LEGISLATIVAS EN EEUU

Obama, 'tóxico' en las urnas

Obama saluda al llegar a San Dimas, en California, el pasado día 10.

Obama saluda al llegar a San Dimas, en California, el pasado día 10.

RICARDO MIR DE FRANCIA / WASHINGTON

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Uno de los rasgos que han definido la presidencia de Barack Obama es la falta de dramatismo con la que se enfrenta a las crisis. No drama Obama es como le llama la prensa estadounidense. Esa templanza raya a veces en una frialdad desconsiderada, como el día que fue a jugar al golf minutos después de condenar ante las cámaras la decapitación del periodista James Foley a manos del Estado Islámico. Pero no corren buenos tiempos para la Casa Blanca y esta semana, en un gesto que no se veía en mucho tiempo, Obama canceló durante dos días todos los actos paralelos de su agenda para dedicarse en exclusiva a la gestión del ébola.

El país está asustado. Los errores de las autoridades sanitarias han dado alas a la percepción de incompetencia que los republicanos tratan de atribuir a la Administración. Y las elecciones legislativas están a la vuelta de la esquina. En menos de tres semanas se renuevan un tercio de los escaños del Senado y la totalidad de la Cámara de Representantes. Si se cumplen las encuestas, los demócratas perderán el control de la Cámara alta, la única que quedaba en su poder. Hay un 60% de posibilidades de que ocurra. Eso dejaría a Obama sin ninguna posibilidad de legislar durante los dos años que le quedan de mandato aunque, a decir verdad, nada cambiaría demasiado porque desde el 2010 los republicanos han bloqueado casi todas sus iniciativas en el Congreso.

Plebiscito

Obama no estará en las papeletas del 4 de noviembre pero, como él mismo ha reconocido, los comicios serán en gran medida un plebiscito sobre su liderazgo. «No estaré en las urnas este otoño, pero que nadie se equivoque: sí lo estarán mis políticas, cada una de ellas», dijo en una entrevista a 60 minutos. Sus palabras levantaron ampollas entre muchos candidatos demócratas, que tratan de distanciarse de la figura del presidente. Por una razón muy sencilla: solo el 27% de estadounidenses piensa que el país va en la dirección adecuada y la popularidad de Obama ronda el 41%.

Ese porcentaje es muy parecido al que tenía Bush a estas alturas en el 2006. Y el veredicto de las urnas fue apabullante: los republicanos perdieron las dos cámaras y la mayoría de gobernadores. En el poco tiempo que le han dejado últimamente Ucrania, el Estado Islámico (EI) o el ébola, Obama ha tratado de vender su gestión económica. El paro ha caído al 5.9% de la población activa, el nivel más bajo desde el 2009, y el déficit que obsesionaba al país hasta se ha reducido a la mitad, para situarse en un meritorio 3%.

Pero esas cifras no dicen toda la verdad. Ni suben los salarios ni se recupera el patrimonio de los hogares seis años después de la crisis. La desigualdad es rampante y solo crea empleo el sector privado. Si ha bajado tanto el paro es porque millones de personas han dejado de buscar trabajo. La población activa está en los niveles más bajos desde 1978.

El ejemplo

Obama se ha vuelto tóxico como arma electoral. Pocos demócratas le han pedido que les acompañe en la campaña, a diferencia de lo que sucede con Michelle Obama o los Clinton, que continúan siendo valiosos talismanes. El ejemplo más claro se dio hace dos semanas en Kentucky, donde la demócrata Alison Grimes trata de desbancar a Mitch McConell, el más veterano de los republicanos en el Senado. Durante un debate, le preguntaron a Grimes si había votado por Obama y hasta en tres ocasiones se negó a responder. «Estas elecciones no son sobre el presidente, sino sobre cómo ponemos a trabajar a los ciudadanos de Kentucky», dijo finalmente.

Tampoco han tenido clemencia con él los tótems del partido, incluidos algunos de sus antiguos colaboradores. Hillary Clinton se mofó de su doctrina en política exterior. «'No hagas estupideces' no puede ser un principio organizativo». Y Leon Panetta lo presentó como un timorato al decir que, demasiado a menudo, «rehúye la batalla, se queja y desaprovecha oportunidades». El ex presidente Jimmy Carter disparó contra su política en Siria. «Esperó demasiado. Dejamos que el EI reforzara sus capacidades, su financiación, su fuerza y sus armas cuando todavía estaba en Siria».

Desde que llegó a la presidencia, los republicanos han tratado de arruinar a Obama sacándole un gran escándalo. Lo intentaron con Bengasi y con el hostigamiento de la Hacienda Pública (IRS) a los grupos del Tea Party. No funcionó y ahora cargan contra su supuesta incompetencia como gestor, apoyándose en la desastrosa puesta en marcha de la web para adquirir los nuevos seguros sanitarios, los fallos del servicio secreto o los retrasos en la atención a los veteranos, cuyos responsables tuvieron que dimitir. «La última pesadilla causada por la incompetencia de la Administración Obama es la respuesta indiferente a la crisis del ébola», decía el gobernador Bobby Jindal esta semana.

Obama apenas ha hecho campaña todavía, limitándose a eventos de recaudación de fondos a puerta cerrada. Le quedan 17 días para defenderse y ser algo más que una rémora para los demócratas.