo menos tangible, sin contornos definidos. Se temió que la radiación siguiera con su callada labor de zapa, aumentando la factura durante los próximos 10, 15 o 30 años, cuando el seísmo ya solo sea carne de efemérides.

Cuadro tétrico en Tokio

Sus seis reactores se alternaron a diario el título demás preocupanteen función de cuál emanaba más humo o sufría la mayor explosión, aparecieron registros de plutonio y la radiactividad se extendió al agua, los alimentos y el aire. La población mundial se familiarizó con términos como fisión, becquereles, yodo-131 o cesio-137. Decenas de miles de personas que vivían en un radio de 30 kilómetros fueron desalojadas. Tokio, febril megalópolis de 30 millones de habitantes, presentó un cuadro tétrico de calles vacías, iluminación escasa y falta de suministros.

Una semana después, la situación pareció fuera de control. Tokio dejó un escaso retén de voluntarios para el martirio y las multinacionales fletaron vuelos para evacuar del país a sus trabajadores.

Aunque el temido granboomno llegó, es ya la peor crisis desde Chernobyl. Tokio anunció la semana pasada al fin que ha llevado la central al estado deparada fría. Pero el daño ya está hecho. La agricultura y la pesca, tradicionales sustentos de la zona, han quedado arruinadas para siempre por el estigma. Japón, el único país que ha sufrido un ataque nuclear, ha resucitado a sus fantasmas.

La sociedad es hoy mayoritariamente antinuclear. Las manifestaciones en Tokio concentran a decenas de miles de personas. El Gobierno ha aprobado planes donde las energías renovables sustituirán progresivamente a la nuclear hasta su desaparición en 2050. De los 54 reactores, 30 han dejado de funcionar. En Fukushima, epítome de la historia negra nuclear, se construirá un parque eólico.