Amenaza meteorológica

Nueva York, blindada

La ciudad cierra el transporte público y habilita refugios para los evacuados ante la llegada del huracán 'Irene'

Un estante de botellas de agua, completamente vacío en un supermercado de Nueva York.

Un estante de botellas de agua, completamente vacío en un supermercado de Nueva York.

IDOYA NOAIN
NUEVA YORK

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Antes de la tormenta, la calma. Extraña, particular, absolutamente neoyorquina, pero calma. Nueva York amanecía ayer con el cielo ya cubierto de gris y, conforme las lluvias iban salpicando el día, la ciudad aceleraba los esfuerzos para recibir al Irene, el huracán atlántico que ayer tocó tierra en Carolina del Norte y se esperaba de madrugada en Long Island.

La más emblemática urbe estadounidense se veía en una nueva situación límite, solo cuatro días después de sentir los efectos del terremoto en Virginia. Las autoridades ponían en marcha acciones de emergencia como el mastodóntico cierre de todo el sistema de transporte público, la evacuación sin precedentes de al menos 370.000 residentes en las zonas más vulnerables, la habilitación de 91 refugios con capacidad para 70.000 personas y la alerta ante ya anunciados apagones, desde los inesperados hasta los planeados para evitar daños mayores a las instalaciones eléctricas.

La población más afectada -que vive en la clasificada como «zona A», la más pegada a las aguas en Manhattan, Brooklyn, Queens y Staten Island- iba tomando su decisión clave, irse o quedarse. Mientras, muchos neoyorquinos seguían poblando las terrazas para el brunch, haciendo footing o realizando compras en los locales que seguían abiertos, inmunes a la alerta de que las cosas pueden no normalizarse por lo menos hasta el martes.

«ESTO ES SOLO EL PRINCIPIO» / Fiarse de las autoridades no dejaba lugar a las dudas, aunque algunos creyeran que se están curando en salud para contrastar la falta de previsión ante la última gran nevada. «Esto es solo el principio -avisaba el alcalde, Michael Bloomberg-. El gran peligro aquí es la subida de las aguas. Y no hay pruebas de que las previsiones en ese aspecto estén cambiando». Esa crecida podría alcanzar entre los 1,2 y los 2,4 metros, a lo que hay que añadir acumulaciones de entre 15 y 30 centímetros de lluvias.

Alauddin es una dulce septuagenaria que hace ya varias décadas vivió una crecida del East River desde su apartamento en Smith Houses, unos projects o viviendas de protección oficial en South Street, junto al East River. Entonces quedó cinco días atrapada en la planta 14, sin electricidad, agua ni comida, viviendo del agua y los bocadillos que les subían por la ventana en cubos.

«No me volverá a pasar», decía ayer mientras salía a buscar espacio en Seward Park Campus, un refugio abierto en una escuela cercana en Chinatown, donde la noche anterior no la aceptaron por no tener camas suficientes y donde ayer por la mañana llegaban entregas de comida y voluntarios pagados como Kevin Hiloy, un profesor que recibirá el salario pactado por el sindicato por su «colaboración».

Otra vecina, Gladys, esperaba a un conductor que les llevara a ella y a su hijo Fabian, con problemas mentales, hasta un hostal en la calle 94. «Estoy muy asustada pero no puedo ir a un refugio porque mi hijo se pone nervioso entre la gente y necesita una buena cama», explicaba. «El hostal lo paga mi otro hijo porque yo no tengo dinero. ¿Crees que la ciudad me lo pagará?», preguntaba intuyendo la respuesta mientras en la silla de ruedas Fabián mostraba orgulloso dos cajas de cereales.

«NO SÉ CUÁL ES EL PLAN B» / En esos projects -en los que horas más tarde se dictó orden de evacuación obligatoria- habían preparado autobuses escolares para evacuar hasta un refugio en Brooklyn a quienes no tenían otro transporte. «Estamos ejecutando el plan A y si la gente no se va pasaremos al B, pero no tengo muy claro cuál es ese plan B», contaba Burk, uno de los responsables de la autoridad de la vivienda de la ciudad. «Quizá venga la policía a obligarles a marcharse».

En el lado opuesto del bajo Manhattan, en Battery Park City, se palpaban los contrastes neoyorquinos. Kate, su hermano, su padre y su abuela evacuaban el 41 River Terrace, un lujoso edificio de 43 plantas pegado al río Hudson y al World Trade Center (donde ya el viernes empezaron a replegarse grúas que trabajan en la reconstrucción de la zona cero para minimizar uno de los daños potenciales mayores del Irene: que vuelen materiales de construcción). En lugar de autobuses escolares lo que había en la zona era un constante circular de taxis y todoterrenos y coches de grandes marcas. Y en vez de bolsas de plástico con comida y ropa a la vista, privadas maletas de ruedas. «No tengo miedo pero mejor estar seguro que lamentar», contaba Kate mientras Paul, el portero, originario de Guayana, seguía ayudando a otros inquilinos a la vez que preparaba sus próximos días, que pasará no en su casa en Queens sino en el edificio.